Naftaly Mung’athia Matogi. Sacerdote keniano, Misionero de La Consolata

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“Consideran a Kenia objetivo militar”

El 2 de abril, Al Shabaab, una organización jihadista islámica de Somalia, se tomó la Universidad de Garissa, en Kenia, donde asesinó a más de 140 personas e hirió a otras tantas, ensañándose principalmente contra los estudiantes de confesión cristiana. “La violencia es síntoma de un problema que está en el fondo”, explica Naftaly Mung’athia Matogi, misionero de La Consolata de origen keniano. En conversación con Vida Nueva, el actual párroco de Toribío, Cauca, interpreta la situación que vive su país.

¿Qué hay detrás del ataque en Garissa?

Somalia, nuestro país vecino, no tiene un gobierno estable. El hecho de que Kenia haya tratado de apoyar algunos procesos para que esto se consiga ha generado malestar dentro de algunos sectores involucrados en la guerra; sectores con una orientación religiosa radical, a los que no les  conviene un gobierno estable en su país y que consideran a Kenia objetivo militar.

Ahora bien, no podemos decir que sean personas únicamente del país vecino. Dentro de Kenia hay jóvenes que se han ofrecido a esto en nombre de unas doctrinas religiosas radicales. Algunos son de territorios muy retirados con relación al centro del país y no tienen oportunidades: buscan esto como un empleo. Es difícil acabar con la situación. El Gobierno tiene que mostrar la forma y resolver el problema interno de esos jóvenes desempleados que por no tener otra alternativa optan por tomar las armas. Por otra parte, dentro de los organismos de inteligencia del Estado hay personas que simpatizan con esta clase de grupos y les suministran información. También esa función de infiltración de Al Shabaab lleva a que esto se dé; pues antes de atacar, ellos siempre avisan. En ese sentido, la inteligencia tendría que estar pendiente de todo el territorio nacional para asegurar que esto no pase en ninguna parte.

Naftaly_silueta¿Cómo se expresa el ambiente de tensión en el país?

Kenia es un país mayoritariamente cristiano. Además de católicos, hay anglicanos, metodistas, presbiterianos, pentecostales y evangélicos. Pero también hay una población -no tan grande- de  musulmanes. Esta población de musulmanes es minoría en cuanto a la población general del país. Esto ha generado malestar dentro del mismo contexto: se ha interpretado que por ser minoría los excluyen. La tensión es aprovechada por los que están afuera.

Pero uno tiene que saber que en Kenia hay también otro elemento: lo que tiene que ver con las comunidades étnicas, con las tribus. En su momento, los colonialistas usaron estas comunidades. Eliminaron sus fronteras. Manipularon sus dirigentes. Históricamente, los dos grupos étnicos más grandes han sido los luo y los ikuyu, a este último (el mayoritario) han pertenecido tres de los cuatro presidentes kenianos que ha habido desde la independencia, en 1964.

Más recientemente, en la década de 1990, durante época electoral, hubo violencia entre una comunidad y otra, según a quien se apoyaba. En 2007, también en época electoral, la violencia tuvo que ver con la proveniencia étnica. Se habló de un fraude electoral, se produjeron desplazamientos y muertes. Con la nueva constitución, en que se divide al país en 47 municipalidades, se espera que la tensión se apacigüe, ya que la mayoría de estas municipalidades están divididas en términos étnicos. Ahora bien, sobre estas tensiones étnicas y políticas, se agregó ahora el elemento religioso y hay tensión entre la minoría musulmana y la mayoría cristiana.

¿Qué otras problemáticas se presentan?

No podemos decir que el problema esté asociado solamente a lo que los medios de comunicación resaltan. Hay otros problemas sociales que no hay que ignorar. Por ejemplo, la tensión que en el pasado se ha presentado entre las comunidades étnicas mayoritarias y que no está resuelta totalmente. En segundo lugar está la corrupción, el mal uso de la plata. Los grupos extremistas aprovechan, porque pueden corromper a algunos funcionarios para entrar al país ilegalmente, e ingresar armas; por ejemplo, en la zona nororiente, donde está el problema con Somalia. Y en tercer lugar, el desempleo de los jóvenes, que les hace optar por otros caminos, como involucrarse con los grupos extremistas con una línea religiosa.

Justicia y paz

Cambiando de tema, ¿qué hace un keniano en el norte del Cauca?

Tras el asesinato del padre Álvaro Ulcué en noviembre de 1984, por petición del entonces obispo de Popayán la comunidad de los misioneros de La Consolata asumimos el trabajo eclesial en las parroquias de Toribío, Tacueyó y Jambaló. El padre Álvaro había formado un equipo, junto con las hermanas lauritas y con delegados de la Palabra. Cuando nosotros llegamos este equipo seguía. La idea era seguir con el mismo proceso que el padre Álvaro había iniciado: el plan de vida comunitario del pueblo nasa en la región. Este proceso involucraba la promoción humana, lo sociopolítico y lo organizativo. Cuando asumimos esto, se relanzó la vida de los programas de los jóvenes, con el movimiento Álvaro Ulcué Chocué; igualmente, programas de mujeres; de producción en microempresas; y proyectos de educación propia. Antes estos proyectos funcionaban con financiación del exterior. Algunos integrantes del equipo misionero asumían cargos en el resguardo, como administrar algún centro educativo. Hoy hay transferencias del gobierno nacional y los directores de estos espacios no son los misioneros sino los mismos indígenas.

¿Cómo se piensa la paz entre los indígenas nasa?

Para los indígenas la paz es algo que tiene que llevar al Buen Vivir, como ellos mismos plantean. No hay que excluirlos de la propuesta que se puede esperar del posconflicto. Ellos han sido parte del contexto en donde se ha dado esta violencia. Anhelan que llegue la paz, pero esto implica que tengan oportunidades, acceso a la tierra. No puede haber paz estable sin la justicia o sin una adecuada distribución de la torta nacional. Porque en el fondo, la violencia es un síntoma de un problema que está en el fondo. La paz debe ser un proceso total que lleve a que esas causas de fondo sean tratadas, no ignoradas. Nosotros acompañamos el proceso. Los que tiene las riendas son ellos mismos.

Silencio e indiferencia

Resa-Sunshine

Si bien existen enormes diferencias entre Kenia y Colombia, el centralismo, la inequidad y la falta de oportunidades influyen para que en ambos países muchos jóvenes se vean obligados a tomar las armas y a involucrarse en actos de inhumanidad. El rechazo a la diferencia cobra víctimas de distintos modos. La violencia horada la incomprensión entre minorías y grupos mayoritarios. El poder divide y confunde. La corrupción reina en organismos del Estado que deberían estar al servicio de una seguridad integral de los ciudadanos. Hace algunas semanas el papa Francisco criticó el “silencio cómplice” y la indiferencia ante la “furia yihadista” que dejó más de 140 muertos en la Universidad keniana de Garissa. La misma crítica vale frente a las muertes que produce la guerra en Colombia.

Texto: Miguel Estupiñán

Fotos: Archivo particular, Resa Sunshine

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