Editorial

El desbloqueo real entre los Estados Unidos y Cuba

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Una declaración de presente. Con ecos de pasado e intenciones de futuro. El 17 de diciembre de 2014, Estados Unidos y Cuba comunicaban al mundo el inicio de un proceso de normalización de las relaciones bilaterales de ambos países. Después de 53 años con una comunicación nula y enfrentamiento tácito, se abre la puerta a un diálogo que parecía imposible.

Es cierto que, a día de hoy, el embargo comercial y las principales sanciones económicas siguen vigentes, pero ya hay signos que hacen pensar en una distensión real, como facilitar el envío de remesas a la Isla, la mejora de las telecomunicaciones o las facilidades para entrar y salir del país.

Este punto de inflexión ha contado con un actor fundamental: la Iglesia. La valentía y el carisma de Francisco para ejercer de mediador entre ambas partes ha permitido acelerar un proceso en el que la diplomacia vaticana viene trabajando desde hace décadas. La impagable aportación personal del Papa no solo no ha eclipsado el minucioso trabajo en la trastienda de los últimos 18 meses, sino que lo ha puesto en valor.

Testigo y artífice de este deshielo es el cardenal de La Habana, Jaime Ortega, que desde hace 34 años viene pastoreando a una comunidad creyente que ha sufrido la opresión, haciendo suyos los desvelos de Juan Pablo II y Benedicto XVI para dar salida a esta crisis que rebasa lo institucional.

Así lo expone en la entrevista que ha concedido a Vida Nueva, en la que relata en primera persona cómo ha vivido la reciente negociación entre la Casa Blanca y el Gobierno cubano. Su testimonio reivindica, una vez más, a la Iglesia como agente mediador sin intereses particulares, únicamente el de hacer presente el Reino de Dios y crear una cultura del encuentro donde las personas sean el centro y no las ideologías o los postulados económicos.

Como bien le apuntó Francisco en la conversación telefónica con Obama que desvela el cardenal Ortega, el enfrentamiento entre La Habana y Washington es mucho más que la pugna entre dos países: detrás están el sufrimiento y las carencias cotidianas del pueblo cubano, el dolor de sus compatriotas exiliados, pero también se juega la estabilidad de América Latina.

Por eso, si los pasos dados hasta ahora deben ser valorados, cabe recordar que resultan insuficientes. Es cierto que, después de cinco décadas sin compartir mesa, resulta complicado iniciar una relación basada en la confianza. Sin embargo, se presenta como el valor imprescindible para avanzar en esta búsqueda del entendimiento, junto con la renuncia a imponer un programa de máximos.

La política de aislamiento de los gobiernos norteamericanos ha castigado aún más a una ciudadanía de por sí atrapada en una dictadura comunista que no garantiza sus derechos y libertades.

Ahora solo queda esperar a que esta apertura de Estados Unidos no se paralice por presiones electoralistas y que Raúl Castro no se enroque en utopías nostálgicas y permita acelerar la transformación de la Isla, para que los principios democráticos dejen de ser un sueño y se puedan palpar de forma real en las calles de Cuba. La Iglesia, como hasta ahora, estará ahí para recordárselo a unos y a otros.

En el nº 2.931 de Vida Nueva. Del 28 febrero al 6 marzo de 2015

 

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