Comunidades Construyendo Paz en los territorios

“No creemos en el desarrollo que el Gobierno propone”

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Comunidades construyendo paz en los territorios (CONPAZ) es una red que reúne a más de 117 organizaciones de víctimas del conflicto, las cuales han sufrido violencia como reacción a su esfuerzo por reivindicar el derecho a la tierra en 11 municipios del país. Algunas de ellas han debido valerse de las vías de hecho para tomar posesión de terrenos que les fueron arrebatados por alianzas entre empresarios, paramilitares y agentes del Estado. Comunidades que fueron desplazadas de sus territorios y que al retornar a ellos se encontraron con plantaciones de palma, plátano o banano, sin que el interés privado de los violentos haya perdido su influencia.

De la articulación forma parte el Espacio Humanitario Puente Nayero, creado por habitantes de la comuna 4 de Buenaventura con ayuda de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz. Una iniciativa que busca impedir que familias que en el pasado también vivieron violencia sigan siendo revictimizadas, esta vez, a manos de las nuevas formas de sevicia de los poderosos.

Recientemente la red llevó a cabo una Asamblea General en el Centro de Memoria Paz y Reconciliación de Bogotá. Como fruto del trabajo, en una declaración dio a conocer su comprensión del proceso de La Habana y las incertidumbres que conserva en los territorios que defiende colectivamente. A su parecer, existe una gran distancia entre los acuerdos alcanzados y las expectativas de las comunidades acerca de una verdadera paz, fundada en la verdad, la justicia y la reparación.

Unificación de procesos

La red reúne a más de 117 organizaciones populares

La red reúne a más de 117 organizaciones populares

Vida Nueva (V.N.): Una de las certidumbres desde que inició la actual negociación con las Farc es que ella no implicaba tocar el modelo económico vigente. Sin embargo, dicho modelo es para ustedes causa de conflictos sociales que impiden hoy la paz. ¿Qué decir al respecto?

Marco Fidel Velasco (ACAVIDA): Para nosotros es claro que en La Habana se está negociando la dejación de armas, el silenciamiento de los fusiles. Pero la paz que se garantiza con justicia social es un trabajo que tenemos que bajarlo a las comunidades.

Como  pueblo, hemos sido discriminados y atropellados. No creemos en el desarrollo que el Gobierno propone a través de las grandes multinacionales. De hecho hay experiencias muy concretas, como la de Curvaradó, donde en el 2003 y 2004 nos reunimos más de 500 personas a cortar palma para hacer una zona humanitaria allí. Hay experiencias como la de Cacarica, donde destruimos, aproximadamente, unas 150 hectáreas de Banano y Plátano de Multifruit, que trabajaba para Chiquita Brands; porque se trataba de un desarrollo mentiroso: esclavizar a los campesinos en su propia tierra.

Nosotros sí queremos un desarrollo de nuestras comunidades, pero no ese desarrollo impuesto. Queremos el desarrollo que nosotros nos propongamos pensar y diseñar; y que el Gobierno tenga voluntad para apoyarlo. El desarrollo no es solamente producción; es salud, educación, vías de penetración (beneficios que son obligación del Gobierno); y que no se vean amenazados nuestros recursos naturales con las empresas.

V.N.: ¿Cuáles han sido algunos de los logros de estos procesos organizativos promovidos por CONPAZ? 

Eustaquio Polo (Zonas Humanitarias de Curvaradó, Chocó): Con todos los argumentos jurídicos agotados, hemos estado esperando al Gobierno para que nos restituya el territorio, y no muestra interés. Hemos venido defendiendo nuestros derechos, nuestro territorio. No existían garantías para que cada uno regresara a su tierra. Al vernos desamparados por parte del Estado tuvimos que acudir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Así pudimos entrar a nuestro territorio después de haber sido desplazados. Y desde allí empezamos a tumbar palma para poder implementar los productos que producimos en nuestras comunidades.

