Una tercera vía en la Iglesia para los divorciados

protesta de padres divorciados a favor de la custodia compartida de los hijos

José María Zavala y Paloma Fernández, divorciados vueltos a casar

Una tercera vía en la Iglesia para los divorciados [extracto]

BLANCA RUIZ ANTÓN | Un camino de conversión en donde la confesión, la enmienda y la penitencia culmine con la absolución y posterior comunión. Es una nueva propuesta que se llevará al Sínodo sobre la Familia para tratar el tema de los divorciados vueltos a casar.

Detrás de un sencillo “sí, quiero” se esconde la realidad, el reto y la vocación al matrimonio. Con esas simples palabras, la vida de los novios queda ligada en un sí formal y para siempre ante los ojos de Dios y de los hombres y se hacen signo visible del sacramento del matrimonio. Sin embargo, la cruda realidad muestra que el número de personas que fracasa en este camino de amor es cada vez mayor y en España alcanza a seis de cada diez parejas.

Para aquellos que sufren las consecuencias de esa ruptura, el Sínodo sobre la Familia propone un cuidado especial a través de “una pastoral de caridad y misericordia”, “reconociendo que la separación y el divorcio son heridas que provocan profundos sufrimientos”, según se expone en los lineamenta que guiarán las reuniones de esta asamblea el próximo octubre en Roma.

Esa caridad y misericordia incluyen la creación de centros de escucha especializados, “evitar todo tipo de actitud que les haga sentir discriminados”, así como el “acompañamiento, el respeto y promover su participación en la comunidad sin que esto implique un debilitamiento de la fe para esta, sino un testimonio que expresa su caridad”.

En este ambiente de reconciliación y mediación con los divorciados vueltos a casar y su acceso a los sacramentos se inserta la propuesta del dominico Thomas Michelet, de la Universidad de Friburgo (Suiza), publicada recientemente en la revista Nova et Vetera, en donde se distancia de las dos facciones contrarias que hablan del acceso o no a la comunión de las personas divorciadas y vueltas a casar. pareja hombre y mujer de espaldas

Requisito indispensable

Michelet expone la importancia de la absolución como requisito indispensable para recibir la comunión, y por eso propone el sacramento de la confesión como se entendía en la Iglesia primitiva, es decir, un camino de penitencia que puede durar años y que es paralelo al proceso de conversión y, en este caso, de regularización de su situación para llegar a la absolución y, por tanto, al acceso a la comunión.

Su propuesta es instituir un ordo paenitentium para este grupo de personas que están en una situación persistente de incompatibilidad con la doctrina de la Iglesia y comenzar un camino de conversión en un contexto eclesial, litúrgico y sacramental que les acompañe en su peregrinación. Se insertarían en la vida de la Iglesia acudiendo a los demás sacramentos y participando de ellos según sus posibilidades. Al estar dentro de la vida sacramental, Michelet precisa que “su camino de conversión sería en sí mismo sacramento y fuente de gracia”.

“La confesión es igual para todos, pero el tiempo no. Necesitamos modos distintos para la misma confesión”, explica Thomas Michelet a Vida Nueva. “Puede ser una confesión ‘corta’ para asuntos de los que estás arrepentido y que son parte del pasado. Pero hay otros temas que son como cadenas que te impiden ser libre y de las que no te puedes deshacer tan fácilmente. Por eso, en este modo del sacramento de la penitencia, la liberación toma su tiempo. Lo importante de todo esto es terminar sin esas cadenas y llegar al Cielo”, afirma.

Y esto, según precisa el dominico, sería válido “no solo para los divorciados y vueltos a casar, sino para todos aquellos que tienen pecados o situaciones que necesitan su tiempo para ser resueltas”.

Según explica María Lacalle, auditora en el Sínodo de la Familia, “ahora hacemos el dolor de los pecados, la absolución y la penitencia en el mismo acto, pero antes no. Al alterar los tiempos, estás haciendo la penitencia durante el camino y la absolución es la meta final, pero al estar en esa vía sacramental, ya estás en la Iglesia, aunque no recibas la comunión porque no has recibido la absolución. Me parece una propuesta muy bella que exige una vivencia espiritual muy profunda”.

Es decir, que el dolor de los pecados, el propósito de enmienda y la penitencia, vividos como peregrinación prolongada en el tiempo, serían el camino que lleven dentro de la Iglesia a la conversión, al cambio de vida y que culmine con la absolución y la posterior comunión.

