Joan-Carles Mèlich: “La lectura es un acto religioso, de creencia y de devoción”

El filósofo barcelonés publica ‘La lectura como plegaria’

Joan-Carles Mèlich, filósofo

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Escribir es rezar, y leer es una plegaria”. Así define el filósofo Joan-Carles Mèlich (Barcelona, 1961) su pasión por la lectura, tema central de su último libro, que no podía titularse de otra manera, por tanto: La lectura como plegaria (Fragmenta Editorial). Los 262 aforismos que publica este profesor de Filosofía de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Autónoma de Barcelona componen un recorrido apasionante y muy personal sobre la trascendencia de la literatura, pero también es una ventana abierta a las cuestiones filosóficas que desde hace tiempo le preocupan: la distinción entre moral y ética, por ejemplo.

Aunque el autor de ensayos como Filosofía de la finitud, La lección de Auschwitz, Ética de la compasión o Lógica de la crueldad también hace en esta primera entrega de sus “fragmentos filosóficos”, como él los denomina, una verdadera confesión en torno a la religión, la fe, Dios. “Si pudiera saber qué es la religión, dejaría de preocuparme por la religión”, dice uno de ellos. “La experiencia del abismo abre las puertas de la religión” o “No hay religión sin misterio. No hay religión sin angustia. No hay religión sin vértigo”, afirma en otros. Le pregunto sobre todo ello citándole algunos de sus aforismos.

PREGUNTA.- “Dios cree en mí, pero yo no sé si creo en Él”…

Joan Carles Mèlich, filósofoRESPUESTA.- Sí. Así me lo pregunto. “Cree en mí” quiere decir que yo, como muchos de nosotros, he sido educado en una cultura religiosa católica, de lo que estoy muy contento. Y por tanto siempre me han transmitido el mensaje de que Dios me quiere. Pero, a veces, tengo dudas. No sé si creo en Él. ¿Qué es lo que me hace dudar? En uno de los aforismos me pregunto: “¿Es Auschwitz la prueba de la no existencia de Dios?”. Es decir, el tema de mal. No sé qué responder. Ya sé que hay teologías que han contestado. Pero ese silencio de Dios es el que me hace dudar. Digámoslo de otro modo. Creo que hay una religión de Viernes Santo y otra de Sábado de Gloria. La mía sería la de Sábado de Gloria. Este aforismo se podría entender como una confesión de que yo soy de este Dios triunfador. De ahí que el día de la Semana Santa que encuentro más fascinante, y también inquietante, sea este Sábado de Gloria, en donde no hay ni muerte ni resurrección. Es el momento de la duda que, a veces, se resuelve el Domingo de Resurrección. He intentado confesarme en este libro.

P.- “¿Somos imagen de Dios? Quizás sí, pero no de un Dios bueno y amable, sino de uno cruel, vicioso y corrompido”.

R.- Es fácil de comprender. En el fondo no estoy hablando de Dios, sino del hombre. Es un retrato de lo que está pasando, por ejemplo, con las decapitaciones, con gente encerrada en jaulas por su fe. Ejemplos recientes no faltan. No quisiera centrarme en el islam. Es también lo que está ocurriendo desde hace años en Israel. Es decir, lo que quiero denunciar es cómo a veces usamos la Palabra de Dios para legitimar el horror. Es lo que me preocupa. Sobre todo, cuando alguien en nombre de Dios puede exterminar, matar a otra persona. Me parece que es lo más antirreligioso que existe. “Freud dice que Los hermanos Karamázov es la mejor novela que jamás se haya escrito. Y tiene razón”, dice otro de mis aforismos. Y así lo creo. En esa novela de Dostoievski hay un capítulo con la leyenda de “El gran inquisidor”, que es un texto impresionante. Al inquisidor se le aparece Jesús, que le dice ‘dime a mí lo que estás haciendo. Cuéntamelo a mí. Por qué estás matando en Mi nombre’. Hay otro texto fantástico, sobre el que escribiré en mi próximo libro, como es la parábola de la adúltera de Juan, 8, en la que Jesús contesta que “el que esté libre de pecado, tire la primera piedra”. Eso es la ética. Esto es la verdadera religión. Y no esa que mata en nombre de Dios. Un hijo de Dios, el que es imagen de Dios, no puede matar en nombre de Dios.

