Palabra de Galeano

José Luis Celada, redactor de Vida NuevaJOSÉ LUIS CELADA | Redactor de Vida Nueva

Marcela Pérez-Silva le contó el secreto que un hombre de las viñas le reveló antes de morir: la uva está hecha de vino. Si así fuera –pensó Eduardo Galeano (Montevideo, 1940)–, “quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos”. El escritor uruguayo nos dejaba el pasado 13 de abril y, en la hora del adiós, se adivina cuánta verdad encierra su pensamiento.

Dejando hablar a algunos de esos breves relatos contenidos en El libro de los abrazos, hoy entendemos que siempre supo que “nacer es una alegría que duele”; que los homenajes fúnebres, como el que recibió Blas de Otero cuando “ni diez personas iban a sus últimos recitales”, sirven de bien poco; y que, probablemente, como los indios shuar de la Amazonía ecuatoriana, hubiera preferido ser llorado en vida para saber lo mucho que le queríamos.

A sus 74 años, Galeano ya no temía ni creía, pero suya es una profesión de fe (laica) que quiero compartir aquí: “Sí, sí, por lastimado y jodido que uno esté, siempre puede uno encontrar contemporáneos en cualquier lugar del tiempo y compatriotas en cualquier lugar del mundo. Y cada vez que eso ocurre, y mientras eso dura, uno tiene la suerte de sentir que es algo en la infinita soledad del universo: algo más que una ridícula mota de polvo, algo más que un fugaz momentito”.

Descansa en paz, Eduardo, y gracias por hacernos cómplices de ese sentimiento.

En el nº 2.938 de Vida Nueva

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