También hemos conformado una zona de biodiversidad en las diferentes áreas y fincas. El logro que hemos obtenido con esta lucha, en primer lugar, ha sido la unificación de muchos procesos. Eso ha sido lo que más nos ha fortalecido. Cómo unirnos como campesinos y defender nuestros derechos. Logro importante, también, en nuestro caso, que muchos niños se levantaron sin estudio, durante el desplazamiento. Hemos logrado tener un colegio propio, una educación propia; personas que nos hemos ido formando de las mismas comunidades y vamos enseñando. También hemos logrado tener alianzas con universidades.

Optimismo y reservas

V.N.: ¿Qué valor otorgan a la participación de los jóvenes y de las mujeres?

M.F.V.: Casi en todas las organizaciones la participación de los jóvenes ha sido fundamental. Para que un proceso tenga una buena existencia de años tenemos que pensar en la niñez y en la juventud, porque si nos apropiamos de los procesos únicamente los adultos serán procesos que morirán muy rápido. No queremos volver a caer en el error de solamente pensar en los mayores. La juventud tiene una ventaja: que tiene diferentes formas de expresarse. En Cacarica hay un grupo de rap, de vallenato; a través de la música, la juventud expresa lo que siente. Pero también en las asambleas son animadores de la comunidad. Es algo muy importante, que no se puede dejar detrás. 

En los procesos también se trabaja mucho el tema género, es decir, la participación debe ser equitativa: el mismo derecho que tenemos los hombres de representar lo tienen las mujeres. De hecho, en mi comunidad, en un tiempo, éramos 26 líderes, trece mujeres, trece hombres. Porque cada quien tiene su perspectiva de pensar. Y, en este caso de la violencia, nosotros la hemos sentido como hombres, pero las mujeres la han sentido más. Porque yo como hombre la siento cuando se me golpea, se me amenaza; pero la mujer, cuando se le tortura o se le desaparece a su hijo. Uno como padre sufre, pero más sufre ella. La mujer tiene mucha más historia que contar de la guerra que nosotros los hombres, a pesar de que la hemos vivido juntos; y en momentos ellas han sido también una base fundamental para coayudar a defender la vida de las comunidades.

V.N.: Ustedes insisten en que es diferente hablar de paz en la ciudad y hacerlo desde el campo.

Rodrigo Castillo (Consejo Comunitario Río Naya): La solicitud que hemos hecho de poder ir a La Habana ha sido movida por eso. No se habla a profundidad del problema de tierras y no vemos reflejada nuestra realidad en la mesa. Una cosa es la gente que está en lo urbano de la nación y otra cosa es la gente que está allá en los territorios,  en la zona rural; en zonas, incluso, de difícil acceso, donde difícilmente van a llegar las instituciones del Estado, por un lado, por el nivel de invisibilización y, por otro, por el nivel de desconocimiento de la realidad de las comunidades en esos territorios. Si eso existe, ¿quién mejor que nosotros para poder poner de frente la realidad que estamos viviendo?

Nosotros miramos con buenos ojos el proceso, somos optimistas; mal haríamos en hacer lo contrario. Pero exponemos nuestra preocupación frente a la forma metodológica como se está llevando el proceso. Hay una realidad, el común denominador para Colombia, que es el tema del conflicto armado. Pero hay unas realidades particulares en cada uno de los territorios que no están en el escenario de diálogo. Frente a ello tenemos nuestras preocupaciones, porque esas realidades son típicas de los territorios donde estamos ubicados nosotros.

Otra preocupación es que se está mirando más en función de la dejación de armas. En las evaluaciones que estamos haciendo como CONPAZ hemos ido identificando otros conflictos de los cuales no se está hablando en La Habana; unos conflictos sociales que tomarán fuerza en adelante. En ese sentido nosotros decimos: yo no puedo decir que estoy viviendo en paz cuando no tengo acceso fácil a una institución de salud que pueda atenderme. No puedo decir que hay paz cuando se me niega la posibilidad de incursionar en la vida educativa superior, es decir, cuando no hay universidades para que la gente se capacite, se cualifique, surja en términos académicos… sin esas posibilidades en el marco de un estado social de derecho, sin las necesidades básicas satisfechas no hay paz.

Texto y fotos: Miguel Estupiñán

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