P.- “Lo legal y lo moral ordenan. Lo ético desordena”.

R.- La distinción entre ética y moral es, para mí, una necesidad de ser preciso. La moral es un conjunto de leyes y de normas, de reglas de conducta, que tiene un individuo en tanto es miembro de una sociedad. La ética es siempre cuando te encuentras ante una situación determinada, frente a alguien concreto y tú tienes que responder ante ello. El ciudadano tiene que vivir ante esa dicotomía. Entre la respuesta ética, aquí y ahora, en la que no hay ninguna regla, únicamente la demanda del otro; y por otro lado, las normas en las que ha sido educado. Para entender esto, creo que el mejor texto, o uno de los mejores, es justamente la parábola del buen samaritano. Moral tiene todo el mundo. Los tres personajes tienen moral. Pero solamente el samaritano da una respuesta en contra de su moral. Si hubiera sido moral, es decir, según los principios en los que había sido educado, habría pasado de largo. Para dar una respuesta ética, para hacerse cargo de ese hombre herido, tiene que trasgredir su moral. Eso es para mí fantástico. Es una de las grandes lecciones de la literatura evangélica. Creo que hay que reivindicar la lectura de los Evangelios, como también, por ejemplo, las tragedias griegas, Antígona, por citar una. El Evangelio es una fuente de conocimiento cultural y ético de primera magnitud. Nos enseña, entre otras cosas, esa dicotomía entre lo moral y lo ético.

Escuchar la palabra

P.- “Escribir es rezar, y leer es una plegaria”.

R.- Sí. Para mí sí. La lectura es algo fundamental en mi vida. Cuando digo que para mí leer es una plegaria y escribir es rezar, quiero decir que son actos fundamentales en mi vida. Algunas personas leen para Joan Carles Mèlich, filósofodistraerse o para buscar información; yo leo para continuar viviendo. No podría vivir sin leer. Como el creyente no puede vivir sin rezar. La lectura para mí es un acto religioso, de creencia y de devoción. Y de respeto. Intento con este libro reivindicar la lectura, sobre todo de los grandes clásicos del siglo XX. Hoy día falta la lectura atenta de estos grandes textos. Como los evangelios, como las grandes tragedias griegas, como El Quijote, esos grandes títulos que resisten el paso del tiempo merecen respeto. Ante todo, hay que escuchar la palabra. De ahí que leer sea una plegaria, que puede ser religiosa o laica. Hay quien reza dentro de una institución religiosa y también quien lo hace de otra manera. Yo, digamos, rezo en ambos lugares.

P.- “La literatura es una forma de vida, porque la vida, como la literatura, es disonante, ambigua y ambivalente”.

R.- Exactamente. Creo que vivimos en un momento en el que cuesta mucho aceptar que en la vida hay ambigüedades. Es decir, que hay un tiempo para vivir y otro para morir. Para sembrar y para recoger lo sembrado. Para reír y para llorar. La vida tiene esto. No todo son, como diría Descartes, verdades firmes y seguras. Hay ambigüedades, hay tiempos de luces y de sombras. Hay dudas. Por ejemplo, hablando de la fe. La fe que no duda está muerta. Es decir, un ser humano, por muy grande que sea su fe, siempre tiene momentos de duda. Y no me refiero solo a la fe religiosa. La vida tiene claroscuros. La literatura, frente a otro tipo de textos, nos coloca en estas ambigüedades. Por eso me parece que un buen texto narrativo, como las novelas de Charles Dickens, por ejemplo, tiene esa ambigüedad que expresa muy bien lo que es la vida. Para mí, la lectura y la vida van unidas. Como la música, como el arte. La lectura, la relectura, la lectura continua. La lentitud, por ejemplo. Es otra de las ideas que está en este libro. Lo más importante de hoy es lo que necesita tiempo para hacerse, lo que necesita su tiempo. Es verdad que ahora no está de moda la lentitud, pero más que la lentitud, lo que reivindicaría es el tiempo adecuado, es decir, las cosas necesitan su tiempo. La lectura, la amistad, el amor, la paternidad o la maternidad, el paseo…

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.931 de Vida Nueva

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