Diego Irarrázaval. Teólogo

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“Los tiempos actuales requieren una actitud misionera renovada”

El chileno Diego Irarrázaval considera que su vida ha estado marcada por momentos que han trascendido en sus sendas como teológo. Uno de ellos ha sido su participación en los procesos sociales que se desencadenaron en Chile, en los tiempos de la dictadura de Augusto Pinochet. Otro ha sido su labor misionera, acompañando algunas comunidades indígenas aymaras en el altiplano peruano. Fue así como comenzó a profundizar en la teología indígena y en la inculturación de la fe cristiana. También se ha vinculado a algunas asociaciones de teólogos y teólogas donde se abordan perspectivas de género, “buscando superar esquemas andro-céntricos”, lo mismo que en la asesoría de otros colectivos internacionales, como la revista Concilium y Amerindia.

Recientemente en el Simposio Teológico del Cono Sur sobre la Eclessia semper reformanda (VNC 113), propuso algunos desafíos para una reforma desde el postulado de “una Iglesia pobre, desde y para los pobres”. Sobre este mismo asunto, en diálogo con Vida Nueva, compartió algunas de sus inquietudes y miradas propositivas.

A partir de la experiencia vivida en el Simposio Teológico del Cono Sur, ¿cuál considera que es el núcleo fundamental que debe abordarse para que la reforma de la Iglesia Católica se lleve a cabo?

El hecho de que seamos personas de diversos países, edades, hombres y mujeres, algunos más académicos y otros más pastorales, permite apreciar la riqueza de la combinación de voces y de reflexiones. Considero que hay ciertas constantes u opciones comunes, de las cuales la primera y la que me parece más importante es afianzar en nuestros contextos latinoamericanos qué significa seguir a Cristo en el Espíritu y en comunidades de Iglesia, a partir de los inmensos retos que tenemos. Esto quiere decir que no podemos repetir lo que hemos estado haciendo por tanto tiempo. Somos parte de una historia de colonialismos, injusticias y errores, y ahora tenemos el desafío de tratar de responder a los “signos de los tiempos”, y debemos hacerlo en fidelidad a Jesús, a su Espíritu y a la fuerza de la comunidad, desde abajo.

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Caminar juntos

En este proceso de transformación, ¿qué lugar les corresponde a las mujeres, a los indígenas, a los laicos y a los diferentes sectores que hacen parte de la Iglesia?

Yo creo que lo más importante para quienes hacemos trabajo de reflexión y desempeñamos diferentes funciones ministeriales es escucharnos entre nosotros y escuchar a los diversos sectores: rurales, ciudades, juventud, mujeres, indígenas, afrodescendientes, laicos, etc, para que no sigamos en los esquemas verticales a los que estamos acostumbrados, sino que más bien interactuemos honesta y sinceramente, con convicciones claras sobre el mundo en el que nos movemos y en el que podríamos colaborar para que sea más justo y humano.

En este sentido, me parece que es un inmenso error que el clero y los profesores de religión y de teología dictemos, como lo hemos hecho por mucho tiempo y lamentablemente lo seguimos haciendo, las pautas para los demás. Es necesario caminar juntos en sinodalidad, como hemos estado conversando en estos días, como Iglesia, reconociendo que el laico es el sujeto principal, o sea, que la Iglesia es el Pueblo de Dios.

¿Qué se necesita para afianzar esta perspectiva de la Iglesia Pueblo de Dios?

Pienso que no basta con tener buenas intenciones, lenguajes bonitos y retóricos. Hay que ver qué acciones concretas estamos tomando o podemos tomar en todo nivel. Eso implica, por ejemplo, desintoxicarse de categorías mentales, de formas y de tratos con otras personas, que no nos permiten construir la Iglesia Pueblo de Dios. También hay que desintoxicarse de muchas maneras de comprender a Dios que no corresponden al Dios vivo y que son marcadas por las mismas religiones y por posturas de superioridad y de prestigio de algunos que creen –erróneamente a mi juicio– que son los llamados a definir cómo es Dios. En lugar de esto, yo considero que hay que escuchar el silencio de los pueblos, sus clamores, sus sensibilidadades, sus búsquedas espirituales, y desde ahí reconocer la mano de Dios.

