Bienaventurados los hacedores de paz

Las guerras del siglo XIX colombiano -ocho, en total, además de la que nos dio la independencia de España- terminaron, unas veces, con la derrota de una de las partes enfrentadas y la victoria de los contrarios; otras veces, la paz fue pactada porque ambos bandos se convencieron de la inutilidad de la guerra para lograr sus respectivos propósitos. A lo largo del siglo XX la guerra continuó ininterrumpidamente y estamos ad portas, en el siglo XXI, de ver el fin de 50 años de lucha armada con la firma del tan esperado acuerdo de paz en La Habana.

Pero el desarme debería haber comenzado. Al menos para quienes queremos cumplir la consigna evangélica de ser hacedores de paz.

Desarme que no es solamente deponer ametralladoras, fusiles, granadas y cohetes sino dejación de otras armas que también generan violencia.

De la rabia que se nos ha metido en el alma: para poder atrevernos a mirar de frente a quienes están en la orilla opuesta, descubrir en ellos y en ellas su humanidad, reconocer sus derechos.

De actitudes vengativas que anidan en el corazón: para poder iniciar gestos de perdón.

De la corrupción que reina en las conciencias: para poder construir una sociedad justa basada en el respeto y la solidaridad.

De discursos guerreristas e intereses malintencionados que invaden los escenarios políticos: para poder dar, así, el paso necesario hacia la reconciliación y la paz.

En la certeza de que cuando se negocia la paz no hay vencedores ni vencidos, que hay que hacer concesiones y no pueden quedar en la arena ganadores y perdedores: para que, sin olvidar el sufrimiento de las víctimas, se puedan cerrar las heridas sin reproches ni rencores.

¡Bienaventurados los hacedores de paz!

Isabel Corpas de Posada

Compartir