‘La Lechuga’ que deslumbra en El Prado

La custodia de San Ignacio de Bogotá, una de las joyas más hermosas de Hispanomérica

'La lechuga', custodia de la Iglesia de San Ignacio de Bogotá

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | La custodia de la Iglesia de San Ignacio de Bogotá, un verdadero tesoro del Barroco, deslumbra en Madrid. “Es una de las joyas religiosas más ricas y hermosas de Hispanoamérica”, dice Miguel Zugaza, director del Museo del Prado. Por primera vez puede verse fuera de Colombia. El Banco de la República, su actual propietario, ha querido que sea en el Museo del Prado, coincidiendo con ARCO, la Feria de Arte Contemporáneo, que este año ha estado dedicada a Colombia. “Es un sueño tener aquí esta obra excepcional que nos permite viajar a ese El Dorado que fue la América precolombina”, asegura Zugaza.

El extraordinario ostensorio fue tallado en oro de 18 quilates por el orfebre español José Galaz entre 1700 a 1707 en la entonces Nueva Granada por encargo de los jesuitas. El historiador colombiano Luis Duque Gómez, coautor de Oribes y plateros en la Nueva Granada, ha hecho recuento: “Tiene 80 centímetros de altura y un peso bruto de 8.850,30 gramos, incluyendo los soportes internos de hierro. El oro fino que contiene la pieza se calcula en 4.902,60 gramos, equivalente a 157,62 onzas troy”.

Su espectacularidad –y su sobrenombre– se deben a las 1.489 esmeraldas colombianas de excepcional pureza, llamadas “gota de aceite” por su densa transparencia verde impoluta. De ahí que, popularmente, los feligreses la denominaran La Lechuga. También lleva incrustados 28 diamantes de Sudáfrica, 13 rubís del antiguo Ceilán, 68 amatistas de la India, un zafiro de Siam, un topacio de Brasil y 63 rugosas perlas naturales nativas de Curaçao.

“Todo fue traído de los lugares de misión jesuita en el siglo XVIII”, según la narración de Duque. “Si en las provincias del Nuevo Reino de Granada las fábricas religiosas se levantaron con austera sencillez, sin la monumentalidad que alcanzaron las iglesias y conventos en Nueva España, en Nueva Castilla y en el Ecuador –explica–, en cambio una manifiesta suntuosidad se observó aquí en la riqueza de su decoración interior, profusa en el oro de los retablos y de los tabernáculos destinados a la exposición de la Sagrada Forma en ricas custodias y relicarios”.

El comisario institucional del proyecto, Javier Portús, jefe de conservación de pintura española (hasta 1700) del Prado, afirma que es, sin duda, uno de los grandes ejemplos de las custodias denominadas “mayores” y joya que ha dado pie a múltiples leyendas. “Logró superar la expulsión de los jesuitas de los dominios españoles ordenada por Carlos III en 1767, la segunda expulsión dispuesta por José Hilario López en 1850 y la tercera expulsión a manos de Tomás Cipriano de Mosquera en 1861 –sigue afirmando el conservador del Museo del Prado–. Se dice que estuvo oculta durante todos esos años y que nunca salió del país, a pesar de las expulsiones. Solo hasta fines del siglo XIX, cuando los bienes confiscados les fueron devueltos a los jesuitas, la custodia volvió a aparecer en la iglesia de San Ignacio de Bogotá”.

El propio Portús admite que “es de admirar que La Lechuga se haya mantenido íntegra hasta la actualidad, ya que, desafortunadamente, durante los procesos independentistas muchas de las piezas religiosas fueron decomisadas y fundidas para subvencionar la lucha tanto de los realistas como de los patriotas”, explica el conservador. “Las piezas de orfebrería –sigue relatando– son especialmente sensibles a los vaivenes políticos porque con mucha frecuencia acaban desmembradas y fundidas, buscando su valor material sobre su valor artístico y simbólico. En este caso, milagrosamente la pieza se salvó”.

