Tú ganas, la ciudadanía gana

 ROSETTA FORNER | ‘Coach’ y escritora

Ponerse en el lugar del otro, empatizar, no es fácil para nadie, menos aún para un político. Sobre todo, si tenemos en cuenta el ego en el que suelen envolver sus necesidades de poder, así como el tener que quedar bien delante de sus electores, marcar el territorio en el partido y, ¡cómo no!, la popularidad.

Dado el panorama político que ha resultado de las elecciones del 24-M, el diálogo se hace necesario, pero más necesario aún es saber empatizar, ponerse en el lugar del otro, en este caso del ciudadano: todos los políticos deberían buscar y procurar el bien común, no el suyo propio. Un político con vocación, por cuyas venas discurre la democracia, trabaja por el pueblo al que representa, no para subir en la escala política.

Si los políticos de distinto signo tuviesen en cuenta que deben, y pueden, encontrar un objetivo común a pesar de sus diferencias ideológicas, les sería fácil entenderse. Para ello deben pensar en hallar un lugar común, que está a mitad de camino: es la clave del yo gano, tú ganas. Cuando se está orientado a solucionar problemas, uno se centra en lo que une (lo que es común a ambos), no en lo que separa. En cambio, si uno se centra en salirse con la suya, se obvian las necesidades del otro, y suele surgir el conflicto. Las creencias (forma de pensar) determinan nuestra conducta.

Ello significa que, si las creencias de dos personas son antagónicas, el entendimiento será muy difícil, cuando no imposible. Si a las creencias se le unen emociones, que bloquean en lugar de facilitar la empatía entre dos personas, tenemos la situación que se avecina en España del todos contra el PP. Las creencias actúan como facilitadores o impedimentos en las relaciones.

Si a todo esto unimos lo dicho sobre las necesidades de alimentar el ego político, se nos presenta un panorama nada halagüeño, tanto para la democracia como para la ciudadanía. Se requiere mucha madurez emocional para pasar por encima de los egos individuales y centrarse en el bien del conjunto, que es la esencia de la democracia.

Asimismo, existe la inteligencia emocional (IE), algo que a los políticos no se les evalúa cuando se trata de elegirles como representantes del pueblo.

La IE conlleva un crítico sano (CS), que reúne información, hace preguntas, elabora teorías, piensa… Mientras que alguien con nivel insuficiente de IE suele albergar lo opuesto a un CS, vive en el miedo y ve enemigos en lugar de potenciales colaboradores.

Consecuentemente, se crea una situación de villanos contra héroes, donde unos alegan tener la fórmula mágica para solucionar los problemas, cuentan milongas –las que supuestamente quiere escuchar la ciudadanía– e insultan al adversario político, cuando en democracia lo suyo es discrepar sí, insultar no. Empero, la falta de IE conlleva crear problemas donde no los hay, ausencia de análisis y demagogia.

¿Son los políticos hijos de la ciudadanía que representan? Una sociedad servil da lugar a un tipo de político que ni analiza ni argumenta, porque sabe que el sentido crítico-común está ausente. La solución pasa por incrementar nuestra IE.

En el nº 2.943 de Vida Nueva

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