Decisiones personales con poder

mexicorojo-koneocho

Hemos renunciado a tratar de convencer a la gente poderosa

Nos hemos acostumbrado a pedirles a las instituciones que cambien y hagan las tareas de otra manera a como las hacen hoy en día. Esto en todo sentido y campo. A veces las instituciones escuchan los reclamos e introducen cambios en su forma de proceder y algo cambia. Pero, en general, estas creaciones de los mismos seres humanos son lentas, luchan por auto-preservarse en su modo de actuar y, salvo por revoluciones violentas, serán siempre iguales, lo cual vale para lo que hacen bien y para lo que hacen mal. La crítica que les hacemos es una especie de quijotada ante los molinos de viento. Quizás se hace necesario explorar con más énfasis otro campo de acción.

Hace poco, uno de los grupos empresariales colombianos más grandes y poderosos económicamente decidió crear una nueva empresa, en este caso de producción y venta de cerveza. Invertirá más de 500 millones de dólares. Está claro que venderle licor a los colombianos es un negocio rentable hasta el infinito pues bebemos como si viviéramos en el más caluroso de los desiertos africanos. Como está claro también que ese altísimo consumo de licor es la causa de innumerables problemas sociales como la violencia asesina, los accidentes automovilísticos, la saturación de los servicios de salud, las rupturas familiares, etc. ¿Este grupo podría haber tomado otra decisión? El grupo, tal vez, no, pues se rige por las normas del mercado, la competencia, las oportunidades y el ánimo ilimitado de lucro. Su propietario o sus propietarios sí podrían haber tomado otra decisión. Y es aquí donde aparece el otro campo: el de las decisiones personales de la gente con más poder de influencia sobre la sociedad en cualquiera de los órdenes que la componen (o que eventualmente la descomponen).

Convertir a Constantino

Creo que hemos renunciado a tratar de convencer a la gente poderosa para que tome decisiones en otra dirección, sin que por ello se perjudiquen del todo sus intereses personales. Un hombre rico que decide, por ejemplo, invertir su fortuna en el campo de la construcción le hace mucho más aporte a un país como Colombia que fundando una cervecería. Es hora de decir estas cosas con más claridad e insistencia. Y a la Iglesia le cabe alzar más la voz en este intento profético por invitar a los poderosos a hacer las cosas de otra manera, pero tallando sobre su centro de decisiones personales, su mente y su corazón. No se trata de invitarlos a perder o a hacer acciones sin retornos benéficos. Se trata de provocarlos para que sigan siendo actores importantes y para que sus decisiones tengan un mayor contenido constructivo para la sociedad, pues sus efectos los recibe toda ella.

Y es que el efecto de las decisiones nuevas de los poderosos es también de gran magnitud. Es lo que, por ejemplo, nos ha sucedido con el papa Francisco. Su vida llena de sencillez ha cautivado y ha motivado a infinidad de personas y ha renovado el espíritu de la Iglesia. Bill Gates ha sabido poner su fortuna al servicio de la humanidad a través de una fundación. Bien vale la pena “acosar” a todos los que tienen un poder inmenso para que se atrevan a dar pasos nuevos con sentido de pertenencia a la raza humana y al planeta tierra y no solo como miembros de una empresa, una religión, una ideología, un partido. Y para esto el empresario no tiene que dejar de serlo, ni el Papa volverse laico ni el banquero vendedor ambulante, ni el político animador de televisión. Allí donde se han hecho fuertes es que se necesita que tomen decisiones en otro sentido.

La Biblia ha abordado este tema desde tiempo inmemoriales y el profeta Ezequiel lo propone en términos de cambiar el corazón de piedra por uno de carne. El de piedra se encierra obstinadamente en una visión de la vida. El de carne tiene un horizonte más amplio. Cuando Jesús decide subir a Jerusalén, no obstante la oposición de la “junta directiva” de los apóstoles, lo que en concreto ha hecho es tomar una decisión personal de fondo y emprender la consumación de sus ideales de amor y no violencia. Los efectos han sido increíblemente perdurables. En alguna época, donde quizás había más convicción, la Iglesia tuvo la sabiduría de sentarse a la mesa con gobernantes, emperadores, reyes, para invitarlos a decidir de otra manera y hubo frutos. Con un solo Constantino convertido se pueden lograr muchas más cosas que con infinidad de acciones minúsculas.

Rafael de Brigard Merchán, Presbítero

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