El Magnificat de Francisco

“Que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres”

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Por un día, la basílica de San Pedro pareció transformarse para convertirse en uno más de esos templos construidos en honor de Nuestra Señora de Guadalupe, “cuya devoción –Bergoglio dixit– se extiende desde Alaska a la Patagonia”. Su fiesta litúrgica, el 12 de diciembre, tuvo el año pasado en Roma una solemnidad muy especial gracias a una iniciativa de Guzmán Carriquiry  Lecur (el latinoamericano por excelencia en el espacio romano) que el primer Papa argentino de la historia no podía no acoger con entusiasmo. Así, desde primeras horas de la tarde, centenares de mexicanos, argentinos, chilenos, colombianos, peruanos, centroamericanos y filipinos acudieron a venerar a la “Nican Mopohua” (la “perfecta siempre Virgen María madre del verdadero Dios”, como Ella misma se presentó a san Juan Diego en el Tepeyac). Una reproducción de la venerada imagen había sido instalada bajo el baldaquino de Bernini donde el Papa iba a celebrar la eucaristía.

Cuando Francisco hizo su entrada en la basílica, ya resonaba bajo las bóvedas el Magnificat (mi alma glorifica al Señor). Avanzando por la nave central, el Papa bendijo a los más de setecientos sacerdotes procedentes del “continente de la esperanza” y de las Islas Filipinas que iban a concelebrar con él; en la procesión, le acompañaban el cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera; Marc Ouellet, prefecto de la Congregación de Obispos y Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina; el arzobispo de Aparecida y presidente de la Conferencia Episcopal Brasileña, Raymundo Damasceno Assis; el cardenal de Boston, Seán Patrick O’ Malley; el arzobispo emérito de Santiago de Chile, Francisco Javier Errázuriz Ossa; y otros arzobispos latinoamericanos que trabajan en la Curia Romana, como Marcelo Sánchez  Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de Ciencias.

En torno al altar de la Confesión se encontraban dos delegaciones oficiales de los gobiernos de México y Argentina, así como numerosos embajadores de los países latinoamericanos que mantienen relaciones con la Santa Sede y un grupo de niños que enarbolaban las multicolores banderas de sus respectivas patrias.

La Patria Grande

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Entre los acordes de de la Misa Criolla, se celebró de manera solemne la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe

Iniciado el rito, sonaron los primeros acordes de la “Misa Criolla”, compuesta hace ahora cincuenta años por el compositor argentino Ariel Ramírez. Este la compuso en 1964, apenas finalizado el Concilio Vaticano II, que permitió el uso de las lenguas vernáculas en la liturgia, y ese mismo año le entregó una copia de la partitura a Pablo VI. Diez años después, algunas de sus partes formaron parte del concierto que ofreció y dirigió el maestro en el Aula Nervi. Más recientemente, el 12 de diciembre de 2011 fue interpretada en la misa que presidió Benedicto XVI. En esta ocasión, ha sido su hijo, Facundo Ramírez, quien ha introducido algunas variaciones tímbricas en la partitura y dirigido su ejecución, confiada al coro romano Musica Nova, acompañado por un conjunto orquestal latinoamericano. Solista de excepción, la célebre Patricia Sosa, que puso al servicio de la música toda su expresividad.

Es cosa conocida que Jorge Mario Bergoglio apreciaba mucho a Ariel Ramírez, y se lo manifestó una vez más a su hijo, diciéndole: “Tu padre era una persona grande, era un místico”. Durante toda la misa, resultó a todos evidente que el Papa vivía con personal intensidad la música y sus ritmos, sobre todo en el Kyrie y en el Cordero de Dios.

Después de la lecturas bíblicas, leídas en español y portugués, el Papa pronunció su esperada homilía, iniciada con esta afirmación: “Son los pueblos y naciones de nuestra Patria Grande, Patria Grande Latinoamericana, los que hoy conmemoran con gratitud y alegría la festividad de su ‘patrona’, Nuestra Señora de Guadalupe”.

“Por su intercesión –dijo más adelante–, la fe cristiana fue convirtiéndose en el más rico tesoro del alma de los pueblos americanos, cuya perla preciosa es Jesucristo: un patrimonio que se transmite y manifiesta hoy en el bautismo de multitudes de personas, en la fe, esperanza y caridad de muchos, en la preciosidad de la piedad popular y también en ese ‘ethos americano’ que se muestra en la conciencia de dignidad de la persona humana, en la pasión por la justicia, en la solidaridad con los más pobres y sufrientes, en la esperanza a veces contra toda esperanza”.

Glosando en otro momento los versos del Magnificat, el Santo Padre afirmó: “Trastocando los juicios mundanos, destruyendo los ídolos del poder, de la riqueza, del éxito a todo precio, denunciando la autosuficiencia, la soberbia, los mesianismos secularizados que alejan de Dios, el cántico mariano confiesa que Dios se complace en subvertir  las ideologías y jerarquías mundanas. (…) A su luz, nos sentimos movidos a pedir que el futuro de América Latina sea forjado por los pobres y los que sufren, por los humildes, por los que tienen hambre y sed de justicia, por los compasivos, por los de corazón limpio, por los que trabajan por la paz, por los perseguidos a causa del nombre de Cristo. (…) Sea la gracia de ser forjados por ellos a los que hoy el sistema idolátrico de la cultura del descarte relega a la categoría de esclavos, de objetos de aprovechamiento o simplemente desperdicio”.

Con alegría esperanzadora

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“Y hacemos –concluyó– esta petición, porque América Latina es el continente de la esperanza, porque de ella se esperan nuevos modelos de desarrollo que conjuguen tradición cristiana y progreso civil, justicia y equidad con reconciliación, desarrollo tecnológico científico con sabiduría humana, sufrimiento fecundo con alegría esperanzadora. (…) Jesucristo es el único Señor, el libertador de todas nuestras esclavitudes y miserias derivadas del pecado. Él es la piedra angular de la historia y fue el gran descartado”.

Estas ideas volvieron a aflorar de alguna manera en las preces de los fieles, recitadas en español, portugués, inglés, francés, italiano y nathualt, la antigua lengua azteca. En ellas se pidió, entre otras cosas, por los gobernantes y por los que tienen en su manos el poder económico y cultural, “para que lo pongan al servicio del bien común, del respeto a la vida, de la libertad y de la dignidad humana y se comprometan en favor de la paz y la justicia”.

Finalizada la liturgia eucarística, el Papa ofreció a la Virgen de Guadalupe el tradicional homenaje de la rosa de plata. Mientras Francisco se dirigía a la sacristía de la basílica, la multitud cantaba la ya internacionalizada melodía “Pescador de otros mares”, de la que es autor Cesáreo Gabaraín.

Antonio Pelayo. Roma

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