La filosofía como sabiduría del amor

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Un año más, la Pascua cristiana nos ha traído el triunfo del amor y de la vida que vencen el odio y la muerte. Creo que amor y vida tienen mucho que ver no sólo con la fe y la teología cristiana, sino también con una buena filosofía.

Tradicionalmente desde Platón la filosofía es entendida como “amor (filo) a la sabiduría (sophia)”. Pero, desde la modernidad, esto ha llevado demasiado a una absolutización de esa sabiduría como conocimiento/razón, más que como verdadera “sabiduría” (de sapere, “saborear” la vida), cayendo en un racionalismo que olvida el sentimiento y el amor. Por eso, el filósofo y teólogo Raimon Panikkar hace una reinterpretación de esa clásica comprensión, invirtiendo los términos, para definirla como “sabiduría del amor”; pero precisando, de qué “amor” se trata: no simplemente eros, agapé o filia, sino la verdadera sophia griega o la jñana hindú; un amor que es reflexivo y al mismo tiempo extático/no reflexivo, en el que entra el espíritu: es el arte y la ciencia de la vida, que emergen cuando el “amor del conocimiento y el conocimiento del amor se unen” (La filosofía como estilo de vida). La absolutización y endiosamiento de la razón, desde el racionalismo cartesiano (“el hombre es una caña pensante”) y hegeliano (“todo lo real es racional”), es lo que ocasiona la escisión del hombre occidental contemporáneo, ahogando su vida interior. El pensador catalán y universal piensa que es necesario un cambio: hacer entrar en la filosofía el corazón, el amor, para llegar a una filosofía como sabiduría del amor

Curiosamente, una conocida figura de la izquierda hegeliana, Ludwig Feuerbach –que no cita nunca Panikkar–, propone también como un nuevo comienzo para la filosofía la incorporación del principio del corazón al lado del de la razón: “Si la vieja filosofía decía: ‘lo que no es pensado no es’, la nueva filosofía dice: ‘lo que no es amado ni puede ser amado no es’” (Principios de la filosofía del futuro). No es el único caso en esta perspectiva de la filosofía, pero lo señalo particularmente por lo que ha representado en la “alienación religiosa” que denuncia el marxismo.

La filosofía debe ser sabiduría del amor, o “sabiduría amorosa”, y el filósofo debe ser un “amador”; no sólo un amante del saber, sino un “sapiente del amor”, como dice Panikkar. Por eso, el filósofo debe tener un estilo de vida que busque la armonía entre conocimiento y amor; un amor que debe estar también unido a una ética, sobre todo con sensibilidad por los que más sufren, por los últimos. Para hacer buena filosofía se necesita un “corazón puro”, un espíritu ascético y una total entrega. El filosofar incluye el aspecto crítico y la lógica, pero los trasciende para culminar en una experiencia única en comunión con el Espíritu y el Misterio que todo lo envuelve. Lo contrario de los filósofos mercenarios y burdamente materialistas.

Y es que sin amor no hay verdadero conocimiento ni comprensión posible: sólo conocemos realmente a quien y lo que amamos. Sólo el amor abre verdaderamente el terreno en el que entrar humildemente para comprender. Y, como el amor, la filosofía no termina nunca; el filosofar, como la actividad amante, nunca acaba, no es algo estático, sino dinámico, en constante movimiento. El verdadero filósofo debe empezar una y otra vez cada día; podrá y deberá aprender de sus mayores, pero deberá enamorarse personalmente de la realidad que es contantemente nueva y sorprendente.

La unión sagrada entre conocimiento, amor y ética es lo que genera la verdadera filosofía como sabiduría. Por el contrario, la escisión entre los tres lleva a la esquizofrenia del humano contemporáneo, con su falsa contraposición entre razón, ciencia y espiritualidad.

Esta  filosofía como sabiduría del amor nos ayuda a superar la dicotomía entre exterior e interior, entre acción y teoría, entre razón y sentimiento; en definitiva, entre acción y contemplación. Y es el antídoto contra la superficialidad que todo lo degrada.

Victorino Pérez Prieto, filósofo y teólogo

Ilustración: Li Mizar Salamanca

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