El fracaso de algunas oficinas

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“Las oficinas de comunicación deben tomarse más en serio su papel y asumir con más riesgo su responsabilidad”

Debe ser muy difícil encontrar una institución que produzca más documentos escritos que la Iglesia Católica. Desde la Santa Sede hasta la parroquia más pequeña hay una propensión a producir cantidad ingente de materiales escritos sobre los más diversos temas y situaciones. Pero entre más alta e importante la instancia eclesial que los produce, más dificultad se encuentra para llevarlos con oportunidad y precisión a quienes están destinados. Hay una inclinación a hacerlo llegar a los obispos, al clero y a los religiosos. Pero, aun en esta línea de distribución, los alcances no siempre son importantes. Y, valga la verdad, no siempre el ánimo de leer invade al estamento evangelizador. Pero la falla de divulgación habría que localizarla en ciertas oficinas.

Esas oficinas suelen denominarse de comunicación. Las recorro en sus páginas y lo que se encuentra en ellas es una especie de incesto periodístico pues unas reproducen a otras, y esto casi literalmente, y después se da el proceso inverso y pare de contar. No se ve una acción comunicativa con ganas de lograr algo importante. Viven un poco engolosinadas con el mundillo episcopal y del clero y se nutren sin descanso del dicharachero pontífice que nos ha dado la Argentina. No es claro qué es lo que tienen como propósito estas oficinas de comunicación. Pese a todas las sugerencias de la misma Iglesia para que el uso de los medios de comunicación sea intenso en la comunidad cristiana, esto, al menos en las oficinas situadas en los puestos de mando de la Iglesia misma, no se ha cumplido con demasiado rigor.

Y, sin embargo, las tareas por hacer o que podrían hacer estas oficinas de comunicación es inmenso. Un ejemplo, la divulgación con fuerza del magisterio eclesial, comenzando por el pontificio y no conformarse con que solo se transmita de tanto pensamiento unas cuantas frases sueltas en algunos medios que solo se fijan en lo anecdótico o polémico. Y esa divulgación debería ser capaz de llegar a quienes en realidad les caería bien conocer la enseñanza eclesial en cada campo específico. Doctrina social, ética, económica, bioética, caridad, familia y matrimonio, etc., son todos temas con destinatarios muy claros, pero que rara vez pasan de estar en manos de obispos y sacerdotes. Los grandes medios de comunicación, por ejemplo los escritos, han ampliado su radio de acción con la presencia en internet, con foros enormes, con publicaciones en serie, con programas en televisión y así logran que sus contenidos lleguen a muchísimas personas. La cuestión es saber moverse.

¡Alguna vez la oficina de comunicación de la Curia de Bogotá era en el sótano! Hoy ya no, por fortuna. Pero quizás habría que pensar que las oficinas de comunicación de los estamentos directivos de la Iglesia no estén situadas en las mismas instalaciones de la burocracia pues pueden tomar ese mismo espíritu y realmente su misión es de avanzada, no de conservación del puesto. Si el propósito de la Iglesia, lo que justifica su existencia es evangelizar, como lo repiten los papas cada vez que están recién elegidos, las oficinas de comunicación deben tomarse más en serio su papel y asumir con más riesgo su responsabilidad. Y esta consiste en transmitir con eficacia el mensaje de Cristo y de su Iglesia, viendo la manera de que esté llegando a quienes debe llegar. Este trabajo se puede hacer y se puede medir, pues lo hacen todos los días el resto de oficinas de todas las instituciones que las tienen en su organización.

En mora

Estrategias de comunicación puede ser la expresión más o menos precisa para lo que quiero decir en estas líneas. No las ve el lector o el radioescucha o el televidente en muchas acciones promovidas por estas oficinas de comunicación. Y es que la comunicación es todo y en todos los campos de la vida. Jesús fue un comunicador por excelencia, tanto para el grupo íntimo de los apóstoles, como para las muchedumbres que lo seguían con ansiedad espiritual. Y para todos tuvo una palabra efectiva, contundente, estremecedora. La Iglesia, desde la Santa Sede hasta la curia más humilde, está en mora de tomarse en serio una tarea que con los medios actuales de comunicación es imperdonable no realizarla en forma excelente. Seguro que en el juicio final saldrá una pregunta sobre este tema. Quedan advertidos.

Rafael de Brigard Merchán, Presbítero

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