Víctor Murillo. Director de Fe y Alegría en Colombia

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“Si no hacemos que la gente pueda acceder a un trabajo digno o dignificante, el trabajo queda inconcluso”

¿Estamos hoy donde tenemos que estar? ¿Estamos haciendo lo que tenemos que hacer? Con 40 años de presencia en Colombia, Fe y Alegría se está haciendo estas y otras preguntas. En educación infantil la institución atiende más de 12 mil personas; en educación formal, cerca de 70 mil niños, niñas y jóvenes; en desarrollo comunitario y promoción social, más de 30 mil ciudadanos se benefician de sus programas. Sin embargo, lejos de conformarse con lo que hace, Fe y Alegría quiere aventurarse a nuevas apuestas: lo rural, la primera infancia, la educación terciaria. Nuevos desafíos que surgen de las nuevas relaciones con el Estado y de la situación que vive el país. Víctor Murillo, Director Nacional, explica las claves de una nueva partitura.

¿Qué implicaría un escenario de pos-acuerdo para ustedes como institución?

Ruralizar Fe y Alegría, buscar las nuevas fronteras geográficas donde Dios actúa hoy y nos está llamando a hacer presencia para ser colaboradores de su proyecto humanizador. Nos va a tocar ir más ligeros de equipaje, no pensando tanto en presencias perennes y propias. Un cambio para poder responder de verdad a las necesidades de hoy. Un cambio cultural fuerte, que lleva a romper los límites del entorno urbano que hemos tenido hasta hoy. Retomo unas palabras que dijo el fundador de Fe y Alegría para decir que, quizá, tenemos que abandonar la comodidad aburguesada de nuestras obras urbanas, donde estamos instalados. Sabemos qué es lo que se ha hecho siempre y lo sabemos hacer; lo que no sabemos es si es lo que tenemos que seguir haciendo.

¿Qué más conllevaría este cambio cultural?

Superar el límite o la concepción tradicional de escolarización, como se ha entendido hasta ahora, y empezar a vernos más como movimiento que como organización, centrados en el discernimiento continuo y la respuesta permanente a la misión de Dios.

Hoy hay que estar más prestos y diligentes ante los desafíos que nos plantea en Colombia este Dios que está encarnado desde una sociedad ansiosa de paz, justicia y equidad. Es una manera nueva de hacer presencia, que nos va a obligar a estar siempre con un pie levantado. La figura de salir de la zona de confort, de la zona urbana, donde estamos ahora, nos tiene que llevar a hacernos próximos de aquellos que hoy están sufriendo con más fuerza la inequidad, de los que luchan por sobrevivir, de donde están hoy las vidas quebrantadas. Eso implica el dónde estamos y el cómo estamos.

Además de las relaciones con el Estado y de la situación del país, ¿qué más ha inspirado estos cambios?

La recuperación del espíritu fundacional, para seguir siendo fieles. Para seguir siendo actuales nos tenemos que mover; tenemos que atrevernos a salir. El mismo hecho de ser movimiento implica esa permanente capacidad de desestabilización, es decir, hay que estar permanentemente leyendo la realidad. Como decía el fundador de Fe y Alegría, el padre José María Vélaz: si necesitamos algo, es audacia y atrevimiento. Ser audaces y atrevidos después de estar instalados 40 o 60 años requiere mucha inconformidad y mucha autocrítica, para saber qué tenemos que dejar. Es más fácil responder a dónde tenemos que estar que responder qué tenemos que dejar, por toda esa serie de vínculos que nacen de las presencias, pero es ahí donde tenemos que ser atrevidos. No estoy diciendo que no haya pobreza e inequidad en las partes urbanas en que estamos hoy; sino que en aquellas apuestas que tiene Fe y Alegría el Estado las está haciendo por él mismo, sobretodo en términos de cobertura, de expansión del derecho a la educación. Hasta ahora habíamos sido aliados estratégicos. Para seguir siendo aliados estratégicos nos tenemos que pensar de manera diferente. Es decir, en el mundo urbano, de pronto la preocupación nuestra no tiene que ser la cobertura, sino la calidad. Tenemos deudas pendientes por pagar en el Pacífico, en el sur de Bolívar, en la frontera colombo venezolana.

