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Historia

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JUAN MARÍA LABOA GALLEGO (SACERDOTE E HISTORIADOR) | El ser humano resulta enormemente creativo en el desarrollo de sus afectos y actuaciones. En el campo del espíritu, las emociones y la generosidad, es capaz de imaginar y crear mil matices distintos para expresar y profundizar en la experiencia religiosa y en el mundo de la formación y del servicio. La historia de ermitaños, monasterios y congregaciones religiosas constituye una apasionante expresión de la inspiración espiritual y de su aportación a la comunidad humana.

La Iglesia hispana ha seguido con fidelidad y creatividad las pautas y los tiempos de la Iglesia romana, tanto en las manifestaciones del ascetismo primitivo como en la vida anacoreta y cenobítica posterior. Más adelante, la Vida Religiosa, en todas sus variantes, ha ido asentándose en la Península hasta sus límites más recónditos, siguiendo tradiciones orientales y mostrando características nuevas propias. Consiguió un impulso importante con el ejemplo y las normas de san Fructuoso, el anacoreta del Bierzo, entregado a la vida contemplativa, capaz de encender en innumerables corazones la ardiente llama del suyo. Se multiplicó durante la Reconquista, colaborando eficazmente en la repoblación, la enseñanza y la caridad para con los habitantes de sus diversas regiones, que fueron conformando los pueblos, ciudades y reinos.

En la historia del cristianismo español, las congregaciones religiosas han conseguido una presencia ubicua en el campo y en los núcleos urbanos, marcando las facetas más intelectuales y espirituales del pueblo, en parte por su mejor preparación doctrinal, por la creativa sensibilidad espiritual de una parte de ellos y, también, por la importancia y majestuosidad de algunas grandes comunidades que absorbían y controlaban los flujos y reflujos religiosos, sobre todo de los grupos económicamente más fuertes.

Esto explica, en parte, el que hayan sido también objeto de persecución política y social, sobre todo tras la Ilustración y la consiguiente revolución, a causa del temor o del rechazo de su influjo en la formación cultural y en las ideas de la clase dirigente. Por otra parte, la rivalidad y las celotipias entre las congregaciones más importantes han sido una constante, a veces conflictiva, en la vida social y religiosa. No se trataba del fruto de carismas diversos, sino, más prosaicamente, de las luchas por conseguir mayores apoyos, más influjo y más importantes patrocinios.

En el mapa de esta historia religiosa, resulta sugerente recordar la trayectoria de algunos importantes fundadores españoles de nuevas congregaciones, de los más conocidos y creativos, cuyas huestes han actuado en todos los continentes anunciando con eficacia la Buena Nueva.

Tras la invasión musulmana, Pedro Nolasco fundó una orden militar con el fin de salvar y redimir a los cristianos en cautividad, a causa de la cual perdían las prácticas de la vida cristiana y su fe corría serio peligro, comprometiéndose a aceptar prisiones, tormentos y, también, la muerte, si la situación lo indicase. Así nació la Orden de los Mercedarios, cuyo carisma se prolonga hoy en la pastoral con los encarcelados.

Un modo actualizado

Domingo de Guzmán responde a un cambio social importante y a un trasiego de herejías, fruto, también, de la ignorancia religiosa de buena parte del pueblo. Dominicos y franciscanos inauguran un modo actualizado de Vida Religiosa, más propio de una sociedad urbana, que exigía una movilidad, una cercanía y formas de espiritualidad imposibles en la Orden Benedictina.

St. Teresa of AvilaEl franciscano Pedro de Alcántara pone un primer puntal en la reforma eclesiástica y espiritual previa al movimiento luterano. La sociedad europea vivía un momento de decadencia moral que contagió gravemente la Vida Religiosa. Fray Pedro marcará la importancia de seguir viviendo las reglas primitivas al pie de la letra, en su exigencia y entrega total.

Ignacio de Loyola representa la otra cara de la moneda. La Europa de los grandes estados, con las religiones reformadas y con un pueblo que contaba con universidades y una respetable libertad de conciencia, exigió clérigos versátiles y bien preparados, capaces de enseñar con el ejemplo y la doctrina, con la santidad y los colegios; capaces de moverse de un lugar a otro, de un continente al otro. Los jesuitas y los clérigos reformados tenían capacidad de movimiento, de espontaneidad e inventiva, de adaptación y de diálogo con las nuevas ideas y mentalidades.

Juan de Dios, español de Portugal, “el loco de Dios”, agota su vida y las de sus religiosos, acompañando y sirviendo a los enfermos. La identificación con el dolor humano marca su vida, su actuación y sus fundaciones. Cualquier necesitado o desamparado tenía derecho a ser acogido.

José de Calasanz comprendió que la mayoría de los niños pobres se entregaban como presa a los vicios, no pudiendo sus padres sostenerles en la escuela. Nació así la escuela totalmente gratuita y reservada a los pobres y, movidos por el amor a Dios, surgió la Congregación de las Escuelas Pías.

Teresa de Jesús y Juan de la Cruz han quedado en nuestra historia como dos religiosos entregados a Dios, exigentes consigo mismos, grandes reformadores y maestros en mística. Han pasado cinco siglos, pero su obra y sus escritos se mantienen como puntos de referencia de Vida Religiosa. Formadores por excelencia, maestros del espíritu y escritores.

Antonio María Claret responde a la permanente exigencia pastoral de misionar en el campo y en los pueblos, de enseñar el catecismo, predicar y confesar, exigencia agudizada tras la Ilustración y las revoluciones liberales. Decenas de otras congregaciones con aspiraciones y finalidades semejantes nacieron en todas las regiones españolas.

Ángela de la Cruz y otros nombres sonoros o casi olvidados del mismo tiempo recogieron en sus nuevas congregaciones a tantas almas generosas que dedicaron sus vidas a los niños abandonados, a los ancianos desamparados, a las prostitutas, a los enfermos, a los dementes y a los abandonados a su suerte. Concibieron la Vida Religiosa como un servicio directo a las crecientes necesidades de los seres humanos.

Estos fundadores y congregaciones han sido capaces de responder con eficacia y prontitud a cuanto señalaban los signos de sus tiempos, afrontando algunos de los grandes retos del momento. Todos surgían de su inquietud espiritual y de su fe en el Señor Jesús, pero todas sus acciones se dirigían a afrontar con valentía los problemas sociales y las angustias humanas del momento. El origen de todos sus carismas se encontraba en las palabras y la actuación de Jesús, pero fueron surgiendo de manera incontenible a medida que la sociedad las sufría o las reclamaba.

Presencia muy positiva

laboa1Es verdad que, a veces, van surgiendo grupos religiosos que responden no a necesidades, sino a miedos o ideologías del momento; pero siempre son flor de un día, incluso tras un inicio fulgurante. Por el contrario, en una Iglesia con fe y esperanza, que camina codo con codo junto a los ciudadanos, con sus problemas y dificultades, la presencia de las congregaciones religiosas, siempre preocupadas por la fragilidad de las personas y de los pueblos, sigue siendo muy positiva no solo para dar a conocer a Jesucristo, sino también para educar, acompañar, escuchar, dignificar a gentes con unas condiciones de vida endémicamente injustas y sin capacidad de evolucionar o, también, económicamente brillantes, pero humanamente indigentes o necesitadas de centrar la trascendencia en sus vidas.

En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva

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