'La lechuga', custodia de la Iglesia de San Ignacio de Bogotá

Mide 80 centímetros de altura y contiene casi cinco kilos de oro y 1.489 esmeraldas

En 1985, sin embargo, el Banco de la República de Colombia compró la custodia directamente a la Compañía de Jesús, que con anticipación había pedido autorización a la Santa Sede para su venta. “Desde entonces ha sido pieza fundamental de la Colección de Arte del Banco y se exhibe de forma permanente y gratuita en el Museo de Arte del Banco de la República en Bogotá como testimonio del arte virreinal”, según José Darío Uribe, gerente general de la entidad bancaria.

“Cuando han pasado 308 años desde su realización, esta custodia ejemplifica la integración cultural ocurrida durante los tiempos virreinales americanos y resguarda en sí el diálogo de tres culturas: la americana, la africana y la europea”, manifiesta. “Extraordinario ejemplo de lo que fue el arte barroco en tierra de orfebres”, según añade Portús, la custodia de Galaz es “el testimonio de cómo este estilo artístico encontró nuevas dimensiones en un territorio en el que abundaban el oro y las esmeraldas, y en el que estaba aún viva la cultura indígena de los más destacados orfebres del continente”. El peculiar empleo masivo de piedras preciosas estaba muy vinculado a la tradición artística local del Nuevo Reino de Granada: “Es una obra única por la combinación que hay en ella de riqueza material, pero, sobre todo, de maestría técnica. Esa manipulación maestra de la forma lo que crea es una obra a la que nos dirigimos sobre todo con gesto de asombro”, asegura Portús.

Es la primera vez que se incluye una obra de orfebrería en el programa de exposiciones del Museo del Prado La obra invitada, que alcanza este año su sexta edición. Hasta el próximo 31 de mayo, esta custodia estará expuesta en la sala 18 A del edificio Villanueva, dedicada al Barroco madrileño. Es decir, rodeada de obras maestras de artistas como Claudio Coello, Herrera ‘el Mozo’ y Antolínez, como apunta el conservador del museo madrileño, “autores de pinturas dinámicas, coloristas y arrebatadas en las que, al igual que en La Lechuga, riqueza, cromatismo y esplendor se pusieron al servicio del culto católico”.

La paradoja del oro y las piedras

Las custodias portátiles –siembre asociadas a la magna celebración del Corpus– adquirieron gran desarrollo y variedad de formas durante el Barroco, y las llamadas “tipo sol” se generalizaron por su claro simbolismo alusivo a Cristo como “sol de Justicia” (Salmo, 18) o como “Luz verdadera que ilumina a todo hombre” (Juan, 1, 9). El ostensorio de Bogotá corresponde a esta tipología, con un sol decorado con 22 rayos mayores ondulantes que rematan en otros pequeños soles adornados con esmeraldas y perlas. En la parte superior del sol se encuentra una cruz con esmeraldas y, como decoración, figuras de hojas de vid y de pequeños racimos de uvas, símbolos de Cristo y la Eucaristía.

“Esta es la parte más importante de la custodia, pues está destinada a exponer a la vista de los fieles, dentro del habitáculo o viril bordeado también por perlas y 63 rayos, la sagrada hostia”, la describe Javier Portús. En el medio, una figura de un ángel con las alas extendidas y los brazos elevados que sostienen el sol: “Este tipo de imaginería fue característica de la Compañía de Jesús –explica Portús–, que usó las representaciones angélicas como estandarte de su evangelización en América. Los jesuitas tomaron la imagen del ángel como parte fundamental del ejército de Dios en los cielos y se identificaron con el culto angélico al concebirse a sí mismos como parte del ejército espiritual al servicio de Cristo en la tierra”.

Debajo del ángel se ubican “dos nudos abarrocados de donde, con toda seguridad, el sacerdote tomaba la custodia para elevarla y mostrarla a los fieles”. La peana, que constituye la base de la custodia, tiene ocho lóbulos y está decorada con hojas de acanto, parras y uvas con algunas figuras zoomorfas y querubines intercalados. “Contiene la paradoja de que ese uso pródigo del oro y las piedras preciosas en su ejecución estética consigue una desmaterialización de la obra a través de la luz, el movimiento y el color, algo no muy habitual en ese tipo de orfebrería durante el siglo XVIII”, indica Portús.

En el nº 2.933 de Vida Nueva

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