Jean-Paul Vesco, OP: “Los divorciados vueltos a casar no cuestionan la doctrina”

Jean-Paul Vesco, OP, obispo de Orán (Argelia) y autor del libro 'Todo amor verdadero es indisoluble'

Obispo de Orán (Argelia) y autor ‘Todo amor verdadero es indisoluble’

Jean-Paul Vesco, OP, obispo de Orán (Argelia) y autor del libro 'Todo amor verdadero es indisoluble'

JOSÉ LUIS CELADA. Foto: SERGIO CUESTA | El dominico Jean-Paul Vesco (Lyon, 1962), obispo de la diócesis argelina de Orán, es autor de Tout amour véritable est indissoluble (Todo amor verdadero es indisoluble), un libro de Éditions du Cerf donde defiende que “los divorciados vueltos a casar no cuestionan de ningún modo la indisolubilidad del matrimonio”. Exprovincial de su Orden, este teólogo y abogado participará en el próximo Sínodo de la Familia.

PREGUNTA.- ¿Justifica la doctrina de la indisolubilidad matrimonial la situación actual en la Iglesia de los divorciados vueltos a casar?

RESPUESTA.- Hoy, una persona divorciada vuelta a casar es considerada como adúltera, cualquiera que sean las razones del fracaso de su matrimonio sacramental, aunque no tenga responsabilidad en esa ruptura. Se supone que puede poner fin a esta situación de adulterio separándose de su nuevo cónyuge o viviendo “como hermano y hermana”. Esta disciplina de la Iglesia se basa en la interpretación de las palabras de Cristo a los fariseos, que consideran tener derecho a repudiar libremente a su esposa. Pero el divorcio no es el repudio, y los divorciados vueltos a casar no cuestionan de ningún modo la indisolubilidad de su matrimonio, que sigue en vigor. Ellos simplemente solicitan el derecho de pedir perdón sin tener que romper previamente una segunda unión fiel y fecunda, que también ha adquirido una forma de indisolubilidad. Todo esto porque, según la teología católica, no es el sacramento del matrimonio lo que otorga al amor conyugal su carácter indisoluble, sino que es el matrimonio sacramental el que es para nosotros la imagen más fiel del designio de amor indisoluble que Dios ha querido para el hombre y la mujer. De lo contrario, en la historia de la humanidad, solo las parejas católicas habrían vivido este plan de amor divino evocado en el Génesis. Todos hemos podido experimentar en nuestras vidas que nuestros amores no se anulan entre sí. En esencia, si Dios es amor, todo amor verdadero deja una huella indisoluble.
Un camino ya abierto

P.- ¿Se puede y se debe cambiar algo en esta delicada cuestión?

R.- Hace mucho tiempo que veníamos avanzando por el camino abierto ya por la exhortación Familiaris Consortio, como para poder tener en cuenta lo que han vivido las personas en el momento del fracaso de su matrimonio, tomando en serio, en nombre de la doctrina católica sobre la indisolubilidad, un segundo compromiso fiel y definitivo. La brecha entre el ideal evangélico y la vida de los pobres pecadores que somos todos es, precisamente, el espacio del sacramento de la Reconciliación. Desde el momento en que el matrimonio tiene una dimensión pública y que compromete a otras personas distintas de los esposos, podría solicitarse este sacramento después de un acompañamiento y revestir una cierta dimensión comunitaria y eclesial.

P.- Da la sensación de que la doctrina está por encima de la persona. Eso, además de causar un daño innecesario, ¿no perjudica a la imagen de la propia Iglesia?

R.- La disciplina actual de la Iglesia da la impresión de excluir a las personas cuando más apoyo y comprensión necesitan. Ahora bien, jamás se elige el fracaso de un sueño de amor para toda la vida. El divorcio raramente es una solución fácil. Y la vida de un gran número de divorciados vueltos a casar no tiene mucho que ver con la vida desordenada de personas adúlteras que viven en la mentira y la doblez. Claro que la posición del magisterio de la Iglesia puede sugerir que se opta por el divorcio y que cualquier segunda unión está necesariamente vacía de Dios. Esta impresión sentida por tantas personas no permite a la Iglesia dar testimonio suficientemente de la altura y de la profundidad del amor de Dios para cada una de sus criaturas.

P.- ¿Sería una buena oportunidad este Año de la Misericordia para encontrar una solución al tema?

R.- Es difícil imaginar un Año de la Misericordia en el que se excluyera a todos los divorciados vueltos a casar, sean cuales sean sus historias. Tal vez este Año sea también una ocasión para nosotros, pastores de la Iglesia, para pedir perdón, en nombre de la verdad de la doctrina católica en materia de indisolubilidad, por un perdón injustamente retenido y que se podría haber dado. Y pido a Dios que sea misericordioso con nosotros.

P.- ¿Qué espera del Sínodo de la Familia?

R.- Que a los divorciados vueltos a casar les sea posible, en ciertos casos, esclarecer la verdad sobre las causas del fracaso de su matrimonio sacramental y pedir perdón por aquello que deba ser perdonado. Lejos de debilitar el matrimonio sacramental y los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía, este perdón pedido y recibido al final de un camino sería un hermosísimo testimonio evangélico.

En el nº 2.944 de Vida Nueva

 

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