Réquiem eterno

Requiem de Mozart en la catedral de Toledo

La programación de las versiones en concierto de las misas ‘pro defunctis’ vive un auténtico ‘boom’

Requiem de Mozart en la capilla de Música de la catedral de Bilbao, basílica de Santa María de Portugalete

Interpretación del Requiem de Mozart en la basílica de Santa María de Portugalete

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | “Fue a partir del siglo XV cuando comenzaron a aparecer las primeras misas pro defunctis escritas en música polifónica –explica Joan Company, director artístico de los coros de la Orquesta Sinfónica de Galicia–. Paulatinamente, la misa de difuntos se convirtió en un género de dimensiones instrumentales y vocales considerables, para solistas, coro y orquesta, que atrajo a la mayoría de los grandes compositores, tanto por el tema relacionado con la fugacidad de la vida y la inexorabilidad de la muerte, como por el contenido dramático de los textos”.

La misa de réquiem es una de las mayores aportaciones de la Iglesia católica a la música clásica. El origen de una composición concebida –más allá de su funcionalidad litúrgica– para transmitir paz y consuelo explica, indudablemente, la pasión contemporánea que se vive por los réquiems.

Nunca se han programado tantos ni tan diversos. Es W. A. Mozart y su “personalísima meditación sobre la muerte”, la Misa de Réquiem en re menor K.626 (1791), la que marca la popularidad del género. Es el más famoso e interpretado de todos los tiempos.

Programado constantemente –el año pasado, en la catedral de Toledo y en la mezquita-catedral de Córdoba–, esta pieza emblemática de la historia de la música podrá escucharse esta Cuaresma en el Palau de la Música Catalana, por ejemplo, hasta en tres versiones: por el Cor de Cambra Anton Bruckner y la Orquesta Filharmonia de Barcelona (30 de marzo), por la Orquesta Sinfónica Estatal Rusa (2 de abril) y por la Orquesta Simfònica del Vallès, en un popular concierto participativo (25 de abril). Antes, del 25 al 27 de marzo, el Cor de Cambra Anton Bruckner y la Orquesta Filharmonia de Barcelona lo interpretarán en la basílica de Santa María del Mar.

Es en el siglo XIX cuando las composiciones de estos réquiems dejan de ser concebidas solo para la ceremonia eclesiástica y entran de lleno –con Antonin Dvorak– en la sala de conciertos. “No todas las composiciones de réquiem son estrictamente misas de difuntos”, explica Company, que enumera otros subgéneros temáticos de lo que hoy se entiende por réquiem: los denominados corpus in memoriam, basados en textos sagrados, y las “evocaciones fúnebres o lamentaciones de tema mortuorio”, desprovistas de toda connotación litúrgica. Entre los primeros, el famoso Réquiem alemán (1868), de Johannes Brahms, basado en pasajes de la Biblia protestante, reconciliatorio con Dios en muchos sentidos. Entre los segundos, el Requiem (1874) de Giuseppe Verdi.

Ambos se están programando sin cesar. La obra de Brahms la han interpretado recientemente la Orquesta Sinfónica de Córdoba –con Jesús López Cobos al frente–, la Orquesta Simfònica de Barcelona (OBC) o la Orquesta y Coros de la Universidad Autónoma de Madrid. Y la de Verdi –quizás la más representada estos años, junto a la de Mozart– se podrá escuchar nuevamente en el Auditorio Nacional, el próximo 14 de marzo, a cargo del Grupo Concertante Talía. Un réquiem que Verdi escribió “para un muerto que va a retornar a la vida”, como ha señalado Ricardo Muti, quien dirigió el que se interpretó en el Teatro Real en homenaje a El Greco.

“Las motivaciones emocionales de los, probablemente, cuatro réquiems más famosos de la historia de la música, los de Mozart, Berlioz, Brahms y Verdi, son radicalmente diferentes: Mozart pensaba en su muerte, Berlioz en la propia emotividad de una forma apocalíptica, Brahms en la muerte de dos seres muy queridos –su madre y Robert Schumann– y Verdi en la admirada figura del escritor y patriota Alessandro Manzoni”, según ha escrito Company.

Requiem de Verdi en el Teatro Real

Requiem de Verdi en el Teatro Real

Contemporáneos

El nombre de réquiem viene –es evidente– de la primera palabra del introito de la misa de difuntos: Requiem aeternam dona eis, Domine. Es decir, “dales, Señor, el descanso eterno”. Su hondo calado memorístico y su reflexivo encuentro con la muerte ha motivado, por ejemplo, que fuera una composición habitual en el repertorio de los compositores del siglo XX tanto en el período de entreguerras como, más aún, después de la II Guerra Mundial.

