El mundo reclama sacerdotes testigos

iglesiaquesufre

En ocasiones algunos laicos dicen que ellos saben cuándo un sacerdote es un hombre de Dios y cuándo no. Esta dura pero cierta afirmación va al centro de la misión que hemos recibido del Señor en el momento en que nos llamó, consagró y envió a ser sus discípulos y testigos en medio del mundo.

Ser un hombre de Dios, un sacerdote con mística, no es algo que se adquiere un día y basta. Esta condición ha de cultivarse cada jornada a través del encuentro con la persona de Cristo en la vida espiritual.

Por consiguiente, no existe actividad o múltiples ocupaciones que justifiquen postergar o excusarse de tal encuentro. Las responsabilidades pastorales siempre estarán, la cuestión es darle el espacio y tiempo justo a la fuente que alimenta la vida cristiana y ministerial, para poder alimentar a otros con la Palabra que da Vida. El mismo Jesús daba ejemplo de fidelidad en su encuentro personal con el Padre. El Mesías, luego de largas jornadas de servicio, sin importar el cansancio o la hora, convocaba a sus apóstoles en la montaña para orar.

Las motivaciones vocacionales

Con sorpresa y dolor contemplamos, en algunos casos, a sacerdotes que luego de unos pocos meses de ordenados pierden su mística, entrega piadosa, decoro en las celebraciones, interés en la sana liturgia, calidad en sus predicaciones y dedicación en el ejercicio de su propio ministerio. Me pregunto: ¿dónde quedaron las ganas por ser sacerdote a imagen de Cristo? ¿Dónde están los deseos de transmitir adecuadamente el Evangelio? ¿Dónde fueron a parar las promesas de orar y servir a la Iglesia?

Estas realidades deben confrontar a los seminaristas, para que ahonden en sus motivaciones vocacionales, para que se cuestionen si van a ser capaces de servir y ser imagen de Cristo siempre, porque si la respuesta es por un tiempo determinado o basados en los propios intereses es mejor que no pidan la ordenación, es preferible que sean buenos laicos y no sacerdotes medias tintas.

Hoy la sociedad y la Iglesia necesitan sacerdotes testigos, hombres que se renueven constantemente en el Amor que brota de Dios, capaces de dar razón y testimonio del Evangelio, de aquello que profesan con los labios y por lo cual han consagrado sus existencias para toda la vida.

Decirle sí a Dios es algo serio

No hay que olvidar que el Señor Jesús ha invitado a quienes ha querido, pero ha pedido un sí libre y responsable de los llamados Este sí implica conocer y aceptar la propuesta radical del Evangelio, configurándose primero con Él, para luego llevar a los otros a esa misma configuración. Esta cristificación de la existencia sólo es posible en la medida en que se tenga un auténtico y constante encuentro con la persona de Cristo, que dé un giro a la vida y se pueda decir: “Ya no soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). 

Esta vocación ministerial conlleva exigencias y renovación permanente, pero, ¿acaso no es cierto que toda opción de vida implica una renuncia? Por supuesto, pero cuando existe un amor fundante y vivo esa renuncia se hace llevadera y con agrado. Tenemos cientos de casos de sacerdotes fieles hasta el final de sus existencias, configurados con Cristo, orantes, servidores, cumplidores de las Sagradas Escrituras y del Magisterio, en una palabra, auténticos pastores; entonces podemos decir, sí es posible, sólo se necesita que la formación inicial se realice desde el corazón y no desde la apariencia o el cumplimiento simplemente porque me vea el superior y me apruebe en la junta de formadores, para alcanzar objetivos personales.

En consecuencia, los seminaristas, futuros ministros ordenados, han de prepararse para ser sacerdotes con auténticas y rectas motivaciones, y tener claro que la formación no termina en un seminario, sino que continúa en la vida del ministerio, porque ser sacerdote se hace cada día, ser sacerdote tiene sentido en la medida en que se es testigo y cooperador fiel en la misión que Cristo pone en nuestras manos, reflejando que en verdad somos hombres de Dios, hombres de intimidad con Aquel que nos ha llamado, consagrado y enviado.

P. Juan Álvaro Zapata Torres.  Dir. Dpto. Ministerios Ordenados y Vida Consagrada – Conferencia Episcopal DE COLOMBIA

Compartir