La revolución de la cuchara

APERTURA

Comiendo en la olla krishna de la Universidad Nacional

Saxofón, trompeta y trombón. Tres estudiantes de música ensayan a mitad de camino entre “La 30” y la Plaza Che. La melodía que rige la partitura se mezcla con las voces de vendedores y caminantes. En la entrada occidental de “La Nacho” pululan, informales, los puestos de comida. Cerca del mediodía, con su llamativo bigote al estilo imperial, el joven de las donas “rellenas” informa a sus clientes: “una por $700, tres por $1.900 y 5 por $3.000”. 14 chazas se alternan con pequeños negocios que ofrecen desde cine-arte pirata hasta papeles para porro. Suena una tuba. Cubos de Rubik, llaveros, aretes, manillas y otras mercancías, se suman, en venta, a los paquetes de comida chatarra; a los sanduchitos envueltos en vinipel; a los postres caseros; a las bebidas saborizadas; a los dulces que se amontonan junto a cajas con cigarrillos.

Si bien la oferta gastronómica dentro del campus es variada, a la hora de la verdad, que es la hora del almuerzo, el hambriento no dispone de muchas opciones cuando de un menú balanceado se trata. Los amantes del “corrientazo” hacen fila desde temprano en las cafeterías del plantel, donde llegar tarde implica quedarse sin pega y sin silla. Quienes no gozan del subsidio de alimentación deben pagar $4.000 por un almuerzo “rico” en harinas.

Estudiante de la Nacional que se respete vive con la plata contada. Solo una minoría coincide en restaurantes de mayor caché, donde sirven comida “gourmet” en linda vajilla a quien tenga más de $8.000 en su haber. Así las cosas, muchos jóvenes prefieren traer almuerzo de sus propias casas, mientras a otros les toca conformarse con lo que estén en condiciones de comprar.

Una ocasión de servicio

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Camilo Torres cura, Camilo Torres civil, Camilo Torres eleno. La metamorfosis del antiguo capellán es el motivo de un stencil sobre la fachada de la Biblioteca Central. Una columna de humo se superpone a la imagen. De rodillas, ya en la Plaza, un joven se atarea soplando leña al rojo vivo. El fuego crece y calienta la olla comunal. Un día como hoy “la olla”, en realidad, son tres: una olla para el arroz, otra para los fríjoles y otra para el agua aromática. Comienza a congregarse la gente: el almuerzo estará listo a las 12 en punto.

Durante décadas ha habido diferentes ollas comunitarias en la Nacional, expresión de la comunitariedad y de la solidaridad que se promueve entre estudiantes y trabajadores con ideas libertarias. Unas desaparecen, otras se reinventan: todas ofrecen buen alimento a bajo precio. La actual olla de la Plaza Che es la primera vegetariana de la universidad. Fue creada hace doce años por tres estudiantes vinculados a la Conciencia de Krishna. Kripa, uno de ellos, recuerda que la iniciativa salió después de una conversación con su maestro espiritual, quien le recomendó que trasmitiera el conocimiento a través de acciones de servicio en la universidad. Lo primero que se le ocurrió para compartir el mensaje védico de amor, respeto y comprensión fue iniciar clases de yoga en el campus. Los devotos de Krishna son vegetarianos. Por tal razón, paralelamente a las clases de yoga, Kripa comenzó a promover entre sus amigos la creación de una olla comunitaria que acercara a otros al vegetarianismo como medio para una mejor calidad de vida. “Entonces” dice, “no había opciones vegetarianas en la universidad y para una persona que estudia, que no tiene muchos recursos económicos o que todavía es mantenida por sus padres es bastante oneroso pagar un almuerzo vegetariano: en esa época costaba 6 mil pesos en los restaurantes vegetarianos fuera de la universidad; ahora vale 10 mil”. 