Thomas Michelet destaca: “Todos somos pecadores; esa vía de penitencia es para todo el mundo. Hay que cambiar la concepción de perfección y de pecado. Antiguamente, la gente se confesaba con mucha frecuencia porque tenían conciencias más estrictas, pero ahora no, parece que ya no hay pecado y que todo el mundo irá al Cielo. Y eso, en muchas ocasiones, no es respetuoso para la Eucaristía y la Palabra de Dios. Cristo vino al mundo para convertir a los pecadores, no para los justos. El problema es que todo el mundo quiere ser justo y no necesitar a Dios, pero si amas a Dios, estarás feliz de ver que Jesús ha venido al mundo para salvarte porque reconoces que lo necesitas”. pareja chico y chica jóvenes

Según apunta Michelet, “lo primero es que las parejas se comprometan en ese proceso que incluye evitar los actos propios de los esposos”, pero desde la parte de la pastoral señala que es muy importante “escuchar y acoger a estas personas. Por supuesto exponerles la realidad de su situación, pero no solo esto, sino también ayudarles a restaurar su confianza en la Iglesia y en el Evangelio. Hay mucho que decirles antes de centrarnos en la comunión”.

Una nueva mirada

Precisamente eso es lo que destaca Miguel Ortiz, juez en el Tribunal de Apelación del Vicariato de Roma: “Esta propuesta de Michelet es una nueva mirada a esa realidad y también a la pastoral. La Familiaris Consortio [exhortación apostólica de Juan Pablo II] recuerda que no están excomulgados ni fuera de la Iglesia, pero no pueden recibir los sacramentos no porque tengan una condena, sino porque están en una situación objetiva de incompatibilidad”.

“Se trata de un camino complicado, pero no imposible. Aunque resulte duro y cueste, el Señor da su gracia. Estos son itinerarios de conversión y pueden darse con atrasos y adelantos en el camino. Es imprescindible un propósito sincero; puede haber caídas, pero hay que seguir adelante”, añade Ortiz.

“Hay quienes se han sentido excluidos porque reducen la Iglesia a solo la Eucaristía y, al no recibirla, sienten que no lo tienen todo, pero en realidad pueden recibir mucho más de la Iglesia y de Dios. Sin duda, la Eucaristía es lo más importante, pero no lo es todo”, explica Michelet.

“Creo que lo que más piden es que se les escuche. Eso es lo primero que hay que hacer, y no tanto que directamente se les admita o no en los sacramentos. Que se les acoja, que se les dé a entender que no están fuera de la Iglesia. Acompañarles para que se pongan en condiciones para reconciliarse con Dios, que no significa ser admitidos por los demás como un certificado de ‘aquí no ha pasado nada’, sino actuar según la voluntad de Dios”, apunta Ortiz, quien precisa que el camino de penitencia que propone Michelet “permite que se adapte a cada persona, porque los divorciados no son una categoría, sino que son personas. Es mi deber como sacerdote acoger, escuchar y acompañar a esa persona en concreto y ayudarla a desear obedecer a la voluntad de Dios”.

Ortiz, además, subraya que “a los divorciados vueltos a casar, como a todas las personas, hay que proponerles la meta de la santidad igual que a los demás”. Y explica que en ningún caso se les plantearía una “pastoral de segunda”, sino que “ellos, al igual que a todos los cristianos, se les debe proponer una medida alta del cristianismo, y esa es la santidad. Acoger y amar la voluntad de Dios. Hay que ver qué itinerario seguir con cada uno; puede que sea más o menos tortuoso pero puede alcanzarse”.

“Hay que tenderles una mano y tirar de ellos hacia arriba. Acompañarles, animarles en su camino y en su propósito. Hay que recordarles que todos tenemos que ser santos, todos. Puede haber caídas, pero eso no invalida la opción tomada”, afirma, por su parte, María Lacalle.familia padre y madre con tres hijos pequeños

En la propuesta del teólogo francés para la pastoral con los divorciados vueltos a casar que quieren volver a la Iglesia, se les anima especialmente a la oración. “Leer el Evangelio y participar de los sacramentos. Y en esto la comunión es importante, pero no lo es todo. Estas personas no pueden sentirse excluidas por la Iglesia; deben darse cuenta de que no están fuera, sino dentro, porque han sido bautizadas y eso es una marca indeleble”. “Este camino –explica el religioso– puede ser largo, es una inversión de años, pero comparado con la eternidad no es nada y es un camino de gracia para la pareja”.

Pastoral especializada

“La mejor pastoral para los divorciados es evitar que haya divorcios”, explica Miguel Ortiz. “Puede parecer muy sencillo, pero es importante mostrar una visión positiva de la familia y del matrimonio. Presentar un modelo atrayente y acompañar a las parejas en la preparación al matrimonio y en los primeros años”, apunta.

