Testigo de la guerra habla de la Paz

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El padre Javier Giraldo, S.J. ha sido testigo de la guerra al lado de los campesinos de San José de Apartadó (Antioquia), según él, objetivo del coronel Germán Rojas Díaz, comandante de la Brigada XVII, quien públicamente lo invitó “a desmovilizarse”. Giraldo, como miembro de la Comisión Histórica ha sido, además, testigo ocular en las conversaciones de paz de La Habana.

Una eventual firma de un acuerdo de paz, ¿cambiaría la vida de la gente de San José?

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Estamos con una propuesta ahora, que no sabemos si va a ser posible; para que dentro de la comunidad y, sobre todo, en veredas que no eran de ella pero en donde había pequeños núcleos de familias que simpatizaban con su reglamento y que estaban sometidas permanentemente a bombardeos, a enfrentamientos, se tengan espacios humanitarios, o sea, galpones pequeños, donde la población civil se pudiera refugiar y no fuera atacada por ninguna de las dos fuerzas. La idea es que se retire el puesto de policía y la base militar de en medio de la población civil, porque, además, eso está en contra de varias sentencias de la Corte Constitucional. Pero no hay respuesta. Es como hablar con una pared. Y estamos esperando a ver si como forma de desescalonamiento del conflicto aprueban esta propuesta. 

¿Usted ve posible los acuerdos de paz?

Yo creo que sí va a haber acuerdos de paz. Tengo muchas preocupaciones frente a eso, porque yo he estado ya varias veces en La Habana, y se los he comentado al equipo de negociadores de las Farc: que los dos preacuerdos están escritos en caracteres demasiado gruesos, ahí no está contemplado cómo se va a implementar todo eso, quién lo va a hacer, cuándo, nada…

Por ejemplo, si firmamos el preacuerdo agrario, que es fundamental: ahí hay cosas como el catastro agrario, el fondo de tierras… hace tiempo se ha prometido un fondo de tierras con la tierra incautada a narcotraficantes. Eso nunca ha funcionado. Pero hay medidas que ellos (las Farc) han propuestos más drásticas, por ejemplo, la expropiación de terrenos que no están siendo usados para nada; restringir los terrenos de ganadería, que forman un porcentaje enorme de la tierra del país y que además la dañan. Ninguna de las propuestas de ellos que tocan más directamente la distribución de la tierra ha sido aprobada. Entonces, la concentración de la propiedad va a quedar hasta peor que antes, ahora sí legalizada.

“Dentro de la estrategia de Santos la tierra es para minería”

“Dentro de la estrategia de Santos la tierra es para minería”

Dentro de la estrategia de Santos la tierra es para minería y para entregársela a las multinacionales. Ahí hay algo que a mí me preocupa mucho, es como una especie de red de trampas muy bien articulada para llegar a lo que Santos siempre ha querido (no solo Santos, sino también toda la clase dirigente): reorganizar este país. Y las gabelas que él le está entregando a la guerrilla son más de tipo político y jurídico; es como ofrecerles el paso a un partido político, que es otra gran preocupación mía. Porque en el punto de víctimas, uno de los subpuntos es el problema del paramilitarismo y eso no se ha tocado. Por ejemplo, este año, en que ya la Marcha Patriótica anunció su participación en las elecciones de alcaldes, lleva 70 muertos. Y eso ha pasado desapercibido ante los medios y ante la sociedad, o sea: se está repitiendo el problema de la UP, pero no tan masivo como antes, pero sí a cuenta gotas.

El control paramilitar

¿Esto parece darles la razón a los que prevén que el posconflicto será todavía peor que la guerra?

cdpsanjoseEs difícil avanzar como profecías, pero yo sí tengo muchos temores de cómo va a ser ese posconflicto, por los análisis que yo he hecho del paramilitarismo en el pasado, desde Uribe; yo creo que el paramilitarismo desde el gobierno de Uribe se legalizó. Tras la primera posesión de Uribe, al otro día, él se fue a Valledupar a inaugurar las famosas redes de informantes, que eran como su nueva estrategia, que él la tenía muy bien pensada. A la mitad del primer gobierno de Uribe, yo tuve una charla con el que era Viceministro de Defensa en ese momento, Andrés Peñate, que después estuvo en el DAS. Y él hasta me tenía unos papeles preparados para mostrarme que él era el responsable de las redes de cooperantes y de las redes de informantes y para mostrarme que eso había sido un gran éxito, y que ellos, o sea, el gobierno de Uribe, había proyectado 5 millones de informantes y cooperantes, y que en la mitad del tiempo ya llevaban más de la mitad reclutados, o sea, en ese momento debían llevar casi tres millones de personas vinculadas a esas redes. 