Uno de los más épicos, el grandioso War Requiem (1961), de Benjamin Britten –dedicado a los oficiales de la Marina británica fallecidos en la II Guerra Mundial–, está programado el 12 y 14 de marzo en el Teatro Real, con la dirección de Pablo Heras-Casado. Música para pensar en la paz.

La afección a los réquiems alcanza, por supuesto, a los más contemporáneos, como el creado por el británico John Rutter, por ejemplo, cantado recientemente en inglés y latín por la coral Discanto en la Iglesia de Santiago en Madrid o la UCR Coral en el Auditorio Nacional, entre otros.

Estrenado en 1985, el mismo año que el del legendario Andrew Lloyd Webber, reconocido por sus musicales para Broadway –especialmente, El fantasma de la ópera–, Rutter representó por primera vez su Requiem Mass en la iglesia episcopaliana de Santo Tomás, en Nueva York. Es la partitura –incluido el famoso Pie Jesu, el single interpretado por Sarah Brightman que llegó a estar entre los más vendidos en todo el mundo– que ahora recupera la Orquesta Sinfónica del Aljarafe, dirigida por Pedro Vázquez Marín.

Esta joven orquesta ya tiene en su catálogo otros réquiem famosos –Mozart–, pero también menos conocidos, como el de Franz von Suppé, compositor austrohúngaro que lo estrenó en 1855 dedicado a su amigo y mentor Franz Pokorny. “Aunque en su momento fue muy aplaudido, cayó en el olvido, interpretándose por última vez en Viena en 1901. En los últimos años, la partitura, aún inédita, fue rescatada de una biblioteca vienesa –dice Vázquez Marín–. Este réquiem lo compuso Von Suppé doce años antes que Verdi. Nosotros, después de haber interpretado el de Mozart, vimos que dar un salto al Requiem de Verdi era demasiado grande, por eso busqué algo intermedio, y ya haremos el de Verdi”.

El género, que vive una verdadera moda, va más allá de conformarse con las composiciones más conocidas. Los hay clásicos, como el Oficio de difuntos y la Misa pro defunctis, de extraordinaria pureza y serenidad, de Cristóbal Morales, el gran compositor renacentista que protagoniza el concierto del Grupo Vocal Alia Música los días 13 y 14 de marzo en la cripta de la Victoria de la catedral de Málaga.

La Misa pro defunctis a cinco voces de Morales también será interpretada por el grupo madrileño Musica Ficta, con la dirección de Raúl Mallavibarrena, en la iglesia de San Alberto el próximo jueves 19 de marzo en el Festival de Música Antigua de Sevilla.

Requiem de Mozart en la catedral de Toledo

La catedral de Toledo acogió el año pasado el ‘Réquiem en re menor’ de Mozart

En iglesias y catedrales

También en Sevilla, en la iglesia de la Anunciación, reestrenó Alqvimia Musicae, con ilustraciones lumínicas de Álvaro Reinoso, el Réquiem in C minor (1771), de Michael Haydn, hermano menor de Joseph. El conmovedor Requiem in C minor (1815) de Luigi Cherubini ha sonado en la catedral de La Laguna a cargo de la Orquesta Sinfónica de Tenerife.

Y el compuesto para Tres violoncellos y orquesta por el checo David Popper en 1892, y dedicado a su amigo el editor Daniel Rahter, fue la gran sorpresa el año pasado del Festival de Arte Sacro de Madrid. En esta edición, rescata el Requiem en sol menor para cuatro solistas, coro y orquesta (1787) de Doménico Cimarosa, que estrena la Orquesta Escénicas y el coro Francis Poulenc el 24 de febrero en la iglesia santuario de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en Madrid.

Son solo algunos, ya sean clásicos o contemporáneos, como el innovador Requiem (2005) del galés Karl Jenkins –que combina la estructura litúrgica con haikus japoneses, y que el coro y la orquesta de la Capella Davídica de la catedral de Menorca ha estrenado recientemente–, que se están representado en España, muchos de ellos en iglesias y catedrales. No hay dolor, por no hablar ya de desesperación, sino tan solo consuelo en la certeza de la vida eterna.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.930 de Vida Nueva

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