La frontera ética

Calculo que más del 90% de la noticia diaria tiene la corrupción como protagonista. Crecen los escándalos y cada uno resulta más grave que el anterior.

Ahora resulta que se puede medir. Que existe un “Barómetro global de la corrupción” y que, según el “índice de percepción de corrupción” de Transparencia Internacional, Colombia ocupa el puesto 80 entre 183 países.

Lo cual indica que la cultura de la corrupción reina a nivel mundial. 

Se apoderó de las conciencias que ya no distinguen el bien del mal. Confunden el delito con la avivatada.

Desde que el afán de ganar dinero fácil triunfó sobre la honestidad. Desde que la riqueza se convirtió en fin único de la vida. 

La cultura de la corrupción es la cultura del atajo. Del todo vale. 

Mueve la mano que soborna al policía de tránsito y la que aceita la maquinaria de una licitación.

Es responsable de desfalcos al erario público y de operaciones financieras que roban los ahorros de sus clientes.

Dispara las balas de los falsos positivos. Se esconde en tejemanejes de la rama judicial. Guía los pasos de delincuentes de cuello blanco y de la llamada delincuencia común. Pone en funcionamiento mafias y carteles. Se convierte en violencia terrorista para conseguir sus fines.

Compra conciencias. Vende conciencias. En un círculo vicioso entre el afán de lucro y la deshonestidad sin límites ni cortapisas. Porque el mundo es de los vivos. 

“Transparencia por Colombia” denomina círculo perverso al que existe entre violencia, narcotráfico y delincuencia organizada como escenarios para corrupción porque han movido la frontera de la ética en el país. Y propone romperlo.

La moral religiosa parece haber fracasado y los mecanismos de la justicia tampoco han logrado su cometido. 

Habrá que buscar nuevos criterios para mover nuevamente la frontera ética: ¿responsabilidad civil?, ¿ética ciudadana?

Isabel Corpas de Posada

Compartir