Para mí, ese es el paramilitarismo legalizado, porque son personas que cumplen tareas de la guerra, tareas militares, de inteligencia dentro de todo el conflicto, pero ya no como los paramilitares anteriores, dentro de esas bandas ilegales: ya eran legalizados.

Han cambiado de nombres, ya no se llaman las AUC sino que después se llamaron Águilas Negras, ahora se llaman el Movimiento Gaitanista. Van cambiando de nombres pero son los mismos personajes, los mismos líderes, muy ligados también al narcotráfico; pero ellos dominan toda una zona, por ejemplo, toda esa zona de Nuevo Antioquia, que es un corregimiento de Turbo, pero que linda con San José, todo eso lo dominan ellos.

El paramilitarismo tiene tres franjas: los desmovilizados que retornaron, los nuevos reclutados y el paramilitarismo legalizado

Esto deja la impresión de que el problema de orden público va mucho más allá de lo que pueda estar afectándolo la guerrilla; que hay otro tipo de guerra que existe y que no se tiene en cuenta.

Es que es un control del paramilitarismo, muy de la mano del Ejército. Eso lleva muchos años ahí; en años anteriores la comunidad los veía cocinando el almuerzo juntos, a militares y paramilitares, o sea: eso es de larga data.

Y es una alianza que no tiene trazas de acabarse. ¿El ejército necesita esa alianza?

Sí, eso han demostrado siempre. Pero siempre lo niegan. Por ejemplo, en tiempos del general Rito Alejo del Río, iban comisiones internacionales; yo recuerdo una misión de Estados Unidos. Se encontraban en la carretera el retén paramilitar, que estaba a la salida de Apartadó, a 5 minutos, y hasta dialogaban con los paramilitares. En seguida iban a la brigada donde estaba Rito Alejo y el negaba, decía: “no, eso no existe, ustedes están inventando, por allá no hay paramilitares, el Ejército no está en esa zona”. Siempre niegan y niegan. Hace pocos días recibí una carta del coronel de la Brigada XVII, Germán Rojas Díaz, en que trata de responder a todas las últimas denuncias que hemos hecho. Porque allá hay cosas que se denuncian todas las semanas, allá hay agresiones todas las semanas. Y sobre todo, porque hay comunidades de otros países que están hermanadas con la Comunidad de paz, por ejemplo, en Italia, una población que se llama Narni, que son muy activos, ellos no dejan pasar nada, están inmediatamente protestando ante el embajador de Colombia en Roma; o los de Bélgica, en un pueblito, que también reaccionan inmediatamente o los de Madison en Estados Unidos o los de Burgos en España. Entonces, este general responde a todas estas comunidades negando absolutamente todo lo que denuncia la Comunidad: “eso no existió”, “en ese día nosotros no teníamos tropas por esa zona”, “por allá es falso que haya habido paramilitares”, “eso ya no existe”. Niegan: lo mismo que hacía Rito Alejo, a pesar de que la gente le decía: “pero venimos de hablar con ellos, cómo nos va a negar que están en la carretera”. “No, eso no existe”. Olímpicamente.

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Timidez penitencial

¿Usted que esperaría de la Iglesia frente a esto?

Ahora que he estado en esta comisión histórica y que hemos dialogado tanto sobre toda la historia de este conflicto que lleva más de 50 años y sobre las raíces de este conflicto, nos ha tocado ponernos a escudriñar lo histórico. Y, realmente, uno ve que la Iglesia tiene muchas sombras ahí; mucha participación en el conflicto, muchas responsabilidades en este conflicto y en la violencia, en esa época: el enfrentamiento partidista aparente entre liberales y conservadores, que ocultaba todo el conflicto por la tierra. La Iglesia tuvo un papel muy cuestionable ahí, muy ligado al partido conservador, legitimando muchas muertes y defendiendo un aspecto institucional pero faltando a su deber principal que era defender al ser humano, a las personas vulnerables. Estaba lejos de eso, más bien justificaba la represión y ciertas matanzas. Yo se lo dije un día a monseñor Alberto Giraldo cuando él era Presidente de la Conferencia Episcopal: yo creo que la Iglesia tiene una obligación de pedir perdón por muchas cosas. Pero la Iglesia, al mismo tiempo, tiene una timidez penitencial muy grande, no es capaz de pedir perdón, y cree que pidiendo perdón se va a desprestigiar o va a perder feligresía. Y yo creo que lo primero que tendría que hacer la Iglesia sería reconocer el papel que ha jugado en este conflicto. Sin eso no es posible voltear la página y pasar a otro tipo de presencia y a otro tipo de pastoral.

