Zurbarán, una nueva mirada colorista

Desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría, Francisco de Zurbarán

El Museo Thyssen-Bornemisza rescata el excepcional cromatismo del pintor a través de pinturas nunca vistas en España

Desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría, Francisco de Zurbarán

‘Desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría’

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz, 1598–Madrid, 1664) es uno de los grandes pintores españoles de la Contrarreforma, “uno de los pintores españoles del siglo XVII que mejor ha expresado el sentimiento religioso, realizando en su obra una sutil síntesis entre misticismo y realismo”, según Mar Borobia, jefa del Área de Pintura Antigua del Museo Thyssen-Bornemisza y comisaria de la exposición Zurbarán: una nueva mirada.

Esta muestra, que la pinacoteca inaugura el 9 de junio y que estará abierta hasta el 13 de septiembre, será, sin duda, una de las grandes exposiciones del año, con 63 obras en total, 47 de ellas de Zurbarán, siete de su hijo Juan y otras nueve de otros colaboradores de su taller sevillano.

Pintor de un universo solemne y silencioso, reivindicado por los movimientos artísticos del siglo XX –del cubismo a la pintura metafísica– por sus formas geometrizadas y su uso de las grandes superficies lisas, vive ahora un renacido interés internacional. “El atractivo de su obra desborda ampliamente el ámbito hispano y convierte a Zurbarán en figura incontestable entre los nombres más destacados de la pintura europea”, asegura Borobia. La muestra viajará después al Museum Kunstpalast de Düsseldorf (Alemania).

Más que cartujos

Actualidad e interés internacional que explica la “nueva mirada” a la que alude el título de la exposición, elegido por Borobia, por un doble motivo. El primero, pictórico, en el sentido de que Zurbarán es mucho más que ese pintor de cartujos y de pigmentos blanco y marrón al que se le reduce fuera de nuestras fronteras.

“Es una revisión actualizada de la obra de este gran maestro del Siglo de Oro español, desde la perspectiva de los descubrimientos y estudios realizados en las últimas décadas, que han venido a enriquecer el conocimiento del artista y de su trabajo –defiende la comisaria–. Vamos a descubrir a un pintor de una mayor amplitud temática, sobre todo de un intenso y amplio cromatismo, un colorista excepcional. No es en absoluto un pintor tenebrista”. Borobia reivindica, ante todo, al pintor en su madurez, hacia 1650, cuando su pincelada se torna más suave, los efectos lumínicos se moderan, los fondos se vuelven más claros y las tonalidades de sus figuras se hacen mucho más luminosas.

“De esta etapa son los óleos de la Cartuja de las Cuevas de Sevilla y gran número de escenas sagradas destinadas a la devoción privada. La belleza de su estilo tardío muestra una evolución de su pintura hacia unas cotas mayores de dulzura y refinamiento. Incluso antes que Murillo, Zurbarán se hace eco también con gran naturalidad de la renovación que introduce la Reforma Católica”, matiza.

Este Zurbarán en plena madurez, donde su mirada se expresa en imágenes de la Virgen niña, en sus jovencísimas representaciones de la Inmaculada –devoción de la que Sevilla se convierte en adalid– o en las famosas series de santas, representa, además, el segundo de los motivos de esa “nueva mirada” que pondrá de manifiesto la exposición del Thyssen. “Vamos a presentar obras nuevas que se han incluido en su catálogo, compuesto por unas 270 piezas y que nunca se habían presentado en público, además de otras que sí estaban en el catálogo y nunca han visitado España”, según Borobia. La mayoría de ellas corresponden a esta etapa de madurez, posterior a 1650, entre ellas, San Francisco rezando en una gruta (c. 1650-1655) del San Diego Museum of Art; Cristo crucificado con San Juan, la Magdalena y la Virgen (1655); Virgen Niña dormida (c. 1655); o el magnífico Desposorios místicos de Santa Catalina de Alejandría (1660-1662), todos ellos de colecciones privadas.

