Elisabeth Müller

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“Lo importante del laico no es ser un apéndice del cura”

¿Cómo puede una persona que quiere seguir el Evangelio hacer comercio de partes de aviones? ¿Con qué criterios orientar la voluntad para no aceptar todas las leyes del mercado sino animar las negociaciones comerciales a partir de valores más profundos? ¿Cómo hacer empresa de una manera justa, sin atropellar al otro? Preguntas de este tipo acompañan la vida de Elisabeth Müller hace muchos años; vuelven y aparecen de tanto en tanto. Elisabeth no las deja de lado, sino que hace de ellas una ocasión para reafirmar sus convicciones.

Como integrante del Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos (MIIC-Pax Romana), ha dedicado gran parte de su historia a fomentar y mantener grupos de revisión de vida entre estudiantes y profesionales. Oriunda de Porto Alegre, Brasil, Elisabeth estudió ingeniería mecánica y se especializó en ingeniería de aviación. En la actualidad es socia de una empresa de consultoría y cree que hay discusiones de fondo en las que los cristianos tienen que intervenir.

He aquí un escenario de discernimiento tomado de su vida, hace algunos años. La junta directiva de la compañía debía enfrentar dificultades económicas. La primera alternativa, aceptada prácticamente sin discusión, es mirar la hoja de pago de empleados y buscar disminuir gastos fijos: salarios, prestaciones sociales, poner gente de trabajo temporal, ofrecer salarios integrales a los trabajadores… Elisabeth se opuso. ¿Dónde estaría el cristianismo si en ámbitos como el profesional no se intenta ser fermento, en favor de otras formas de economía?

Reflexiones de este tipo tienen lugar en los grupos de revisión de vida que actualmente anima Elisabeth en Medellín, pequeñas comunidades de formación para laicos, orientadas a que cada quien asuma su identidad eclesial con coherencia. De lo que se trata es de dar testimonio en la vida común y corriente, junto a la familia y junto a los amigos; en el trabajo o en el ámbito académico. 

Las grandes definiciones

La convicción de Elisabeth de que ser cristiano implica una manera de caminar y no sólo la asistencia a eventos rituales tiene su origen en su familia, en su época de estudiante, y se ha ido fortaleciendo con el pasar de los años. Durante su juventud, después de que por consecuencia de la dictadura militar en Brasil los movimientos de Acción Católica en los que participaban sus padres se terminaran, Elisabeth buscó hacer parte de otras agrupaciones conformadas por jóvenes cristianos. Sin embargo, se hartó muy pronto de movimientos en donde no había la posibilidad de que el joven pensara él mismo cómo participar de este mundo. En dichos grupos era común que fueran los adultos los que les explicaran a los jóvenes cómo es la vida.

Su búsqueda la llevó, por fin, a encontrar un grupo pequeño que, en aquel entonces, asesoraba el jesuita Hilario Dick. Cuando su camino y el del Dick tomaron rumbos diferentes, Elisabeth decidió involucrarse de manera cada vez más activa y específica con la pastoral universitaria. Junto a un grupo de jóvenes creó el Movimiento Universitario Católico, con una estructura laica de arriba abajo; con un equipo nacional, y con asesores, que llegó a ser aceptado por la Conferencia Episcopal Brasilera.

En una celebración que reunió recientemente a varias de las personas que participaron de dicha experiencia, Elisabeth pudo constatar que la gran mayoría sigue pensando que las grandes definiciones de su vida tuvieron lugar en esos años. Así enuncia ella las convicciones más significativas que desde entonces influencian sus decisiones. “La búsqueda de la justicia, del bien común, de la equidad; la opción por los pobres”.

Después de salir de la universidad, Elisabeth hizo parte durante dos años del Secretariado Latinoamericano del Movimiento Internacional de Estudiantes Católicos y de Juventud Católica Internacional. Un equipo pequeño, con sede en Lima (Perú), con el cual viajó a distintos países para fomentar y asesorar movimientos; para participar en reuniones de conferencias episcopales y acompañar grupos. En ese tiempo conoció a Santiago Pérez, un colombiano del cual se enamoró y con quien fijó en la capital de Antioquia su lugar de residencia. Entre Colombia y Brasil, Elisabeth no ha perdido en estos años el entusiasmo con el cual una generación cantó su deseo de arriesgar: “Ay de mí si no lo hago”.

Texto: Miguel Estupiñán

Foto: Archivo Particular

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