Para el padre Astete en ese catecismo antiguo, cuando hablaba de la penitencia, de la reconciliación, el primer punto siempre era el examen de conciencia, esclarecer qué fue lo que pasó. Y yo creo que ese es el primer paso que se debería dar en la Iglesia para pasar a acompañar el proceso de reconciliación y paz, porque, como dice el mismo Sergio Jaramillo, en La Habana no se va a firmar la paz, ahí se va a firmar de pronto un cese al fuego, pero de ahí en adelante es donde comienza el proceso de paz, y eso no va a ser corto ni fácil. Entonces para que la Iglesia pueda acompañar más ese proceso que se iniciaría ahí yo creo que el primer paso es reconocer y condenar en sí misma los errores del pasado. Sin eso yo veo muy difícil que se pueda pasar a otro tipo de pastoral.

Lo fundamental, la verdad

Eso, en lo que se refiere a jerarquía, ¿y el cristiano de a pie cómo podría aportar en un posconflicto dentro de todas estas circunstancia que usted acaba describir?

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Cuando se habla de cristianos de pie, yo creo que también hay muchas diferencias, muchas maneras de mirar todo esto. Por el acompañamiento que me ha tocado hacer de muchísimas víctimas, yo creo que acá se ha confundido mucho la justicia con la venganza y, a veces, hay consignas de que ni perdón ni olvido, consignas de los movimientos de víctimas. Pero cuando uno llega a la realidad de las víctimas, yo creo que la inmensa mayoría de las víctimas tiene una capacidad muy grande de reconciliación y que ninguna de ellas, o muy pocas, confunden la justicia con la venganza. Por otro lado, también hay como una conciencia del colapso de la justicia, generalmente no hay fe en la justicia institucional, pero lo que la gente sí busca es la verdad. Ahí es un campo muy importante para los cristianos, el aporte y la reconstrucción de la verdad. Yo he tenido la discusión: por ejemplo, con monseñor Arango, que ya murió, cuando lo de lo Trujillo, cuando estábamos empezando el monumento. Él lo decía muy sinceramente, porque él era muy sencillo: “el temor mío es que un monumento vuelva a abrir las heridas, que vuelva a activar la violencia”. Yo le decía que mi experiencia me daba lo contrario, que las heridas tapadas se pudren y pudren todo el organismo; en cambio, las heridas abiertas y curadas sanan. Él un día me dijo, “yo me declaro perplejo, yo veo que hay argumentos de un lado y de otro y le voy a pasar la responsabilidad a un sacerdote de la diócesis para que él vea cómo colabora en el monumento”. 

La Iglesia tiene una timidez penitencial muy grande, no es capaz de pedir perdón

Pero, por ejemplo, el caso Trujillo es muy revelador. Después de las barbaridades que se cometieron en Trujillo, de los descuartizamientos, cuando empezamos a reunir a las víctimas, a hacer la organización de los familiares de las víctimas, sí hubo resquemores, porque ahí hubo victimarios de todos los lados, y, por ejemplo, gente que se vinculó a los grupos paramilitares después fueron ellos mismos víctimas de los mismos paramilitares o de los militares o de la policía. Y cuando ya se sentaron todos los familiares, las madres, buscando formar la asociación de víctimas, hubo problemas, porque muchas familias venían y me decían: “pero, ¿cómo va a estar aquí esta familia, si el hijo de ella fue el que mató a mi hijo?”. Y terminaron convenciéndose todos de que al fin y al cabo todos habían sido víctimas del Estado. Yo vi a la mamá de una víctima sentada al lado de la mamá de su victimario y terminaron haciendo una asociación en común.

Yo creo que las víctimas no confunden la justicia con la venganza y tienen una capacidad muy grande de perdonar y también quieren sanar, y lo fundamental para ellas es lo de la verdad. Incluso, hay muchas víctimas que dicen que lo de la reparación no les importa, ni que haya indemnización. Por ejemplo, en San José de Apartadó está prohibido recibir indemnización del Estado, y a las familias que han recibido clandestinamente esas reparaciones administrativas las han invitado a que se vayan de la comunidad, porque dicen que ahí hay una contribución a que continúe la masacre, porque es como quien dice: “si me pagan el muerto estoy autorizando… si el Estado tiene con qué pagar entonces que sigan matando”. Esa es la reflexión que ellos hacen, y se han salido muchas familias por eso.

