Romero está llegando a los altares

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Durante la reunión mensual del clero de la Arquidiócesis de San Salvador, el primer martes del mes de noviembre, el arzobispo José Luis Escobar Alas comunicó confidencialmente a sus sacerdotes que, durante el Sínodo episcopal sobre la Familia, el postulador de la causa de monseñor Óscar Romero le había dicho que todo iba bien y que la beatificación de nuestro pastor estaba cerca. Al teólogo jesuita Jon Sobrino le contaron mal la historia, y lanzó al mundo, desde la web de la UCA, su propia versión: “El papa Francisco ha comunicado al arzobispo de San Salvador que monseñor Romero será beatificado el año entrante”. La noticia se convirtió rápidamente en una especie de referéndum mundial a favor de Romero, porque el mundo se estremeció de júbilo. Supongo que Roma tomó nota de ello.

El tema volvió al primer plano de la actualidad cuando el papa Francisco, en su catequesis del pasado miércoles 7 de enero, citó in extenso unas palabras de monseñor Romero sobre el martirio de las madres; lo hizo a propósito del asesinato del padre Alfonso Navarro, ametrallado el Día de la Madre de 1977. El texto comenzaba así: “Todos debemos estar dispuestos a morir por nuestra fe, aunque no nos conceda el Señor este honor…”. Para añadir más adelante: “Dar la vida no es solo que lo maten a uno; dar la vida no significa solamente ser asesinados; dar la vida, tener espíritu de martirio, es darla en el deber, en el silencio, en la oración, en el cumplimiento honesto del deber, en ese silencio de la vida cotidiana. Dar la vida poco a poco”.

Cuando escuché estas palabras en labios de Francisco, me estremecí y las interpreté como una forma subliminal de decir al mundo: Romero es mártir y estoy listo para aprobar su beatificación. Esto lo vi confirmado al día siguiente, al conocer la conclusión a la que llegó la comisión de teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos, quienes, de forma unánime, reconocieron –según cita el vaticanista Gianni Valente– “el martirio formal y material del arzobispo asesinado en el altar mientras celebraba misa el 24 de marzo de 1980”.

Las palabras de Romero citadas por el Santo Padre son casi las mismas que nuestro pastor y mártir escribió en su cuaderno de ejercicios espirituales un mes antes de su muerte: “Mi disposición debe ser dar mi vida por Dios, cualquiera que sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. Él asistió a los mártires y, si es necesario, lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro. Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para Él”.

En estado de gracia

El Salvador se encuentra en estado de gracia después de haber conocido la noticia de que monseñor Óscar Romero está cada vez más cerca de los altares. Son numerosas las personas que de repente se han interesado por conocer la vida y la doctrina del próximo beato. Y los medios de comunicación, aunque no todos con el mismo entusiasmo, abren espacio a esta información.

Llevamos casi 25 años –desde marzo de 1990, cuando el arzobispo Arturo Rivera Damas anunció la apertura del proceso diocesano– esperando el momento de la glorificación de Romero. En el camino han abundado los obstáculos y los temores. Los más escépticos decían que Romero sería canonizado cuando ya estuviéramos muertos todos los que le amamos; otros afirmaban que ya el pueblo lo canonizó y que, por tanto, no era necesario un proceso canónico.

Pero el temor mayor era que Roma propusiera al mundo, como modelo de santidad, a un Romero “descafeinado”, es decir, a un hombre bueno y piadoso, pero sin la garra profética y martirial que lo caracterizó: no sería el pastor y mártir nuestro del poema de Dom Pedro Casaldáliga. Sin embargo Francisco está siendo coherente con lo que respondió a un sacerdote salvadoreño que le preguntó, durante la asamblea de obispos latinoamericanos celebrada en Aparecida (Brasil), en el año 2007, qué pensaba de Romero: Para mí es santo y un mártir.
Si yo fuera papa, ya lo habría canonizado.

Concluyo evocando el Jubileo de los Mártires celebrado en el Coliseo de Roma el 7 de mayo del año 2000. Allí se recitó esta oración en la que el papa Juan Pablo II añadió, de su puño y letra, la mención a monseñor Romero: “Acuérdate, Padre, de los pobres y de los marginados, de aquellos que testimoniaron la verdad y la caridad del Evangelio hasta entregar su propia vida; pastores apasionados, como el inolvidable arzobispo Óscar Romero, asesinado en el altar durante la celebración del sacrificio eucarístico…”.

Gregorio Rosa Chávez. Obispo auxiliar de San Salvador

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