Juicio sumarísimo

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Con más prisa que garantía de aplicación justa del derecho, el juicio sumarísimo va unido a la urgencia, a las amenazas del conflicto, a lo desesperado de la situación, a la gravedad del delito… En fin, una serie de condiciones, de estado de excepción, que lleva a simplificar trámites para emitir pronto la sentencia, que suele terminar en la ejecución del reo.

Es fácil comprender la cantidad de irregularidades y de falta de garantías jurídicas en estos casos, como la presunción de inocencia, la credibilidad de los testigos, los hechos contrastados, la veracidad de la denuncia, la probidad e independencia de los jueces…

Como es lógico, aquí no nos referimos a esos procesos y sentencias en casos extremos y a una figura jurídica más que controvertida en los códigos de los países democráticos. Estos juicios sumarísimos, de los que hablamos, no tienen tribunales, ni jueces, ni testigos, ni presunciones de inocencia. Aparece la conducta supuestamente delictiva y cada uno ofrece a su gusto o a su prejuicio el veredicto condenatorio.

Casos más que frecuentes son los que aparecen en los medios de comunicación, y con alarde y repetición de titulares. El escándalo es noticia, sobre todo si se trata de gentes famosas en los distintos ámbitos de la vida social, política, financiera, religiosa…

Al cabo del tiempo, y después de una tramitación en justicia, se emite la sentencia. En muchos casos puede ser absolutoria. Es lo mismo, el veredicto ya está dictado de antemano por el capricho, la malevolencia, la antipatía o la aversión a la persona o a las instituciones.

Por lo general, la noticia de la sentencia absolutoria no suele tener tanta publicidad y dimensión de titulares como lo fuera la denuncia del escándalo. La presunción de culpabilidad es difícil de borrar. La persona acusada sin razón tendrá para toda la vida colgado el sambenito al que llega el dedo acusatorio: esta persona fue la que…

El grado de maldad, inconsciencia y frivolidad desborda los límites del simple comentario para llegar a la calumnia, la difamación, el robo de la honra y de la fama a las personas, tanto a la individual como a la familiar y social. Se crean situaciones tan graves en el individuo que hieren enormemente su personalidad y pueden llevarle hasta situaciones tan desesperadas como puede ser incluso la del suicidio. Los casos registrados no son una excepción.

Difícil de atajar es este problema, porque la frivolidad y la malicia no admiten razones, prefieren el sentimentalismo y las antipatías. Es imprescindible y urgente una llamada a la responsabilidad, a la formación de la conciencia moral, a la garantía de la presunción de inocencia, al respeto a la persona sea cual fuere su condición…

Dejemos el último veredicto a Dios, que es el Señor de la justicia, de la misericordia y del perdón.

En el nº 2.943 de Vida Nueva

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