Aparece otro tema, que es el de los reinsertados. Desde su experiencia, ¿qué se puede hacer frente a esos casos?

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Yo creo que son muy distintos los casos, porque uno ve que la gente que se mete, incluso a grupos paramilitares, muchos se meten por subsistencia: ahí hay pago, un sueldo. Y muchas veces la gente está buscando cómo subsistir. De pronto, cuando se dan cuenta de los horrores se salen, se desmovilizan; pero hay otros que no, gente como que ha asimilado la crueldad, la perversidad. No es fácil de reconstruir su propia conciencia. Entonces, son situaciones muy diferentes unas de otras, y creo que las experiencias de reinserción también son muy diferentes.

Hay gente que toma plena conciencia de que estaba equivocada, de que cometió errores y de que quiere reconstruirse, pero hay otras que no, que lo hacen por alguna conveniencia y siguen con la mentalidad. Incluso, por ejemplo, de estos desmovilizados en tiempo de Uribe, cuando hubo todas esas ceremonias de desmovilización, muchos han vuelto a sus andanzas. Yo creo que el paramilitarismo actual tiene como esas tres franjas: los desmovilizados que retornaron, los nuevos reclutados y los legalizados (el neoparamilitarismo que yo llamo, que es el paramilitarismo legalizado).

No puede haber cambio democrático sin una transformación profunda de la fuerza pública

 

El principal obstáculo

Hoy se está discutiendo la incorporación de exguerilleros a la policía, al Ejército. ¿Qué piensa de eso?

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Yo lo he dicho ya en estas conversaciones de La Habana y en esta comisión histórica. Yo estoy convencido de que aquí no puede haber un cambio democrático sin una transformación muy profunda de la Fuerza Pública, es decir, yo creo, y lo he demostrado con datos muy contundentes, que la Fuerza Pública, desde hace muchos años, se constituyó como una especie de grupo que tiene como foco eje “el enemigo interno”. ¿Y “el enemigo interno” quién es? Toda la ideología que se le ha inculcado al Ejército, a la policía… entre otras, van como 15 mil formados en la Escuela de las Américas, con los nombres que ha recibido después. Es una ideología donde el enemigo contra el que se tiene que luchar es una parte de la población y es una parte de la población que piensa de otra manera. El general Landazabal (que era de los pocos militares que escribían, que eran intelectuales) escribió muchos libros. En un libro que escribió y que publicó cuando lo nombraron Ministro de Defensa (El conflicto Social), él lo reconoce: “El campo de batalla para nosotros es el cerebro de las personas”. Lo dice claramente. Todas estas generaciones de militares se han formado con esa mentalidad, que la institución está hecha para destruir parte de la población que piensa distinto, y esa ha sido la historia. Cambiar esa mentalidad y sobre todo cuando se ha constituido en una institución y se ha rodeado de una lectura de patriotismo, de estar, como quien dice, salvando la patria, de heroísmo, todo el lenguaje actual de que “los héroes si existen”, eso es muy difícil de erradicar. Entonces, yo pienso que aquí no puede haber un cambio democrático sin una transformación muy radical de la fuerza pública. Y yo creo que si no hay un nuevo modelo de Ejército y de policía, que no esté contaminado de toda esta mentalidad, que ya es de muchas décadas y muy arraigada, no es posible avanzar a situaciones más democráticas. Yo creo que ese es el principal obstáculo.

Para que la Iglesia pueda acompañar el proceso debe reconocer y condenar en sí misma los errores del pasado

¿Los colombianos saldremos de esta crisis?

Es muy difícil, yo no soy optimista. Pienso que si acaso llegaremos a un cese del fuego, pero que no se van a erradicar las raíces más profundas de todo este conflicto. No sé cuánto va a durar eso, pero lo veo muy difícil, veo difícil que salgamos… la única esperanza que hay ahí es que el entorno latinoamericano también ha ido cambiando y que, de pronto, todo este contexto ayude a desarrollar movimientos más fuertes, democráticos. Pero aquí tenemos una tradición muy… así como cuando en otros países hubo dictadura y aquí se conservaba una apariencia de democracia… ahora que hay gobiernos más populares en otros países, aquí estamos en otra onda, más derechista, represiva; de pronto, este ambiente, este contexto latinoamericano logre influir un poco más.

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