Editorial

Cómplices del naufragio inmigrante

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EDITORIAL VIDA NUEVA | “No te quedes lejos, Dios mío, que el peligro está cerca y nadie me socorre”. El grito cosido en dolor del salmo 21 se escucha de forma silenciosa en el Mediterráneo. Leerlo y rezarlo en clave de Lampedusa estremece y exige una respuesta. Europa se ha conmocionado ante el naufragio en el Canal de Sicilia de un pesquero repleto de inmigrantes que tuvo lugar el pasado domingo 19 de abril. Aunque las primeras estimaciones hablaban de 700 muertos, la Fiscalía de Catania apunta que el número de víctimas mortales del mismo naufragio podría superar las 850 personas.

La reciente inestabilidad política en el Norte de África y la falta de oportunidades económicas para sobrevivir ha intensificado un éxodo a vida o muerte. Los cadáveres que se acumulan bajo las agua que separan –o unen, según se mire– Europa y África suman en dos años más de 5.000.

El presidente del Consejo Europeo ya ha convocado una reunión extraordinaria de los jefes de Estado y de Gobierno del continente para abordar esta situación. Sin embargo, teniendo en cuenta los antecedentes, pocas decisiones realmente categóricas se esperan tras la mayor tragedia humana jamás sucedida en el mar desde la II Guerra Mundial, más allá de la visibilidad que ha vuelto a poner de manifiesto la fallida política de inmigración y fronteras del continente.

Los parches puestos por la Unión Europea para abordar el problema están dejando en evidencia la falta de un proyecto común. El programa comunitario Tritón, centrado en el control de fronteras, dejaba de lado los matices humanitarios con los que contaba el también deficiente Mare Nostrum italiano. Falta una mayor dotación económica y apoyo a Italia y España como principales países receptores de estos flujos. Urge, sobre todo, primar los planes de salvamento para quienes se lanzan al mar, en tanto que son víctimas. Urge parar los pies a las mafias con todas las medidas judiciales que estén al alcance.

Todas estas son medidas aisladas que, por sí solas, se quedarán cortas porque en realidad lo que se precisa es una actuación integral de Europa, afrontando este drama no desde el miedo ni el control, sino desde el principio de solidaridad que edifique una política migratoria estable que mire más allá de las vallas y los controles fronterizos, para trabajar en los países de origen, en el terreno social, político y diplomático.

Pero más allá de las condenas a los otros, la reflexión ante esta tragedia tiene que dar un salto cualitativo más: todos somos cómplices. Las autoridades políticas, pero también quienes continuamos contemplando estos dramas con la distancia anestésica que da verlo a través de una pantalla de televisión, un transistor de radio o unos papeles impresos.

No basta con compadecerse. Respetar y hacer valer los derechos de los inmigrantes como personas exige de un mayor compromiso, constante en la oración, pero también en la acción social, siendo voz de denuncia en lo cotidiano, ante las devoluciones en caliente o las medidas que criminalizan al extranjero por el mero hecho de serlo. De lo contrario, el drama de este “mar muerto” no cesará. Tampoco el eco: “Nadie me socorre”.

En el nº 2.938 de Vida Nueva. Del 25 de abril al 1 de mayo de 2015

 

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