Thomas Merton: divino descontento

Thomas Merton

Se cumplen 100 años del monje trapense francés

Thomas Merton

FRANCISCO R. DE PASCUAL RUBIO (ABADÍA CISTERCIENSE DE VIACELI. CÓBRECES, CANTABRIA) | El próximo 31 de enero Thomas Merton hubiera cumplido 100 años. Hasta su accidental y prematura muerte en 1968, este monje trapense, prolífico escritor y decidido activista por la paz y los derechos humanos, hizo de su vida un descubrimiento progresivo de Dios, una historia de fe vivida desde una visión contemplativa. Todo ello, especialmente su capacidad para relatar esta experiencia creyente, le han convertido en uno de los maestros espirituales más influyentes de nuestro tiempo, cuya voz no solo es hoy vigente, sino urgente para testimoniar la fuerza transformadora del amor.

Nuestro auténtico camino en la vida es interior; es una cuestión de crecimiento, de profundización, y de una cada vez mayor entrega a la acción creadora del amor y de la gracia en nuestros corazones. Nunca fue tan necesario como ahora el responder a esa acción

(Carta circular a los amigos, septiembre de 1968).

En este año 2015, Thomas Merton hubiera cumplido 100 años. Y las preguntas que muchos nos hacemos son: ¿qué hubiera hecho y escrito si, al menos, hubiera vivido unos años más; si no hasta cien, por lo menos hasta 80 o 90, como es normal hoy? ¿Cuántos volúmenes más de cartas tendríamos, además de los seis ya editados? ¿Hubieran llegado sus obras a más de 100, superando así las 70 de que disponemos? ¿Hubiera aprovechado el movimiento conciliar para, finalmente, salir de su Abadía de Gethsemani y “fundar” una nueva comunidad puramente contemplativa experimental? ¿Hubiera sido, con el tiempo, un líder indiscutible de un monacato abierto y en diálogo con las corrientes espirituales de Oriente, un ecumenista de fina sensibilidad para descubrir los valores de todas las religiones? Y, en fin, ¿hubiera sido un profeta, no de anuncios sobre el futuro, sino de orientación religiosa y humanística del presente?

Pero la realidad es que el 10 de diciembre de 1968, a la edad de 53 años, muere en Bangkok, a miles de kilómetros de su abadía, y es repatriado en un avión militar con los cadáveres de americanos muertos en Vietnam, una guerra que él había denunciado y denostado. Al salir de la ducha, tocó un ventilador en mal estado y murió electrocutado.

Había ido a Bangkok para una reunión internacional de monjes asiáticos. Un periplo que preparó con ilusión y que describe admirablemente en su libro póstumo Diario de Asia. Cuando el cuerpo de Merton llegó a Gethsemani, lo acompañaba una declaración de los objetos personales valorados en dólares:

1. Un reloj Timex (10$).

2. Un par de gafas oscuras con montura de concha, nada.

3. Un breviario cisterciense encuadernado en piel, nada.

4. Un rosario (roto), nada.

5. Un icono pequeño con la Virgen y el Niño, nada.

Tras la noticia de su muerte, se recordaron –como es lógico– las últimas palabras de Merton. Después de la conferencia de la mañana, el P. De Grunne le dijo a Merton que una monja de la audiencia estaba molesta con él porque no había dicho nada sobre convertir a la gente. “Lo que se nos pide que hagamos en el momento actual –respondió Merton– no es tanto hablar de Cristo como dejar que Él viva en nosotros para que la gente pueda encontrarle sintiendo cómo vive en nosotros”.

Pliego íntegro publicado en el nº 2.924 de Vida Nueva. Del 10 al 16 enero 2015

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