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‘El cerebro espiritual’


Un libro de Francisco J. Rubia (Fragmenta Editorial, 2015). La recensión es de Ramon M. Nogués

El cerebro espiritual  Autor: Francisco J. Rubia

Título: El cerebro espiritual

Autor: Francisco J. Rubia

Editorial: Fragmenta Editorial, 2015

Ciudad: Barcelona

Páginas: 224

RAMON M. NOGUÉS | El profesor Francisco Rubia nos ofrece de nuevo aquí una de sus interesantes aproximaciones a un tema fundamental en la cultura: la espiritualidad. No es la primera vez que lo aborda. Anteriormente, lo había hecho desde ópticas similares (La conexión divina, 2003) y siempre desde la perspectiva de la neurología, su campo profesional universitario, al que ha dedicado su destacada vida académica. No es, pues, un recién llegado a la materia, sino, más bien, un clásico, en nuestro ámbito cultural. Sus documentadas aportaciones plantean siempre cuestiones que dan lugar a estimulantes debates. Este es el caso del libro que nos ocupa.

El título y primer capítulo de la obra abordan directamente el tema de la espiritualidad. Su definición, como nota Rubia, no es fácil. El autor prefiere, con razón, el término espiritualidad a otras denominaciones, como las que incluyesen elementos religiosos, por ser la espiritualidad más amplia que la religión; y también, probablemente, porque sitúa mejor el tema en la sociedad occidental europea, en la que, en este momento, la espiritualidad recupera importancia cultural, al tiempo que la religión sufre un desgaste muy intenso, especialmente en relación con sus aspectos institucionales.

Un primer tema de debate fructífero y sugerente acerca de los puntos de vista de Rubia correspondería a la contraposición, que podría considerarse excesiva, entre conciencia egoica y yo reflexivo como típicos de los estados mentales “normales”, frente a conciencia límbica (emocional) y yo trascendente, que serían característicos de lo espiritual.

Quizás aquí emerja en exceso la visión exclusivamente neural de la experiencia espiritual. En efecto, se dan experiencias espirituales muy egoicas y reflexivas y poco límbicas: depende mucho de los sujetos analizados, y contraponer excesivamente lo yoico y reflexivo frente a lo límbico y emocional constituye un riesgo asociado a una lectura demasiado neurológica de los temas, como puede ser el caso de las comprobaciones fuertemente centradas en lo neurológico, de experiencias espirituales (p. ej., la alusión a las crisis de lóbulo temporal que se dan muy episódicamente en el amplio campo de la espiritualidad).

De hecho, las espiritualidades/religiones con enraizamiento límbico importante permiten un análisis neurológico agradecido, dado que el componente emocional es muy destacado en ellas, pero no hay que olvidar el amplio campo de las espiritualidades/religiones que dependen fundamentalmente de raíces más cognitivas o intelectuales (piénsese, en el mundo griego, en Platón o Aristóteles, o en Oriente en el Tao) y que ofrecen menos oportunidades al análisis neurológico por la dificultad de discriminar contenidos mentales intelectuales. Ello conduce a que el estudio neurológico se fije más en fenómenos espirituales de raíz límbica.

Hipótesis central

Precisamente, habría que analizar en la misma línea de consideraciones la denominación de Estado Alterado de Conciencia (EAC) a aquel que caracteriza la espiritualidad (hipótesis central del libro, expresada en la la introducción). Personalmente, creo que la espiritualidad forma parte de una función perfectamente normal e integrada en la mente humana, al lado de estados mentales como los que corresponden a experiencias éticas o estéticas. Wittgenstein las situaba con razón a todas ellas en una dimensión comparable de terrenos mentales sutiles (lo que no quiere decir sospechosos, sino probablemente lo contrario, es decir, cualitativamente interesantes). En este sentido, la denominación de “alterado” aplicada al estado espiritual podría malentenderse como una denominación minusvalorativa, aunque este no sea el caso del profesor Rubia.

Los amplios y documentados comentarios del texto a la búsqueda de lo espiritual a través de sustancias enteógenas u otras técnicas relacionadas constituye un interesante resumen de las funciones mediadoras de la búsqueda espiritual que constan en diversas culturas. Hoy muchos reclamarían una búsqueda espiritual alejada precisamente de este tipo de técnicas, y muy cercana a una profunda reflexión filosófica o humanista, línea en la que puede destacar como típica la aportación de Comte-Sponville reivindicando una espiritualidad de raíz atea y más cercana a la reflexión filosófica que a los procedimientos chamánicos.

El último capítulo del libro recoge, en orden cronológico, las múltiples teorías sobre el origen de la religión, tema que está relacionado profundamente con la espiritualidad. La variedad de las propuestas es un claro indicador de la poca firmeza de cada una de ellas. Estamos muy lejos, pues, de poder dar razón de forma inequívoca del origen de una experiencia tan central en la historia humana como la espiritualidad y la religión, y tenemos que contentarnos por el momento con una visión poliédrica del origen del fenómeno.

La publicación del interesante texto del profesor Rubia permitirá contribuir de forma seductora al relanzamiento de una cuestión que la cultura europea no sabe cómo manejar, y que confina, por el momento, al silencio de la individualidad privada, pero que nunca en la historia ha tenido este carácter. Probablemente, los europeos confundimos la secularidad civil y la no confesionalidad del Estado con la ignorancia acerca de lo religioso, acompañada de cierta superioridad que ignora algunos imperativos antropológicos como el de la deambulación por las trascendencias que caracteriza a todos los pueblos y culturas. Esta ignorancia podría suponer costes personales y sociales en un mundo que asiste a muchos fenómenos, incluido el vertiginoso derrumbe de ciertas referencias religiosas institucionales, pero no al de la desaparición de las preocupaciones espirituales y religiosas.

En el nº 2.940 de Vida Nueva

Actualizado
08/05/2015 | 04:08
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