Francisco en entrevista con Elisabetta Piqué

“Dios en eso es bueno conmigo, me da una sana dosis de inconsciencia”

Elisabetta Piqué, corresponsal de La Nación de Buenos Aires en el Vaticano

Elisabetta Piqué, corresponsal de La Nación de Buenos Aires en el Vaticano

En su primera entrevista para un medio latinoamericano el Papa insistió en que la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción. Según el obispo de Roma, “la Iglesia tiene que ser un hospital de campaña y salir a curar heridas, como el buen samaritano”. Entre diversos temas, Elisabetta Piqué, de La Nación de Buenos Aires, logró que Francisco hablara acerca de las resistencias que comienzan a surgir en torno a su ministerio. Según el Papa, “es un buen signo que las ventilen, que no las digan a escondidas cuando uno no está de acuerdo”. Presentamos, a continuación, apartes de la conversación, seguidos en nuestra próxima página de un comentario hecho por José María Poirier.

Usted es un papa que suele hablar de manera directa, lo que le ayuda a dejar en claro el rumbo de su pontificado. ¿Por qué cree que hay sectores que están desorientados, que dicen que la “barca está sin timón”, sobre todo después del reciente sínodo sobre la familia?

La reforma espiritual es lo que, en este momento, más me preocupa. La reforma del corazón. Me extrañan esas expresiones. No me consta que las hayan dicho. En los medios, aparece como que las hubieran dicho. Pero, hasta que no le pregunte al interesado: “¿Usted ha dicho esto?”, mantengo la duda fraternal. Pero, generalmente, es porque no leen las cosas. Uno sí me dijo una vez: “Sí, claro, esto del discernimiento qué bien que hace, pero necesitamos cosas más claras”. Y yo le dije: “Mire, yo escribí una encíclica, es verdad, a cuatro manos, y una exhortación apostólica. Continuamente estoy haciendo declaraciones, dando homilías y eso es magisterio. Eso que está ahí es lo que yo pienso, no lo que los medios dicen que yo pienso. Vaya ahí y lo va a encontrar y está bien claro; Evangelii gaudium es muy clara”.

En los medios, algunos hablaron del “fin de la luna de miel” por la división que salió a la luz en el sínodo…

No fue una división tipo estrella contra el Papa; o sea, al Papa de referente no lo tenían. Porque ahí el Papa procuró abrir el juego y escuchar a todos. El hecho de que, al final, mi discurso haya sido aceptado tan entusiastamente por los padres sinodales indica que el problema no era con el Papa, sino que era entre diversas posturas pastorales.

Puntos de vista distintos

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Siempre que hay un cambio de statu quo, como significó su llegada al Vaticano, es normal que haya resistencias. Después de poco más de 20 meses, esta resistencia, silenciosa al principio, parece ser más evidente…

La palabra la dijo usted. Las resistencias ahora se evidencian, pero para mí es un buen signo, que las ventilen, que no las digan a escondidas cuando uno no está de acuerdo. Es sano ventilar las cosas; es muy sano.

¿La resistencia tiene que ver con la limpieza que usted está haciendo, con la reestructuración interna de la curia romana?

Considero a las resistencias como puntos de vista distintos, no como cosa sucia. Tiene que ver con decisiones que por ahí tomo, eso sí. Claro, hay decisiones que tocan algunas cosas económicas, otras más pastorales…

¿Está preocupado?

No, no estoy preocupado, me parece todo normal, porque sería anormal que no existieran puntos divergentes. Sería anormal que no saliera nada.

¿Terminó el trabajo de limpieza o sigue?

No me gusta hablar de “limpieza”. Diría de hacer marchar la curia en la dirección que las congregaciones generales [las reuniones que anteceden al cónclave] pidieron. No, para eso falta mucho todavía. Falta, falta. Porque, en las congregaciones generales precónclave, los cardenales pedimos muchas cosas y hay que seguir adelante en todo eso…

¿Lo que se encontró haciendo limpieza es peor de lo que se esperaba?

Primero, no me esperaba nada. Esperaba volverme a Buenos Aires [risas]. Y después creo que, no sé, Dios en eso es bueno conmigo, me da una sana dosis de inconsciencia. Voy haciendo lo que tengo que hacer.

