En el Canal del Dique la paz territorial es gobernanza local

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Certidumbres de un trabajo pastoral al servicio del pueblo

En diciembre de 2010, cuando vivimos la inundación de más de 15 municipios del norte de Bolívar y el sur del Atlántico por la ruptura de este canal artificial; cuando nos sentimos sin fuerzas ante una vulnerabilidad estructural y los desafíos del cambio climático, nacieron voces de esperanza desde las mujeres de Santa Lucia: “Padre Rafa, ayúdenos a regresar de la miseria en que estamos a la pobreza que teníamos”. La esperanza no significa que todos nuestros problemas estén resueltos… significa que hemos encontrado un camino.

El primer paso que dimos fue reconocer nuestra responsabilidad con lo que ha sucedido y las implicaciones que nos caben en la búsqueda de soluciones. El milagro en el Dique no era multiplicar panes sino procurar que los panes que había alcanzaran para todos. Por ello nuestra tarea era lograr resolver la situación desde las potencialidades de la comunidad. El milagro sería posible si acertábamos en colocar personas detrás de las buenas ideas que estábamos construyendo. Personas que lucharan con fe y solidaridad y fueran capaces de ir hasta el final. Aquí nos jugábamos el paso de habitantes a ciudadanos. El agua nuestra de cada día, que determina nuestra vida y nuestros procesos, debía ser signo de bendición y debía seguir regando esperanzas.

La tragedia vivida nos mostró la precariedad institucional; la forma desarticulada de abordar la problemática del Dique así como los conflictos de intereses que el mismo genera; la pérdida de la memoria colectiva sobre los desastres ocurridos; la falta de un manejo adecuado del territorio; las inversiones hechas en infraestructura no incorporaron la vulnerabilidad a los riesgos; igualmente fue evidente la falta de conciencia y educación ciudadana en el manejo del riesgo. 

Nuestra esperanza, con todo lo hecho hasta ahora y todo lo que nos falta por hacer, es que la paz territorial sea la oportunidad para contribuir en la construcción de unas instituciones democráticas sólidas; de una cultura de la vida; de un quehacer económico que satisfaga las necesidades de todos; de una comprensión del desarrollo donde todos nos beneficiemos de manera equitativa; de un sentido profundo por el medio ambiente y de un espacio decente donde hagamos posible el crecimiento personal y el cultivo de las virtudes que nos edifican. 

Paciencia para sembrar

Frente a toda esa tarea nos preguntamos: ¿Qué tenemos que hacer como Iglesia inspirados en el Evangelio? Lo primero es rescatar el poder de la vergüenza. Si algo acaba vidas, es la corrupción. Enfrentarla es una exigencia de la ética pública. Sonrojarse es un signo inequívoco del sentimiento ético. Cuando nadie se sonroja, entonces todo es posible. La vergüenza reprime el impulso a violar las leyes y frena la voluntad de corrupción. Sentir vergüenza es tener un límite intraspasable. Violado ese límite, la sociedad desprecia a su violador porque sin límites, no se puede convivir. Sentir vergüenza es tener sentimiento de mi propia dignidad. Es tener un dolor.

Lo segundo es promover la vocación política. El político por vocación ha de ser un apasionado por el gran jardín para todos. ¿De qué sirve un pequeño jardín si a su alrededor todo es desierto? Es preciso que el desierto entero se transforme en jardín. Un político por vocación ha de ser un poeta fuerte de la paz territorial. Tendrá el poder de transformar poemas sobre jardines, en jardines verdaderos. Un reto grande es lograr que los políticos por vocación no se dejen ganar de los políticos por profesión. En el Dique han actuado más leñadores que jardineros. Por eso tenemos más selva que jardín. Finalmente quienes piensan en la paz territorial como una cuestión de minutos son los que no tendrán la paciencia para sembrar árboles. Un árbol necesita muchos años para crecer y resistir a quienes quieren cortarlo. En el Dique es urgente soñar y hacer realidad, con los valores, principios y criterios de la Doctrina Social de la Iglesia, un jardín para todos, obra de seres humanos, que tienen el amor y la paciencia para sembrar árboles a cuya sombra no se sentarán.

UN RETO GRANDE

El Programa de Desarrollo y Paz tiene por objetivo generar, junto con los habitantes de la región, condiciones de vida que permitan una paz duradera para colombianos en 85 corregimientos de 29 municipios de los departamentos de Atlántico y Bolívar. Después de la inundación de 2010 se evidenció la vulnerabilidad estructural del territorio ante los desafíos del cambio climático. Junto a otros organismos, la Iglesia promueve el surgimiento de instituciones democráticas sólidas en la región; de una cultura de la vida y de un quehacer económico que satisfaga las necesidades de todos.

Texto: P. Rafael Castillo. Director del Programa de Desarrollo y Paz del Canal del Dique y zona costera

 Foto: Ocha Colombia (Candelaria, Atlántico) Wikimedia Commons

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