Pero además hay una serie de fronteras temáticas que uno debería abordar. La preocupación tiene que ser la calidad. No la calidad de la educación de Fe y Alegría, que sería una mirada más egoísta, sino la calidad de la educación pública, es decir, donde se juega la suerte de los sectores populares. Esa es una apuesta irrenunciable, porque no queremos una educación pobre para el pobre. Desde el compromiso por la vida, por el buen vivir, por la vida digna. Esa es nuestra apuesta: apostar por la vida allá donde están los que padecen la pobreza y la exclusión. Son las fronteras temáticas que se ubican en la calidad de la educación y en la construcción de la nueva ciudadanía, que es donde yo creo que como educación es una apuesta que no se puede hacer esperar.

Educación pobre, no

¿Qué caracteriza a Fe y Alegría?

Tenemos una propuesta muy elaborada y desarrollada, innovadora: “Capacidades y Competencias para la Vida”, donde uno se deslinda de poner el foco en preparar la cabeza, que pareciera que es lo que les preocupa a muchos cuando hablan de calidad o de índices de calidad; para pensar en preparar también el corazón y las manos; es una preparación de cabeza, corazón y manos donde la gente pueda ser protagonista de su vida, aprendiendo a tomar decisiones, a manejar emociones. Hay toda una apuesta para que la educación sea integral, que obligatoriamente tenemos que hacer si queremos responder a las realidades concretas que se viven en nuestro país. Realidades que tienen que ver con la pobreza, con la ausencia de Estado, con las injusticias que se cometen desde lo privado y lo público. Ahí es donde uno debe ser atrevido para hacer apuestas que vayan más allá de las áreas normales del conocimiento donde hasta ahora se ha hecho énfasis. Hay que mejorar. Uno tiene que apostarle a desarrollar las capacidades que tienen las personas, niños, niñas, jóvenes y adultos. Para que se conviertan en dueños y en protagonistas de su vida y desde ahí en protagonistas de los contextos donde están y los puedan cambiar. Esas son apuestas que no admiten demoras. La  justicia social, los derechos humanos, todo lo que tiene que ver con la relación con la trascendencia (Pacho De Roux en algún artículo dice que vivimos una crisis espiritual, más allá de lo religioso). Recuperar o posibilitar que se recupere lo que tiene que ver con la vida digna, para desde ahí reconstruir la vida. Esa es una apuesta clave en la nueva partitura que queremos construir.

¿Qué acciones se están adelantando a nivel operativo para avanzar frente a estos desafíos?

Lo primero es hacer una remirada a toda la oferta de los servicios formativos que tenemos, para que realmente sean de calidad y, además, para que las nuevas fronteras temáticas estén ahí en esas propuestas. A partir de esa remirada, contar con nuevas iniciativas o estrategias, que vayan más allá de lo que hasta hoy creemos que sabemos hacer. Un escenario nuevo que aparece alrededor de la construcción de paz y de la educación de calidad es la acción pública de Fe y Alegría. Tenemos que ser capaces de hacer acción pública, de incidir a nivel regional y nacional en las políticas públicas que mejoren la vida de los pobres; incidir donde se toman las decisiones, para poder romper el círculo de la pobreza y la inequidad. Hay que ser actores públicos, políticos.

También hay que pensar en la apuesta de la educación terciaria, de la educación superior, todo lo que tiene que ver con la educación para un mundo social y productivo. Tenemos que atrevernos a incursionar. Queremos responder en una dirección por la educación técnica y tecnológica y por otra donde normalmente uno hace presencia también, en una educación para el trabajo. En ese contexto de posconflicto, buscar que haya personas competentes para romper el círculo de la pobreza y la exclusión y ver la posibilidad de que la gente pueda acceder a trabajos dignos. Si la formación que uno da no posibilita eso, no estamos haciendo nada. Si damos muy buena educación en los sectores populares, rurales o marginados, pero no hacemos que la gente pueda acceder a un trabajo digno o dignificante, yo creo que quedaría inconcluso el trabajo.

Texto y foto: Miguel Estupiñán

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