Pero ¿cómo anda el trabajo en curso?

Las resistencias ahora se evidencian, pero para mí es un buen signo que las ventilen, que no las digan a escondidas cuando uno no está de acuerdo. Bueno, es todo público, se sabe. El IOR [Instituto para las Obras de Religión] está funcionando fenómeno y se hizo bastante bien eso. Lo de la economía está yendo bien. Y la reforma espiritual es lo que en este momento me preocupa más, la reforma del corazón. Los ejercicios espirituales para prefectos y secretarios son un paso adelante. Es un paso adelante que estemos seis días encerrados, rezando y lo vamos a volver a hacer en la primera semana de Cuaresma. Vamos a la misma casa.

Curar heridas

Fue un año intenso: muchos viajes importantes, el sínodo extraordinario, la oración por la paz por Medio Oriente en los jardines del Vaticano… ¿Cuál fue el mejor momento y cuál, el peor?

No sabría decirlo. Todos los momentos tienen algo bueno y algo que por ahí no es tan bueno, ¿no? [silencio]. Por ejemplo, el encuentro con los abuelos, con los ancianos, fue de una belleza impresionante.

Estaba Benedicto también…

Me gustó mucho ese encuentro, pero no fue el mejor porque todos son lindos. No sé, no me sale eso, no se me ocurrió pensar eso.

Y de ser Papa, ¿qué es lo que más le gusta y qué lo que más le disgusta?

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Una cosa, y esto es verdad y esto lo quiero decir: antes de venir acá, me estaba retirando. O sea, cuando volviera a Buenos Aires, había quedado con el nuncio de hacer la terna ya para que, a fin de ese año [2013], asumiera el nuevo arzobispo. Tenía la cabeza enfocada en los confesionarios de las iglesias donde iba a ir a confesar. Incluso estaba el proyecto de pasar dos o tres días en Luján y el resto en Buenos Aires, porque Luján a mí me dice mucho, y las confesiones en Luján son una gracia. Cuando vine acá, tuve que volver a empezar con todo esto nuevo. Y una cosa que me dije desde el primer momento fue: “Jorge no cambies, seguí siendo el mismo, porque cambiar a tu edad es hacer el ridículo”. Por eso he mantenido siempre lo que hacía en Buenos Aires. Con los errores, por ahí, que eso puede suponer. Pero prefiero andar así como soy. Evidentemente, eso produjo algunos cambios en los protocolos, no en los protocolos oficiales porque esos los observo bien. Pero mi modo de ser aun en los protocolos es el mismo que en Buenos Aires, o sea que ese “no cambies” me cuadró bien la vida.

Un sector conservador en Estados Unidos cree que usted echó al cardenal tradicionalista norteamericano Raymond Leo Burke del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica por ser el líder de un grupo de resistencia a cualquier tipo de cambio en el sínodo de obispos… ¿Es verdad?

Me gusta usar la imagen del hospital de campaña: hay gente muy herida que está esperando que vayamos a curarles las heridas. El cardenal Burke un día me preguntó qué iba a hacer, ya que aún no había sido confirmado en su cargo, en la parte jurídica, y estaba con la fórmula de donec alitur provideatur (“hasta que se disponga otra cosa”). Y le dije: “Deme un poco de tiempo porque se está pensando en una reestructuración jurídica en el G-9”, y le expliqué que todavía no había nada hecho y que se estaba pensando. Y después surgió lo de la Orden de Malta y ahí hacía falta un americano vivo, que se pudiera mover en ese ámbito y se me ocurrió él para ese cargo. Y se lo propuse mucho antes del sínodo. Y le dije: “Esto va a ser después del sínodo porque quiero que usted participe en el sínodo como jefe de dicasterio”, porque como capellán de Malta no podía. Y bueno, me agradeció mucho, en buenos términos y lo aceptó, hasta le gustó, me parece. Porque él es un hombre de moverse mucho, de viajar y ahí va a tener trabajo. O sea que no es cierto que lo eché por cómo se había portado en el sínodo.

Texto: VNC (con información de La Nación)

Foto: MEDOL, VNE

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