Sin descartes

Mi madre, mis tías… Los mayores en España pertenecen a la generación del sacrificio, aquellos que sufrieron en primera persona los estragos de la Guerra Civil, el miedo de la dictadura.

Pero, sobre todo, el hambre. Tuvieron que dejar la escuela cuando apenas habían aprendido a leer y a sumar para sacar adelante a sus padres. Cuando salieron de casa, se dedicaron el resto de los días de su vida laboral a sus hijos, a pagarles un futuro universitario. La crisis de estos últimos años, lejos de devolverles con creces esa entrega a dos generaciones, les recibió con latigazos. Unos, con pensiones irrisorias. Otros, desahuciados o rehipotecados porque avalaron a los suyos y ahora pagan sus errores. Muchos de ellos, olvidados en residencias. O aislados en sus apartamentos, porque su esperanza de vida se ha alargado a medida que la sociedad les arrinconaba tanto como sus familias. Ésa es la cultura del descarte que denuncia Francisco. La sabiduría de la experiencia se aparca en una esquina. Como si no tuviera valor. Pero no a todos se olvida. Hace unos días me pude escapar a la residencia de religiosas mayores de la Sagrada Familia de Burdeos. Cada bastón, cada silla, cada achaque… Suman años, pero multiplican obras. En El Congo, Sri Lanka, Brasil, España. No son una comunidad aparte. Están integradas con las hermanas que trabajan en el colegio. Cada una, desde su realidad y sus limitaciones. El médico que les atiende en el hospital cuando sufren algún arrechucho ya le ha dicho a la superiora que le gustaría elaborar un estudio de campo para analizar el porqué de la fortaleza física de estas religiosas. Por ejemplo, cien años tiene la hermana de Montserrat del Amo, con quien converso durante unos minutos. Cien años y no pierde la sonrisa. Volvería a nacer y sería mujer consagrada de nuevo. Sin dudarlo. Quizá ahí está la clave que buscan los científicos. La felicidad de la vocación. Pero, también, la fuerza de un cariño que no se jubila, de quienes les acompañan en la vejez. De sus hermanas de congregación, que no ven en ellas un mueble agrietado con varias capas de barniz, sino las valientes que las precedieron en la construcción del Reino. En la Iglesia, no hay descartes.

José Beltrán. Director Vida Nueva España

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