Con los años, el número de estudiantes vegetarianos creció. Cuando la olla empezó, Kripa calculaba 20, como máximo. Ahora habla de 700 personas que buscan en esta forma sana de alimentación un modo de ser fieles a sus opciones de conciencia. Pancha, otro de los fundadores, señala que abstenerse de comer carne, en un país como el nuestro, está asociado, además, a una toma de postura contra el modelo económico dominante. Hay una asociación entre la ganadería intensiva y los lugares donde se desarrolla el conflicto armado en Colombia, que afecta no solamente a los animales, sino también al territorio y a la población. “Nos oponemos a ese modelo de acaparamiento de la tierra; de los lugares cultivables, de los lugares que pueden producir el alimento para la gente”. Según su creencia, cuando uno se está alimentando de la violencia genera efectos similares en su mente y en su cuerpo. 

Lo que la olla propone también es una forma diversa de encuentro entre las personas. “Cuando uno tiene la capacidad todavía de sentarse y compartir con los demás hay un acto de humildad (…) cuando nos sentamos acá en el piso todos estamos convocados por el alimento y el alimento es una necesidad vital pero también es una manera de manifestar conformidad o inconformidad”. 

En una universidad donde la alimentación es objeto de negocio exacerbado, la olla vegetariana sigue siendo una ocasión de servicio. Estudiantes con pocos recursos pueden gozar diariamente no solo de un almuerzo saludable y balanceado, sino también de uno hecho con amor. 

“El chef Guevara”

en-vivo

La mamá de Pancha coordina hoy por hoy la iniciativa. Entre martes y viernes, que es cuando funciona la olla en la universidad, llega a primera hora acompañada de dos jóvenes que la ayudan a traer el mercado y los utensilios con que se preparará almuerzo para más de cien personas. Durante el transcurso de la mañana varios estudiantes se sumarán al grupo para ayudar.

Hay cierta mística en la preparación de los alimentos desde la perspectiva védica. Por ejemplo, no se suele probar la comida durante la cocción: la idea es ofrecer lo hecho a Dios y a la Madre Tierra, cuando llegue el momento. Además, mientras se cocina, se intenta hablar únicamente conversaciones que promuevan conciencia. “Metiéndole la mano al trabajo”, los estudiantes que se vinculan al proceso van aprendiendo que de lo que se trata es de brindar un servicio amoroso a los demás, incluso a la naturaleza. Unos cortan leña y prenden el fuego; otros lavan y pican las verduras; hay también quienes se dedican a pelar la piña o la papayuela con las que se preparará la aromática. A cambio todos recibirán su ración. 

“La Madre” tiene el toque secreto: una “masalita” con base en “apio, pimentón, tomate, y amor”, “porque hay que hacerlo es con amor”, enfatiza. Hace once años participa del proyecto. Inicialmente se hizo vegetariana debido a problemas en las articulaciones; sin embargo, cultivar la filosofía védica fue una opción de afecto en relación con su hijo. “Este proceso me ha enseñado a ser más paciente, a tener otros hábitos”, señala. 

Llegado el mediodía, los devotos se reúnen en torno al árbol junto al cual servirán el almuerzo. Ofrendan el trabajo y sus primicias. Junto a la carpa que usan para resguardarse del sol y de la lluvia, un pendón reproduce la imagen del “El Che” registrada por el fotógrafo Alberto Díaz. Con una ligera modificación, Guevara usa gorrito de cocinero profesional.

“Esto también es una revolución”, opina Vanesa, estudiante de antropología. Según ella, hay valor en crearle un espacio y una oportunidad a alguien: “así sea con un almuerzo, es un granito de bienestar que le estás brindado a otro ser”. 

El precio del almuerzo es $2.500 (casi la mitad de lo que vale uno en las cafeterías). Con proteína, aumenta $1.000. En este caso, a los fríjoles y al arroz se les añade una croqueta de lenteja. Todo acompañado de agua aromática, cada día varía el menú. Y cada día son más los interesados en este espacio. A veces, incluso, algún grupo de música andina aprovecha al público satisfecho. Es el caso de hoy. Con el sol en cenit, e instrumentos de cuerda y tambor, el almuerzo termina con una canción.

RECUADRO-1“La medicina es tu alimento, tu alimento es tu medicina”, explica el Venerable Profeta Miguel. Los devotos de Krishna no son los únicos que promueven una alimentación saludable entre los estudiantes de la universidad. A unos pasos de la olla, miembros del Congreso Negro Internacional Etiope Africano venden productos a base de gluten, quinua y proteína de soya.

Miguel Estupiñán

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