Evangelizar comunicando en una nueva cultura tecnolíquida

¿Cuál es la aportación de la fe en medio de la revolución multimedia?

un chico lee en un iPad

RAÚL BERZOSA, obispo de Ciudad Rodrigo | Para comenzar, dos observaciones oportunas: por un lado, se constata una abundancia de lugares en Internet y en las redes sociales donde se habla de Jesucristo, de Iglesia y de cristianismo. Por otro lado, 50 años después del Concilio Vaticano II, sigue vigente la dialéctica entre fe cristiana y cultura.

El hombre y la mujer de hoy parecen no entender ni los gestos ni las palabras del Credo y de los ritos cristianos. Como si la fe apuntara a la trascendencia y la cultura remitiese al sujeto; la fe conllevase la coherencia con normas convencionales y la cultura situase al sujeto como maestro y señor; el cristianismo estuviese restringido a una casta de iniciados y la cultura fuese asunto de todos.

O –con una imagen utilizada por el papa Francisco, recurriendo a uno de los más célebres frescos de Rafael, que se encuentra en
el Vaticano y que representa la Escuela de Atenas– como si la Iglesia fuera Platón, con el dedo apuntando hacia lo alto, hacia el mundo de las ideas, hacia el cielo; mientras que, la cultura de hoy, como Aristóteles, tendería la mano hacia delante, hacia el observador, hacia la tierra, hacia la realidad concreta.

En resumen, la cultura de hoy seguiría ensanchando la brecha entre ella y el mundo de fe, como ya denunció el beato Pablo VI.

La aportación de la fe cristiana

Después de lo afirmado más arriba, es nítido que la fe cristiana puede ayudar, al menos, en estas tareas:

  • A redescubrir que la felicidad es real solo cuando realmente está compartida.
  • A redescubrir el verdadero yo en el mundo real; y siempre “con” los otros, superando el narcisismo digital, la ambigüedad, el polimorfismo, el vivir en la “perplejidad” y la necesidad siempre de sensaciones fuertes pero cortas y sin dejar huella.
  • A redescubrir que vivir es “ser con” los demás, con relaciones sociales reales, desde nuestro ser sexuado, asumiendo responsabilidades comunitarias y creando verdaderas comunidades de seres reales y no solo virtuales, y con ello haciendo posible una verdadera sociedad sanamente fraterna.
  • A redescubrir que vivir “es ser para”. Ser humano es ser “alguien para el otro, donarnos” (E. Lévinas), y que tenemos que desarrollar nuestra capacidad oblativa, que tiene un paradigma: el cristianismo experimentado en una comunidad cristiana real.
  • A educar para la belleza, frente a tres realidades negativas que envuelven, en este campo, al nativo tecnolíquido: lo kitsch, lo cutre o antiestético, donde se exalta lo narcisista; lo camp o lo frívolo, donde
    se exalta lo superficial, lo ambiguo, lo vulgar, lo exagerado; lo horrible (horribilis), donde se exalta lo zombi, lo diabólico, lo esotérico, lo telúrico y lo gótico extremo. Solo la verdadera belleza salvará el mundo, afirmaba Dostoievski.

En resumen, el triángulo para superar lo más negativo y cuestionable de la sociedad tecnolíquida pasa por:

  • La reconstrucción de personalidades auténticas.
  • La acogida del otro en el ámbito de las relaciones interpersonales reales.
  • La recuperación de la belleza y, por lo mismo, de la narración cristiana y de su adecuada y gozosa celebración litúrgica.

Estas son las tareas de fondo de la evangelización en las nuevas tecnologías y redes sociales, y algo de lo mucho que nuestra fe cristiana puede ofrecer. Para ello se necesitan nuevos “tecno-evangelizadores”, que no significa suplantar, ni mucho menos anular, a los catequistas o a los mismos celebrantes. Porque es cierto que las nuevas tecnologías mediáticas no anulan la acción del Espíritu Santo, pero la favorecen o la retrasan, y hasta la ocultan.

Pliego publicado en el nº 2.927 de Vida Nueva. Del 30 de enero al 6 de febrero de 2015

Compartir