Mi desayuno con el Papa

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Desde que llegué a Roma me sentí representando a mi comunidad parroquial, a la revista Vida Nueva, a la editorial PPC, a infinidad de amigos y a mi familia. Cerca de esos sitios tan cargados de significados y, especialmente, cerca del Papa, se hace casi palpable la presencia de todos aquellos que forman parte de la propia vida.

Durante la audiencia general, el momento más impactante fue el conmovedor abrazo que recibí de Francisco y que quedó reflejado en varias fotos. Después de más de diez años de trabajar a su lado en la Oficina de Prensa del Episcopado argentino, era la primera vez que me encontraba con él desde que había sido elegido papa. Más tarde, tuve que preguntarle al amigo que me acompañaba de qué habíamos hablado en el momento del saludo. Hasta ahora no lo recuerdo. Me había dicho que nos veíamos al día siguiente, en Santa Marta, para la celebración de la misa.

Allí estuve, a las 6:30 de la mañana, bajo la lluvia, en el lugar indicado, y después de cuatro controles de guardias suizos, llegué finalmente a la Casa Santa Marta, donde se aloja Francisco y en donde celebra misa diariamente. Nos ubicaron en nuestros lugares y el Papa llegó, solo, y comenzó la misa sin monaguillos ni alguien que lo ayudara. Únicamente en el momento del ofertorio se acercaron dos seminaristas para alcanzarle las cosas necesarias. Predicó unos siete minutos y todo duró exactamente media hora.

A la salida nos saludó uno por uno y, cuando me tocó el turno, me preguntó si me podía quedar a desayunar con él. “Así charlamos un poco”, dijo. Sí, claro. ¿Qué le iba a contestar? Esperé que terminara de saludar y fuimos al comedor.

En su sitio había ya preparado un té con limón, unas tostadas y dulces. Me preguntó si lo acompañaba con un yogur y, apenas le dije que sí, se fue a buscarlo y trajo uno para cada uno. Yo no sabía qué hacer ni qué decir. Llamó a un mozo y le dijo que me trajera café. ¿Capuchino? Sí, gracias.

Comenzó por el yogur y después se preparó la tostada y tomó su té. Yo me tomé el capuchino, pero no recuerdo haber comido nada. Lo único que hacía era mirarlo y decirme a mí mismo: “Estoy desayunando con el Papa”. Hablamos como lo habíamos hecho muchas veces, de personas conocidas, de cómo estaban las cosas en Argentina, de la Iglesia en general, de los nombramientos de los últimos cardenales, de su viaje a Sri Lanka y Filipinas. Me preguntó por mi salud, por mi familia, por cómo había superado los dos asaltos que había sufrido en los últimos tiempos. Preguntó por mi amigo que había sido herido de un tiro en uno de esos episodios, hablamos de la inseguridad y su relación con la corrupción.

Me preguntó por la revista Vida Nueva y me reclamó porque no había recibido algunos ejemplares. “No me diga que usted tiene tiempo para leer Vida Nueva”, le dije perplejo. “Sí, claro que la leo y, además, la pago; así que quiero recibirla”. (A mi regreso comprobamos que, efectivamente, tenía su suscripción al día, y resolvimos enviársela a través de la nunciatura para evitar inconvenientes). No podía salir de mi asombro.

Cuando le dije que en mi lugar de vocero de la Conferencia Episcopal Argentina aún no se había nombrado a nadie, me dijo: “O sea, que no servías para nada”. Nos reímos. En realidad, nos reímos todo el tiempo. Como él quería, “charlamos un rato”.

Temblaba, pero no de frío

Poco después, caminaba solo bajo la lluvia atravesando la Plaza de San Pedro fría y desierta. Había desayunado con el Papa y hablado con él como lo había hecho muchas veces antes con el cardenal Bergoglio. Todo había sido tan simple y fácil que parecía irreal. ¿Por qué iba a ser irreal? Fuimos dos personas que hacía mucho que no se veían y retomaban la conversación donde la habían dejado. Dos personas. Nada más y nada menos. Sin embargo, yo temblaba, pero no de frío.

La foto en la que se ve cuando el Papa me abraza fue utilizada luego por un portal de noticias para ilustrar la información sobre la audiencia. En el epígrafe decía: “Francisco abraza a un peregrino”. ¡Qué maravilla! ¡Haber sido un peregrino abrazado por Pedro! ¿Qué más se puede pedir?

Jorge Oesterheld. Director de ‘Vida Nueva Cono Sur’

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