Huida a Egipto, Francisco de Zurbarán

‘Huida a Egipto’

Recorrido cronológico

La selección de obras realizada por Borobia junto a la también comisaria Odile Delenda, autora del catálogo razonado del pintor y colaboradora del Instituto Wildenstein de París, parte de una ordenación cronológica, desde los primeros grandes encargos, como las 21 pinturas para los dominicos de San Pablo el Real, que le abren las puertas del gran mercado sevillano, ciudad a la que, ya en 1614, acude de aprendiz al taller de Pedro Díaz de Villanueva. “Logró así nuevos encargos, como el del convento de la Merced Calzada, un conjunto dedicado a san Pedro Nolasco al que estaba destinado la que se considera una de sus obras maestras de juventud, el San Serapio (1628) del Wadsworth Atheneum de Hartford, una de las piezas destacadas de la exposición y solo expuesta en España en una ocasión, hace más de cincuenta años”, según la conservadora de Pintura Antigua del Thyssen.

En esta primera sección se incluyen, además, algunas obras importantes de nueva atribución, como la Aparición de la Virgen a San Pedro Nolasco (c. 1628-1630), de una colección privada de París, y otras nunca antes vistas en nuestro país, como San Francisco de pie contemplando una calavera (c. 1633-1635) o San Blas (c.1633-1635), procedentes del Saint Louis Art Museum (Estados Unidos) y del Muzeul National de Arta al Romaniei de Bucarest.

Después de un breve viaje a la Corte, reclamado por Diego Velázquez para la decoración del Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro, Zurbarán regresa a Sevilla para pintar dos de sus series más significativas: el retablo mayor para la Cartuja de Jerez (Cádiz), desmembrado a principios del siglo XIX; y el conjunto del Monasterio de Guadalupe (Cáceres), único encargo que ha permanecido in situ hasta la actualidad.

“Los grandes ciclos monásticos de 1638 y 1639 marcan el apogeo de su carrera”, puntualiza Borobia. La adoración de los Magos (c. 1638-1639), del Musée de Grenoble, y el Martirio de Santiago, del Museo del Prado, son dos de los magníficos ejemplos de esta sección, donde destacan sus figuras escultóricas, de porte monumental y llenas de dignidad, pintadas con solidez bajo una luz rotunda, plenamente humanas, transfiguradas por la fe.

A partir de 1640, además de los grandes conjuntos, Zurbarán y su taller firman pinturas aisladas, principalmente dirigidas al mercado colonial, sobre todo a Lima y a Buenos Aires. Cristo muerto en la Cruz, de la colección Pedro Masaveu, depositada en el Museo de Bellas Artes de Asturias; la Casa de Nazaret, de una colección privada madrileña, o San Francisco en meditación, de la National Gallery de Londres, son algunos ejemplos que el Thyssen exhibe, junto a otros de más reciente atribución, como la Huida a Egipto (Seattle Art Museum, Estados Unidos) o San Antonio de Padua (Commune d’Etreham, Francia).

Francisco de Zurbarán pasó la mayor parte de su vida dedicado a la ejecución de retablos o ciclos monásticos para las numerosas comunidades monacales –especialmente dominicos, franciscanos y mercedarios– que, indudablemente, requirieron la participación de un taller, en el que, especialmente desde 1988, se han acumulado nuevos descubrimientos.

De hecho, el Thyssen presenta por primera vez una sala dedicada a la producción de los ayudantes del taller y otra a las naturalezas muertas, en la que se reúnen algunos de los escasos pero influyentes bodegones del maestro extremeño –construidos con pocos y toscos objetos, pero capaces de transmitir todo un mundo de sensaciones plenas de trascendencia–, junto a los de su hijo Juan, colaborador y discípulo aventajado, “cuyas magníficas pinturas de flores y frutas han sido recientemente redescubiertas y puestas en valor”, señala Borobia.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.942 de Vida Nueva

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