¿Hay gatos en el cielo?

Los periodistas están a la cacería de las palabras más curiosas del papa Francisco y debo decir que me han ganado, porque las encuentran con mayor facilidad y rapidez. La última llamada de un periodista fue para decirme que el papa Francisco había dicho que en el cielo hay animales. Tampoco esta vez me le había adelantado. No conocía el texto. Además, me pidió mi opinión: “¿Cree que puede haber gatos en el cielo?”.

Mi respuesta fue: “Estimado periodista: sí, los hay. Pero en el cielo los gatos no se comen a los ratones ni los ratones les hacen muecas a los gatos. Y te digo más. En el cielo hay culebras, terneros y leones. ‘El lobo habitará con el cordero, el puma se acostará junto al cabrito, el ternero comerá al lado del león. La vaca y el oso pastarán en compañía y sus crías reposarán juntas. No cometerán el mal, ni dañarán a su prójimo en todo mi Cerro santo’” (Is 11, 6-9).

El periodista me dirá que eso de los ratones que no hacen muecas a los gatos es invento mío. Pero no, lo interesante del cielo es que ese estado maravilloso crea una nueva relación entre todos los seres. Y aparte los ratones (puesto que el Salmo 36 dice que Dios protege a los hombres y a los animales, ¿qué tiene de extraño que el Señor resucite a los ratones y demás bestias?), esa nueva relación es infinitamente más sana que la que hemos tenido en la tierra.

Esta nueva relación obedece al hecho de que todos conocen a todos (“nada hay oculto que no llegue a ser descubierto, ni nada secreto que no llegue a saberse”, dijo Jesús). Pero ese conocimiento profundo no suscita temor ni amenaza sino una gran comprensión de los unos a los otros, así que no hay ni prejuicios ni rechazos ni miedos. Allí resplandecerá en toda su intensidad el valor de la honestidad.

¿Qué tiene de extraño que el Señor resucite a los animales?

El cielo es real

Pero hay más. Allí nos amaremos los unos a los otros de forma más plena y sin barreras. Y nos miraremos con nuestros ojos y también con nuestras almas. Y cuando digo ojos no estoy diciendo una metáfora. En el cielo nos comunicaremos con nuestros cuerpos, pero, a diferencia de la tierra, esos cuerpos no nos separan sino nos llevarán a una comunión plena entre los unos y los otros. Solo en el cielo conoceremos a nuestros amigos desde dentro.

Pero eso no es todo, aún más, sería nada si faltase lo máximo: la visión de Dios. Pero ante la divina visión las palabras terminan. ¿Cómo se puede expresar esta visión beatífica? Los santos usan imágenes negativas porque no pueden decir más: “la divina oscuridad”, diría san Juan de la Cruz. Pero el Apocalipsis la ve iluminada: “No necesitarán luz de lámpara ni luz del sol, porque Dios mismo será su luz, y reinarán por los siglos para siempre” (Ap 22, 5). Comunión de los santos y visión beatífica son realidades que forman el cielo, un cielo en el que hay flores y animales, música y alegría plena (Ap 14, 3).

El periodista objetará: “¿Cómo puede haber de todo eso si el cielo es puramente espiritual?”. Falso y requetefalso”, le respondo. “El cielo no es puramente espiritual. Porque en el cielo no podemos vivir sin nuestros cuerpos y estos son materiales”. El periodista dirá: “de acuerdo, pero son glorificados, resucitados”. “Exacto, pero resucitado no significa puramente espiritual, significa compenetrado plenamente por el Espíritu Santo. El cielo es real, tan real como tu jefe que vigila tu llegada cada día. Bueno, apreciado periodista, no te preocupes si te quedan confusiones. Hablamos de lo que experimentamos sólo a través de la fotocopia de nuestra realidad. Lo mejor es que vuelvas a mirar al cielo con la sencillez con que lo enseñaba el viejo catecismo: ‘Dios creó al hombre para conocer, amar y servir a Dios en este mundo, y después verlo y gozarlo en el cielo’”.

Mons. Luis Augusto Castro Q. Arzobispo de Tunja y Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia.

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