23 de abril: pasión compartida

Reyes Monforte. EscritoraREYES MONFORTE | Escritora

Escribió Borges que somos ese quimérico museo de firmas inconstantes, ese montón de espejos rotos. Siempre he visualizado ese museo de firmas y espejos en el que se conforma nuestra vida como una gran estancia repleta de libros. Y en el interior de esas obras, historias que delimitan nuestra existencia, que la llenan, que la marcan y que logran definirla. No lo hago ahora porque la vida me haya brindado la oportunidad de convertirme en escritora. Lo hacía cuando me conformaba con ser una lectora dispuesta a devorar con auténtica pasión todo libro que cayera en mis manos. Creo que sin esa vehemencia lectora jamás hubiera logrado escribir con emoción.

En cada uno de los libros de nuestro museo particular, que somos muy libres de escoger y seleccionar, siempre se encierra la pasión por la vida, sea cual sea: la pasión por hacer cosas, por imaginarlas, por pensarlas, por vivirlas, por sentirlas. Estoy convencida de que los espejos rotos de los que hablaba Borges, sean lo que sean y signifiquen lo que queramos que signifiquen, se rompen por el apasionamiento que ponemos en ellos porque, de lo contrario, no se obtiene el mismo resultado.

Cada uno vive esa pasión de manera muy diversa y a cada uno le lleva a parajes distintos. Gabriel García Márquez se preguntaba qué clase de misterio es ese que hace que el simple deseo de contar historias se convierta en una pasión por la que un ser humano sea capaz de morir por ella, y el genial poeta ruso Ósip Mandelstam, enviado a un gulag por sus escritos, reconocía con ironía que en ningún otro lugar del mundo se valoraba tanto la poesía como en Rusia, donde incluso fusilaban a la gente por ella. Al propio Günter Grass, recientemente fallecido, le abrieron un proceso por su obra El tambor de hojalata. Cada uno escoge su pasión, como elige su libro. Y lo mejor es que nunca sabes dónde te llevará esa aventura.

No se puede decir de manera más bella a como lo dijo Ernesto Sábato: vivir es construir recuerdos futuros. Eso es lo que me sucede a mí con la escritura. Y lo que es aún más importante, eso mismo experimenta el lector cuando lee una historia y la incorpora a su memoria como parte de sus recuerdos. Un libro es un boomerang tatuado en negro sobre blanco: cuando lanzas lo escrito, si lo haces con pasión, te vuelve con idéntica efusión. La literatura es vida y, como toda vida que se precie, debe vivirse con pasión y compartirse.

Como todo aquello que se hace con verdadera devoción y auténtico entusiasmo, ese que te hace sentir bien, necesita de la existencia de otra persona para que funcione. Ese es su único sentido, como bien nos legó C. W. Leadbeater: “Somos aquello que compartimos”. En la escritura, como en cualquier otra faceta de la vida que verdaderamente valga la pena, la pasión no es la misma si no es compartida.

Me alegro de que haya un día al año para conmemorar la pasión de escribir y de leer, que al final viene a ser lo mismo. Solo espero que la pasión se contagie el resto del año y del mundo; a cuanta más gente, mejor.

En el nº 2.937 de Vida Nueva

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