El teólogo de la Universidad de Friburgo afirma que durante las sesiones del Sínodo de octubre del año pasado se habló en varias ocasiones sobre la relación de los divorciados con la Iglesia porque “tienen un gran sufrimiento al tratarse de un asunto de amor, que es lo más importante en la vida. Cuando se habla de trabajo o dinero, sin duda son problemas importantes, pero no lo son tanto como cuando se trata de amor y familia. Por eso, este Sínodo es tan importante”.

“La catequesis carismática es vital para redescubrir la Palabra de Dios, que es fundamental para la vida de todas las personas. Lo primero es ser conscientes del Amor de Dios, la unidad, la llamada de Dios Padre a compartir su vida de eternidad. Volver a descubrir que son bautizados, los elementos básicos de la vida cristiana y lo que significa en mi vida, considero que esto es lo que hay que poner primero en este tipo de pastoral”, apunta Michelet.

Ortiz recuerda también que “hay que ver de qué manera pueden ejercitar positivamente su pertenencia a la Iglesia: una vía de oración, de obras de caridad, de penitencia también. Recordándoles la importancia de educar a los hijos cristianamente, de asistir a misa el domingo sin comulgar, aunque la comunión no puede verse como un premio porque realmente nadie es digno de recibirla, no porque estén divorciados, sino porque ni ellos ni nadie lo somos”.

En opinión de María Lacalle, para el Sínodo Ordinario del próximo octubre se tendrá en cuenta tanto lo que se habló en el del 2014 como lo que no se habló, esto es, del caso de las parejas infértiles, con hijos discapacitados, de la preparación al matrimonio o el papel de los abuelos en la familia, temas en los que no se profundizó entonces y que, sin duda, estarán presentes ahora”.

La auditora recuerda que “en el Sínodo de octubre del año pasado, a veces se contraponía la verdad a la misericordia. No creo que sean términos antagónicos, sino más bien un binomio. No hay misericordia si no es en la verdad. Y esa verdad puede ser dolorosa, pero el dolor puede ser regenerador y unirse así a Cristo. Conozco casos de parejas en las que el dolor que están viviendo por su situación les acerca más que nunca a Cristo y se sienten más cerca de Él que nunca. Tienen una vía interior riquísima, a pesar de que reconocen que no pueden comulgar”.

papa Francisco con una familia africana en el Vaticano

El papa Francisco en una audiencia con familias

 

Un GPS hacia la comunión

DARÍO MENOR (ROMA) | La Iglesia no es “un club selecto y cerrado” que pertenece a “personas capaces de un virtuoso heroísmo” o que acoge solo a quienes forman parte de un “ambiente social católico por tradición”. La Iglesia es “para todos”, porque Cristo murió “para todos los hombres sin excepción”. Es la visión de la comunidad cristiana que tiene el papa Francisco explicada por el teólogo dominico franco-español Jean-Miguel Garrigues en una entrevista publicada en el último número de La Civiltà Cattolica.

En su conversación con el director de esta revista y colaborador de Vida Nueva, el jesuita Antonio Spadaro, Garrigues afronta uno de los puntos calientes del Sínodo de los Obispos convocado para octubre: el eventual acceso a los sacramentos para los divorciados vueltos a casar.

Situándose en las antípodas de una pastoral del “todo o nada” que acaba provocando una “Iglesia de puros”, el profesor del Instituto Superior Tomás de Aquino de Toulouse aboga por aplicar a los fieles en esta situación la “ley de la gradualidad”, que no significa una “gradualidad de la ley”.

Invita a las personas que “no son capaces de romper de golpe con un pecado” a ir saliendo de forma progresiva “del mal” llevando a cabo “la parte del bien, todavía insuficiente pero real, de la que son capaces”. Es lo que llama el “ejercicio progresivo del bien”.

Para que quede más claro lo compara con el GPS de los coches: al igual que este sistema de navegación no invita a volver al lugar donde comenzamos el viaje cuando nos equivocamos con la ruta, “Dios no nos pide que retornemos al punto de partida cada vez que nos desviamos por nuestro pecado”.

Garrigues ofrece un ejemplo claro en el que podría aplicarse esta opción pastoral: una pareja con hijos en la que uno de los cónyuges estuvo casado, que tiene una vida cristiana reconocida y que, por falta de pruebas, no consigue la nulidad matrimonial por la unión anterior. Partiendo de sus testimonios de buena fe y de su apego sincero a la Iglesia, el obispo “puede admitirles con discreción en la Penitencia y en la Eucaristía”. Se trataría de una “derogación puntual a una disciplina tradicional”, apunta el teólogo dominico, garantizando que el Sínodo no amenaza la doctrina católica.

En el nº 2.944 de Vida Nueva

 

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