Diatriba contra la diversión

“Nada hay tan aburrido como la diversión”, afirma el novelista español Enrique Vila-Matas. Como pasa con toda buena paradoja, esta golpea la imaginación y produce hinchazón. ¿Acaso la presente sociedad de imagen y placer no ha encumbrado a la diversión hasta altísima cumbre de felicidad?

Los muchachos entran en desesperación la noche en que no tienen un “plan”. Y tener plan equivale a confabular para el máximo de diversión. La diversión es enemiga del pensamiento. Si hay que escoger un cine, se apunta a aquel filme de acción que permita evadir la realidad. Una fiesta no lo es si no incluye sustancias para enardecer sentidos y provocar fugas hasta la última hora.

Precisamente, divertirse es entrar en diversionismo, distracción, dulce desconexión. Este estado de paréntesis es transitorio y conduce por lo menos a una sensación de haber perdido el tiempo. De ahí que su “guayabo” sea similar al del alcohol: arrepentimiento pastoso en la lengua, turbiedad cerebral, ganas de pasar rápido al día siguiente. 

Por eso Vila-Matas tiene razón al proclamar la aburrición de lo divertido. Alguien se aburre cuando abdica de su facultad creadora, de su potencia imaginativa. Quien no toma parte activa en una celebración, quien se limita a dormitar como espectador sedado, supera el momento de diversión con la pena de haber sido expulsado del paraíso.

El espectáculo contemporáneo ofrece alimento espiritual chatarra, niega el caviar que haría interesante y apasionado cada instante.

Arturo Guerrero

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