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ENTRE PALABRAS: ‘La montaña mágica’, de Thomas Mann


La montaña mágica, de Thomas Mann

Título: La montaña mágica

Autor: Thomas Mann

Editorial: Edhasa, 2009

Ciudad: Barcelona

Páginas: 1.056

LUIS RIVAS | El tiempo fue protagonista de las novelas más importantes del siglo XX, desde la obra magna de Proust hasta la odisea en un día de Leopold Bloom. Un tiempo burgués, de gentes insatisfechas pero terriblemente ávidas de más y más tiempo, y aun optimistas, por desear nuevos lapsos para llenarlos de experiencias de euforia o, al menos, para seguir fluyendo como ukiyos con pies. Una gestión del tiempo, en definitiva, que vendría a desmontar la Gran Guerra y que acabaría pulverizando las revoluciones a base de nervio y fanatismo.

Thomas Mann comenzó a escribir La montaña mágica en 1912, sin saber, como ocurre en estos casos, que la novela se convertiría en el estandarte de su creación, ni que esta se le llevaría una parte importante de la vida. A la publicación del texto, una docena de años después, la I Guerra Mundial había finiquitado el mundo de ayer, alumbrando de paso un futuro totalitario que muchos, como Zweig, hubieran preferido no ver. Tuvo, por tanto, nuestra novela de hoy carácter de crónica histórica en el momento mismo de ver la luz, pese a haber sido codo con codo con el presente de más de una década. Cosas del tiempo.

En un momento indeterminado del primer cuarto de siglo XX, el joven Hans Castorp visita a su primo en un sanatorio alpino para tuberculosos. Completados sus estudios de ingeniería, es momento de cumplir con la familia, sin dejar de anticipar, eso sí, el feliz momento de incorporarse a su puesto de trabajo en la Tunder & Wilms.

Sin embargo, la gélida atmósfera de la montaña, que cura los pulmones y corta el aliento, acompasará la respiración del protagonista a una nueva cadencia, revelándose ante sus ojos como una nueva dimensión de lo real, aislada de problemas y anhelos de ordinario.

Thomas Mann, autor de La montaña mágicaEn la línea más pura del Romanticismo alemán, la naturaleza se encarga de limpiar al hombre como en los frescos de Friedrich, un hombre enfermo de seriedad y cotidianidad, de la polución del capitalismo y las ideologías, haciéndolo renacer para el mundo como un superhombre nietzscheano.

En el Sanatorio Internacional de Berghof, el protagonista recuperará la mirada inquisitiva de su infancia, desarrollando una curiosidad aristotélica que visita los campos de la botánica con idéntico interés que los de la enfermedad, sin dejar de pasar por los de la religión y la muerte, el amor, la estética o el honor, replegándose sobre sí mismo para impulsarse y crecer.

En las montañas de Davos, trasunto del monte Olimpo, al protagonista se le revelan los universales de Platón, donde toda lección es abstracta y, por ende, teórica, y se rumia en peripatéticos paseos que miran por encima del hombro, desde el cielo de la montaña, los quebradizos tejados de las cavernas del hombre común.

Debido a ello, la acción, entendida como proceso que se desarrolla en el tiempo, apenas tiene cabida en una narración cuasi filosófica, de prosa magistral y erudición abrumadora, donde la felicidad consiste en echarse en una chaise longue a poner la mente en blanco.

Así las cosas, el saber y la esencia misma de la persona van moldeando al joven Castorp a través de la interacción con los peculiares habitantes del sanatorio, hombres y mujeres extirpados de la sociedad por mor de su enfermedad, y que han aprehendido el mundo gracias a la ausencia de preocupaciones mundanas.

Especialmente memorables resultan los personajes de Settembrini y Naphta, mentores del protagonista en su exilio montañoso, escritor renacentista y jesuita estricto, respectivamente, que al formar a Castorp nos van formando a nosotros mismos y a los lectores del futuro, según la máxima de Goethe.

Tras este repaso, que no pretende desvelar mucho, probablemente a usted le sorprenda que el propio Mann rechazara los consejos de su médico para ser internado en un sanatorio de los montes de Davos. Y, en su biografía, el brillantérrimo escritor alemán nos dejó oculta una enseñanza para esta, nuestra posmodernidad globalizada: el plan de fuga, la válvula de escape, la idealización del retiro que están representados de manera febril en su libro han de considerarse una entelequia, una aspiración no totalizante a satisfacer de formas parciales. Y qué mejor forma que a través de las obras de arte.

Si se siente agobiado por su trabajo, le asfixia la presión social y/o familiar e incluso la corrupción política, si ha comenzado a fantasear con largarse a Alaska, con vivir a cubierto en una cárcel o enrolarse en un convento, no espere un minuto más y adéntrese en esta cumbre imprescindible de la aventura humana.

En el nº 2.931 de Vida Nueva.

Actualizado
27/02/2015 | 04:01
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