Seamos signo y examinemos los signos

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Una pregunta de uno de los participantes del pasado conversatorio sobre Vida Consagrada, tenido en la Universidad Javeriana el 18 de marzo, partiendo de una inquietud planteada por el moderador, el periodista y Director de Vida Nueva Colombia, Javier Darío Restrepo, fue si los consagrados, como signo, éramos confusos o estábamos confundidos.

No pretendo responder a dicha pregunta por medio de este artículo pero sí recordar que como consagrados y consagradas estamos llamados a ser signo en la historia presente de los valores del Reino, “es decir, al ‘mundo nuevo’, al nuevo estado de cosas, a la nueva manera de ser, de vivir, de vivir juntos, que inaugura el Evangelio” (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 23). Pero podríamos ir más allá diciendo que Jesús en el Evangelio nos invita a escrutar los signos del tiempo presente (Mt 16, 3; Lc 12, 56). Se trata, pues, de ser signo, pero también de escrutar los signos, y ello supone una actitud de vigilancia y de atenta observación.

Sin atajos improvisados

Juan Pablo II habló del Concilio Vaticano II como de una “brújula segura” para orientarnos en el camino” (Novo Millennio Ineunte, 57). Se nos pide interpretar “el murmullo de las estrellas de la madrugada sin salidas, ni atajos improvisados” (Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, CIVCSVA, Examinen, 11, c). “Examinar juntos el cielo y velar significa estar todos llamados –personas, comunidades, Institutos– a la obediencia para entrar en un orden diferente de valores, darle un sentido nuevo y diverso a la realidad, creer que Dios ha pasado por aquí así no haya dejado huellas visibles, aunque sí lo hayamos percibido como voz de silencio sonoro, que mueve a experimentar una libertad no pensada, para llegar al umbral del misterio” (CIVCSVA, Instrucción El servicio de la autoridad, 7).

El Reino de Dios se manifiesta en y a través de la Vida Consagrada “bajo el signo de lo pequeño” (Examinen, 16 b, e), como el grano de mostaza (Mt 13, 31-32), optando por los pobres y por el uso de medios pobres, al alcance de todos; y dicha manifestación no es una presencia que necesariamente tiene que ser construida cuanto “descubierta, revelada” (Francisco, Evangelii Gaudium, 71). Para los consagrados y consagradas, el horizonte sobre el que refulgen con menor o mayor claridad los signos del tiempo “está abierto, mientras somos invitados a la vigilancia orante que interceda por el mundo” (Examinen, 17, a).

Examinar la nube, repasar los signos conlleva por lo mismo “cultivar la dimensión contemplativa, incluso en la vorágine de los compromisos más urgentes y duros” (Francisco, 8-9 de julio 2013), pues tanto el Profeta como el consagrado y la consagrada es un hombre o una mujer de tres tiempos: “promesa del pasado, contemplación del presente, ánimo para indicar el camino hacia el futuro” (Francisco, 16-17 de diciembre de 2013). Él debe ser un “signo de humanidad plena” (Evangelii gaudium, 47), y el signo de ello es la alegría.

La Vida Consagrada está, pues, llamada con urgencia a ser signo, y como tal, visible, claro, comprensible, evitando la ambigüedad. Entre las cosas que evidencian la presencia de un signo claro somos llamados a la primacía de Dios en nuestra vida, a la vida en común, a partir de la realidad, a ser pobres y a optar por los pobres sin descuidar a los ricos, y a mantenernos en una actitud de salida hacia las diversas periferias evitando la autoreferencialidad, renovando o cambiando si es preciso las viejas estructuras que nos bloquean y mandan falsas señales hacia fuera.

En la constelación que titila delante de nosotros, especialmente durante la noche y en la madrugada, brilla María, llamada, por cierto, “Estrella de la Evangelización”, a quien decimos: “Acompáñanos en nuestra vigilia nocturna, hasta las luces del alba en espera del nuevo día. Concédenos la profecía que transmite al mundo la alegría del Evangelio, la felicidad de aquellos que examinan los horizontes de tierras y cielos nuevos (cf. Ap 21 ,1) y nos anticipan su presencia en la ciudad humana” (Examinen, 19, g).

Orlando Escobar, C.M.

Teólogo CRC

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