Una urgencia pastoral

herencia

“El matrimonio y la familia son un proyecto de Dios y una repuesta al ser del hombre y de la mujer”

Una de las más claras expresiones de la creatividad en la acción pastoral es el saber dar prioridad a lo que verdaderamente reviste ese carácter. El matrimonio y la familia lo tienen.

La familia es una realidad sagrada, es patrimonio de la humanidad y por eso no es negociable. Es uno de esos “activos intangibles” que el Estado y la sociedad necesitan y a los cuales no pueden renunciar. El matrimonio y la familia no son creación del Estado, de ninguna autoridad humana, ni un subproducto de la cultura ni una realidad simplemente jurídica ni espacio adecuado para hacer ensayismo ideológico, sino un proyecto al mismo tiempo divino y humano. El matrimonio y la familia son un proyecto de Dios y una repuesta al ser del hombre y de la mujer.

El ser humano es varón y es mujer, con diferencias biológicas, genéticas, psicológicas y espirituales que se complementan y enriquecen recíprocamente; los hijos son signo y fruto de la fecundidad del amor que hombre y mujer se profesan, son regalo y premio de Dios.

Esto hace necesario no renunciar nunca al empeño de construir, enriquecer y proclamar ante el mundo una auténtica cultura de la vida familiar a partir del ser humano, hombre y mujer, de una concepción sana de la persona humana y de la vida en sociedad, de la dimensión personal del amor de la pareja, del sentido profundo de la complementariedad entre el hombre y la mujer, de los derechos individuales y familiares de toda persona y de la misma pareja, de la familia como primera escuela de la vida. Una cultura que encarne la respuesta que el hombre y la mujer se dan a sí mismos cada vez que preguntan qué significa hacerse hombre, ser y vivir como hombre y como mujer, crecer como persona y como pequeña comunidad de personas.

El futuro y la familia

Es suficiente lo dicho en estos párrafos para entender por qué la Iglesia de Jesucristo nunca puede cansarse de enseñar la teología del matrimonio y de la familia, anunciar la alegría de ser y de formar familia, de proclamar y defender la sacramentalidad y la santidad de ambos como santuario de la vida bendecido por Dios, su vigencia y su universalidad.

El papa Pablo VI vislumbró ya desde los años de su pontificado “la amenaza de la destrucción de la familia por la privación de los hijos”. San Juan Pablo II alzó su voz para proclamar que “el futuro de la sociedad pasa por la familia”. Y el papa Francisco en reiteradas ocasiones se ha referido a “colonizaciones ideológicas que buscan destruir la familia” y a “intentos de redefinir la institución misma del matrimonio guiados por el relativismo, la cultura de lo efímero, la falta de apertura a la vida”.

También en nuestra patria, la Corte cuya misión es guardar y defender la Constitución Política no oculta su intención de redefinir el matrimonio para congraciarse con quienes, con base en ideologías contrarias al proyecto y a la Ley de Dios, quieren exigir que se de vigencia a supuestos derechos.

De plausible no dudamos en calificar la actitud de algunos párrocos que muestran cercanía con quienes están viviendo esa hermosa experiencia humana de amarse y buscan con base en el amor mutuo construir una familia como proyecto de vida. Fruto de esta cercanía bien puede ser el que esas parejas vuelvan a celebrar el Sacramento en la iglesia parroquial, y no lo sigan haciendo en capillas de clubes y haciendas donde la celebración se utiliza para montar un costoso evento social. Y además puede abrir las puertas al seguimiento de las parejas jóvenes ya casadas.

Igualmente plausible es la actitud de quienes se muestran cercanos a las familias que sufren pobreza, enfermedad, desempleo; a los hogares donde hay violencia intrafamiliar, las visitan, oran con ellas y por ellas. Y es que el sacerdote, además de pescador de hombres, tiene que ser experto en remendar redes, en recomponer relaciones humanas rotas, experto en derribar muros y construir puentes, en reconstruir vidas humanas heridas por el dolor, el fracaso, la enfermedad, la soledad, etc.

Estas tareas no se cumplen desde una oficina. Es tarea propia de la parroquia, de cada parroquia, la Iglesia en las casas, donde el Pueblo de Dios se inicia en el conocimiento, en el amor, en la  celebración y el seguimiento de Jesucristo, en el servicio a los hermanos y en la construcción del  Reino.

Lo que es la familia para la sociedad, célula básica viva, eso mismo es una parroquia para la misión de la Iglesia.

P. Carlos MarÍn G.

Presbítero

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