Vidas de película

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JOSÉ L. CELADA | En 2015 se cumplirán 120 años desde que los Lumière inventaran el cinematógrafo, aquella máquina “diabólica” con la que filmarían y proyectarían imágenes en movimiento de los acontecimientos más cotidianos: la salida de la fábrica (o de misa), la llegada del tren, una partida de naipes… Más de un siglo después, si echamos la vista atrás, resulta fácil adivinar que ya no quedan argumentos o realidades que hayan escapado durante este tiempo al objetivo indiscreto de eso que hoy llamamos “séptimo arte”. 

La Vida Religiosa no ha sido una excepción. Frailes y monjas han protagonizado innumerables producciones, muchas de ellas tan populares como Marcelino, pan y vino (1954), de Ladislao Vajda, un relato de José María Sánchez Silva con el pequeño Pablito Calvo “adoptado” por una comunidad de franciscanos. O Historia de una monja (1959), de Fred Zinnemann, donde la inolvidable Audrey Hepburn cambia su vida de burguesa por una misión en el Congo. Sin olvidar aquellos Diálogos de Carmelitas (1960), basados en la obra teatral de Georges Bernanos, que narra una historia real acaecida en plena Revolución Francesa. Dando un salto hasta 1986, nos encontramos con La Misión, de Roland Joffé, donde Robert De Niro y Jeremy Irons se enfrentan al poder establecido que se dispone a acabar con las últimas reducciones jesuíticas de Paraguay. Ese mismo año, Jean-Jacques Annaud lleva a la gran pantalla El nombre de la rosa, la novela del italiano Umberto Eco que relata la visita de un franciscano y antiguo inquisidor (Sean Connery) a una abadía benedictina para esclarecer extraños sucesos.

Dramas, intrigas…, pero también comedias de aquí (aquella Sor Citröen de Pedro Lazaga, con la recordada Gracita Morales) y de allá (la saga Sister Act, de la arrolladora Whoopi Goldberg) que siguen despertando risas y ternura a partes iguales en cada reposición televisiva.

cine2Sin embargo, permitan que nos detengamos en un puñado de títulos de la última hornada. Pronto se cumplirá una década desde que el alemán Philip Gröning colara su cámara en la clausura de la Grande Charteuse alpina para brindarnos una experiencia cinematográfica de resonancias místicas, un tiempo para la contemplación: El gran silencio4 (2005), un documental que atrapa el armónico discurrir de esos cartujos mecidos por la brisa de la Gracia y entregados al trabajo y la oración, cuyas vidas portan las cicatrices del fuego de la Palabra y del frío de la soledad.

En Visión1 (2009), su compatriota Margarethe von Trotta nos invitaba también a visitar otro monasterio, el que acogió a santa Hildegarda de Bingen (1098-1179), monja lúcida y precursora que se convertiría en uno de los referentes culturales y religiosos de la Europa medieval. La biografía de la abadesa, felizmente rescatada aquí, nos muestra su modo de organizar la vida claustral y de ejercer la autoridad en comunidad, pero también su polifacética personalidad (partituras, poemas o incluso recetas de cocina dan fe de esta activa ecologista, filósofa, científica y defensora de una medicina natural alternativa que sana el cuerpo y el alma). Todo un regalo descubrir personajes así.

Profunda espiritualidad

Aunque nada comparable con el testimonio que el francés Xavier Beauvois nos dejaba en De dioses y hombres3 (2010), recreación dramática del secuestro y asesinato en 1996 de los siete trapenses de Tibhirine, en el Atlas argelino. Su sencillo modo de vida, a caballo entre el trabajo y la oración y en contacto con la comunidad local, se enfrentará a las amenazas islamistas, al miedo y a la tentación de huir. Un honesto proceso de discernimiento, atravesado por el desconcertante “silencio de Dios”, acabará encontrando en la Palabra y la Eucaristía una respuesta a la altura de su compromiso. Cine del bueno y con una profunda espiritualidad.

Ida (2013) es el nombre de la joven novicia que da título a una de las gratas sorpresas más recientes. En vísperas de su profesión religiosa, con una bella fotografía en blanco y negro, Pawel Pawlikowski nos propone acompañarla por la Polonia gris de los 60 en busca de respuestas a sus preguntas. Lejos del silencio del claustro donde permanecía recluida desde que se quedó huérfana, tratará de conciliar sus raíces judías y su fe cristiana, sus pulsiones humanas y su vocación religiosa. Un poema visual sobre la diáspora interior.

Por último, mención especial para el importante esfuerzo realizado por Pablo Moreno en Un Dios prohibido2 (2013), memoria viva del martirio de medio centenar de claretianos en Barbastro en los albores de la Guerra Civil.

Mística, profecía, misión y testimonio también reclaman un lugar en el cine de la mano de tantos hombres y mujeres que un día consagraron sus vidas a Dios.

En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva

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