Entonces, ¿en qué sentido deben enfocarse las reformas que se requieren en la Iglesia?

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En este encuentro y en otros lugares se ha venido subrayando que la reforma más de fondo –si se me permite la expresión– proviene no de inquietudes e intereses internos, sino de respuestas a necesidades fundamentales que tienen los seres humanos. De este modo, si desarrollamos reformas en la catequesis, en la liturgia, o en la formación del personal de la vida religiosa y del ministerio sacerdotal, debemos responder a realidades y situaciones concretas que están ocurriendo en nuestras regiones. No se trata, por tanto, de proponer ideas brillantes, sino de asumir nuestra misión y responsabilidad evangélica, como Iglesia, no para nosotros mismos, sino para fortalecer nuestros vínculos con otros y otras que nos interpelan y nos conmueven.

¿Conoce alguna experiencia eclesial que esté caminando en esta dirección?

En la diócesis en la que me encuentro, en Chile, estamos volcados hacia este tipo de misión, saliendo de nuestros espacios propios, como “Iglesia en salida”, y reconociendo qué está ocurriendo en los barrios donde nos desenvolvemos. De este modo, no hemos querido salir con folleticos piadosos o invitando a la gente a ir a misa, sino que hemos decidido salir a ver y a reconocer las realidades que requieren acompañamiento, una palabra y una expresión evangélica. 

Antes la misión se hacía de otra manera, más proselitista (si se quiere), tratando de convencer a la gente para que se hiciera católica. Los tiempos actuales requieren una actitud misionera renovada, en aras de la humanización y de la dignidad humana. Yo creo que eso es fundamental.

Texto: Óscar Elizalde Prada

Fotos: Óscar Elizalde, Miguel Estupiñán, Culturas De La Tierra

Iglesia pobre, con ardor liberador

Durante su intervención en el Simposio Teológico del Cono Sur, Diego Irarrázaval evocó la intuición de un grupo de obispos que hace 50 años, en el Concilio Vaticano II, firmaron el Pacto de las catacumbas y decidieron, entre otras cosas, buscar “colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo”. Ante este gesto profético y paradigmático el teólogo chileno afirmó que “cargamos herencias eclesiocéntricas, y versiones locales de neocolonialismo. Estas mochilas son pesadísimas; ojalá se puedan vaciar y recargar con lo evangélico. Ojalá haya audacia al discernir y al preguntar. ¿Es posible abandonar autopistas de cristiandad, a fin de avanzar y disfrutar caminos marginales? ¿Es posible ser Iglesia del pobre, con fundamentos jesuánicos y pneumáticos, y retomar lo ya recorrido en América Latina y el mundo? Estos interrogantes no implican idealizar lo popular, ni absolutizar al pobre, ni ser élites con minusválidos como beneficiarios”. Sin embargo, también acrecentó que “cuando la fe es entendida y saboreada en medio del Pueblo de Dios, se redescubren bellas luces”.

De igual forma, al destacar la necesidad de impulsar una eclesiología “desde abajo” y “hacia adelante”, acentuó que “a la gente le apasiona el acontecer de Dios en Jesús, su Reino, su Espíritu, presentes e interpelantes en el mundo de hoy: existen hábiles personas con sus evangélicas vivencias y sus sabidurías transgresoras”. También subrayó que “el reubicarse ‘desde abajo’ se debe al misterio de la Encarnación del Verbo, que en lo cotidiano de la Iglesia-pobre acontece en manifestaciones del Espíritu de Jesús. Además, en el ‘hacia delante’ se verifica el ser Iglesia-pobre, que se debe al caminar comunitario orientado al Reino de Dios”. “No es pues mero asunto de lugares (abajo, adentro) o de tiempos (hoy, mañana). En todo, en lo hondo, palpita el Espíritu”, concluyó el teólogo.

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