La homilía y ‘Evangelii gaudium’: el arte de la predicación

sacerdote predicando la homilía en misa de pie entre la gente

Una tarea que nos compete a todos, con nuestras palabras y nuestra actitud

sacerdote predicando la homilía en misa de pie entre la gente

LORENZO ORELLANA HURTADO, sacerdote, Parroquia San Gabriel (MÁLAGA) | Detengámonos en el capítulo tercero de Evangelii gaudium (EG), titulado “El anuncio del Evangelio”, que arranca así: “No puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor” (n. 110). Esta frase se puntualiza con especial grafía, pues las palabras proclamación explícita aparecen en cursiva. La proclamación explícita de que Jesús es el Señor es la Buena Nueva, la verdad que el heraldo ha de proclamar.

José María González Ruiz, en su comentario a san Marcos, describe la proclamación de los heraldos en la antigüedad griega: Evangelio es un término técnico para indicar la noticia de una victoria. El mensajero se echa hacia adelante, levanta el brazo derecho en señal de saludo y exclama en voz alta: ‘¡Salve! ¡Vencemos!’ (Jaíre, nikómen). Su misma actitud deja entrever que se trata de una noticia alegre: el rostro está radiante, la punta de la lanza está adornada de laurel, en la cabeza lleva una corona y agita un ramo de palma. La ciudad está en fiesta, los templos se adornan con guirnaldas, se organizan competiciones y se acumulan coronas para el sacrificio”.

Escribe González Ruiz que evangelio significa una noticia alegre que se refleja en todo, hasta en la misma actitud del mensajero. Por eso el papa Francisco, citando a Juan Pablo II, dice que la evangelización, “que es predicación alegre, paciente y progresiva de la muerte y resurrección salvífica de Jesucristo, debe ser nuestra prioridad absoluta. Esto vale para todos” (n. 110).

Para todos. Todos debemos predicar, con nuestras palabras y con nuestra actitud, el mensaje salvador de la muerte y resurrección de Cristo. Y señala Francisco que esa es tarea de todo el pueblo de Dios, aunque sea un pueblo con muchos rostros, pues todos están llamados a crecer como evangelizadores. Pero sin olvidar que “la salvación que Dios nos ofrece es obra de su misericordia… Y que Él envía su Espíritu a nuestros corazones para hacernos sus hijos, para transformarnos y para volvernos capaces de responder con nuestras vidas a ese amor” (n. 112).

Ser creyentes es colocarnos ante la misericordia divina que siempre nos precede. Por eso, se nos recuerdan estas palabras de Benedicto XVI: “Es importante saber que la primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y solo si entramos en esta iniciativa divina, solo si imploramos esta iniciativa divina, podremos también ser –con Él y en Él– evangelizadores. El principio de la primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre permanentemente nuestras reflexiones sobre la evangelización” (n. 112).

La primacía de la gracia debe ser un faro que alumbre nuestras reflexiones sobre la evangelización, pues por el anuncio de la salvación la Iglesia toma conciencia de que debe ser “fermento de Dios en medio de la humanidad… El lugar de la misericordia gratuita, donde todo el mundo pueda sentirse acogido, amado, perdonado y alentado a vivir según la vida buena del Evangelio” (n. 114).

Y esto debe ser anunciado y vivido por todos, porque “hay una forma de predicación que nos compete a todos como tarea cotidiana: se trata de llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación” (n. 127).

Y Francisco, tras advertirnos que esa predicación compete a todos, pide que se haga con una actitud “siempre respetuosa y amable” (n. 128).

En la segunda parte de este capítulo tercero se trata directamente de la homilía.

Pliego íntegro publicado en el nº 2.930 de Vida Nueva. Del 21 al 27 de febrero de 2015

En el nº 2.930 de Vida Nueva

 

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