En eso de la paz, no delirar

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Producir grandes cambios en la situación social y económica de la nación deslegitima a la violencia y a sus autores

Para poner un colombiano a delirar no es sino permitirle hablar de la palabra paz. Desde el punto de vista sicológico no es extraño que alguien, en este caso un cuerpo social, produzca mentalmente lo que no ha logrado crear en realidad. Pensar con el deseo. Pero también pensar equivocadamente. O, lo peor, y muy habitual entre nosotros, aceptar cualquier cosa, conocida o no, con tal de lograr la “anhelada paz”. Hay que ir mucho más despacio y sobre todo con mucho más cuidado frente a una realidad –no un tema– como el de lograr la paz en nación tan compleja como lo es Colombia.

Los delirios colombianos de paz se notan, en primer lugar, en la forma como se mira a la guerrilla, dándoles un estatus de bondad, sinceridad y confianza que por ningún motivo merecen ni ameritan. Creerles algo debería ser considerado algo así como una traición a la nación entera. Suponer que tienen algún plan para extender la democracia y la justicia social entre nosotros es tan tonto como poner el lobo a cuidar las gallinas. Su proyecto es de la más rancia estirpe leninista-estalinista (o cubano) y allí no hay ni democracia ni libertad, mucho menos autonomía en ningún sentido. Tampoco en el religioso y es lo que a veces impresiona de la ingenuidad (¿?) de algunos pastores que hablan con una candidez que desconcierta, creo que hasta a los mismos guerrilleros. Es un delirio pensar que en las personas que hoy conforman la guerrilla habrá siquiera un ápice de alivio para la nación colombiana en el futuro.

Es un delirio considerar que puede darse un perdón a ojo cerrado a tanta barbaridad cometida y que por la paz nadie debería estar un solo día tras las rejas de una prisión. Esta sería una ofensa todavía mayor para las familias destruidas, para las gentes expropiadas, para las poblaciones desplazadas o arrasadas. La humanidad casi siempre ha llevado a los tribunales de la justicia a los peores criminales y ni siquiera el logro de la tan “anhelada paz” puede aplastar la justicia y todos los bienes que de ella se derivan. Es además otro delirio pensar que quienes han sido autores de tanto mal van a poder deambular libre y felizmente por nuestras calles sin correr el riesgo de la venganza de tanta gente que no puede llevar en su corazón sino la oscura esperanza de poder cobrar el mal que les fue hecho. Terrible, pero eso es lo que se ha sembrado, que es tanto como decir que la semilla de otra guerra reposa bajo el duro suelo colombiano.

Transformar radicalmente

Y claro que es un delirio máximo considerar que, no obstante todo, el país debe seguir igualito, pero en paz. Imposible. Es innegable que alguna de las raíces de las violencias colombianas se alimenta sin cesar de la desigualdad, de la pobreza extrema, del derroche y la corrupción, de la ineficiencia, de la educación que no libera, etc. Y aunque todo esto no siempre genera violencia, sí resulta ser un caldo de cultivo para provocarla al menos a nivel de los discursos incendiarios. Quizás la mejor forma de deslegitimar toda violencia y a sus autores no sea otra diferente a producir grandes cambios en la situación social y económica de la nación. Y el país entero está en mora de producir grandes cambios, transformaciones radicales en muchos sentidos que en realidad son posibles si la dirigencia quisiera hacerlos. Pero quizás lo primero que habría que hacer sería cambiar la dirigencia a las buenas (¿otro delirio?). Como quiera que sea, el mismo país seguirá produciendo la misma violencia; quizás un país diferente produzca otros frutos.

En mi humilde opinión la mayoría de voces que abogan hoy por la paz están previamente distorsionadas para hacer que la corriente fluya solo hacia un lado. O hacia dos lados. Uno, el de los intereses incambiables de la guerrilla (que no se ha movido un milímetro de sus ideas ni se moverá). El otro, la élite estatal que no admite objeción alguna sobre sus acciones tendientes a firmar un pacto (¿absurdo?) que sacrificaría más colombianos. Y entonces es otro delirio pretender que la sociedad colombiana no se manifieste en contra de algo que a todas luces, por ahora, no parece atraer la tan “anhelada paz” sino otra paz muy distinta y quizás con sabor a entrega de toda una nación de 50 millones de habitantes a unos guerrilleros delirantes que ni aman ni buscan la paz.

Rafael de Brigard Merchán, Presbítero

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