¿Para dónde vamos?

Una nación sin Dios y sin su Ley no puede esperar otra cosa que elevados y vergonzosos índices de violencia

corralazo

Son tantos y tan graves los problemas, las incertidumbres, las miserias que se nos han venido encima a nivel de ciudad y de nación, que preguntar para dónde vamos se ha convertido en un deber de conciencia. Preocupa el presente, pero sobretodo es el futuro el que nos pone nerviosos, porque nadie se atreve a decir cuál es el mañana que nos espera.

No es derrotismo y menos falta de fe en Dios. No es solo la economía ni el bajo precio del petróleo ni la tasa de cambio del dólar ni las exportaciones ni el proceso de paz con las Farc. Hablo de la profunda crisis de humanidad que estamos viviendo; de la ausencia de Dios y del Evangelio que empieza a sentirse con fuerza; del nivel de degradación moral a que estamos llegando.

En efecto, los interrogantes se multiplican cada día. ¿A quién le duele este país? ¿Dónde están los buenos ciudadanos y los buenos cristianos? ¿O es que ya ni lo uno ni lo otro? ¿Cuántos y quiénes están verdaderamente dispuestos a jugársela toda por una nación más justa y verdaderamente humana? ¿Por qué tanta apatía, en particular, de cara al futuro? ¿No estaremos pecando tanto por acción como por omisión, por indiferencia, por cobardía o por ingenuidad?

Y esta percepción surge en mí por el hábito de pensar históricamente, del situar la sabiduría cristiana aquí y ahora; nace del cruce de la reflexión teológica con la praxis pastoral, de una teología que se hace acción en un tiempo y en un lugar. Y esto me lleva a hablar de responsabilidades pastorales históricas.

Esta es la realidad. Hay quienes están empeñados en que Colombia reniegue de sus raíces cristianas, de sus tradiciones y valores morales con el pretexto de que el nuestro es un Estado laico y que ya estamos en el siglo XXI. Muchos de los que están en posiciones de mando quieren diseñar una cultura y una sociedad sin Dios, pero con muchos dioses fabricados por ellos mismos, erigidos en defensores de ideologías y de derechos que solo existen en su propia cabeza.

Ellos bien saben que una vez logren que la gente ignore a Dios y pierda el respeto por su Ley, todo lo demás, el bien, el amor, la conciencia, empezarán a ser cosas ya superadas en aras del progreso y de la igualdad entre todos. 

El propósito es reemplazar ese saber que es la ética, la responsabilidad personal y colectiva, las virtudes religiosas y morales, y así empezar a reparar el camino para imponer normas y reglas de conducta inspiradas en intereses y propósitos envenenados, importados de países vecinos, contra la lógica de Dios, que es su Ley, y contra la naturaleza misma. 

Una nación sin Dios y sin su Ley no puede esperar otra cosa que elevados y vergonzosos índices de violencia y de desprecio por la vida humana, de mala fe, de indolencia ante el crimen, de mentira, de abuso y muerte violenta de niños, de ceguera y degradación moral, y de mil miserias más que ya se nos vinieron encima y que no sabemos cómo superar.

Una nación educada, equitativa y en paz, no se construye solo con policía ni con fiscalías ni con cámaras de vigilancia ni con justicia transicional. Es el hombre colombiano el que está enfermo, pues ha perdido el sentido de lo transcendente, no acierta a encontrarse consigo mismo; cada día conoce cosas nuevas, pero cada vez sabe menos sobre el sentido profundo y el valor de su vida y de la vida en sociedad. Es la sabiduría de Dios lo que a nuestros gobernantes y al pueblo colombiano les está haciendo falta.

Estamos mal, el futuro es incierto; de aquí mi invitación a que abramos los ojos, que actuemos hoy mismo como ciudadanos y como cristianos, que reaccionemos antes de que sea demasiado tarde. 

Y que ningún lector me trate de alarmista. Es que no soy ciego ni sordo. Creo en la vigencia, en la fuerza, en la belleza y en la alegría del Evangelio, amo la Iglesia, pero mantengo mis ojos y mis odios bien abiertos, fijos en el cielo y muy cerca de la tierra para ver y oír lo que hablan, lo que sienten y lo que hacen los hombres y las mujeres de mi tiempo.

Me duele pensar que vamos camino de perder hasta la vocación y el sueño de llegar a ser una gran nación. Pienso mucho en el presente y en el futuro de la Iglesia en esta Colombia nuestra, pero soy profundamente optimista, creo en el triunfo de la verdad sobre la mentira, creo firmemente que la última palabra la dirá Dios. No lo duden ustedes.

P. Carlos MarÍn G. Presbítero

Foto: Corralazo

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