Cuaresma para una paz

Si se cumplen las promesas, las esperas y esperanzas, los sueños y las utopías y a última hora las negociaciones entre el Gobierno de Colombia y las Farc no se vienen abajo, la Cuaresma que empezó el pasado Miércoles de Ceniza sería la última que vivamos en guerra. Dicho de otro modo, estas serían la Cuaresma, la Semana Santa y la Pascua en las que nacería la paz. Y por ende, la reconciliación, que es fruto por antonomasia del espíritu cuaresmal y del sentido pascual de la fe.

Así enunciado suena, me perdonan ustedes, a una insípida afirmación que no parece nos pudiera conmover y desatar un proceso religioso poderoso y convincente. Necesario, por lo demás, no tanto para rubricar un proceso de negociación que busca poner fin a un conflicto de cincuenta años, sino para dar comienzo a una nueva época de transformación del país. Que también la transformación, la metanoia, es parte esencial de la espiritualidad cuaresmal. Y de la paz.

¿Sí habrá en Colombia conciencia de que se impone un compromiso religioso, personal y social, cualquiera que sean los credos y las confesiones, para que la paz, (digámoslo mejor con mayúscula: la Paz) se imponga en el país sin tantos recovecos, mentiras y disfraces?

De pronto, a la vuelta de tantos fracasos y engaños, de tantas muertes y violencias, nos llevemos la ingrata sorpresa de que no estamos preparados para la paz. En ese sentido, este tiempo de Cuaresma, no solo debe estar abierto a lo devocional, a lo litúrgico y lo sacramental, sino sobre todo al perdón, personal y social, que es la principal garantía de paz que ofrece el cristianismo. Lo sabemos: el perdón es el nombre cristiano de la Paz.

Ernesto Ochoa Moreno

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