Diversidad y pobreza, los retos de Oriente

Asia

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SAMUEL H. CANILANG, CMF (INSTITUTO DE LA VIDA CONSAGRADA DE ASIA) | Asia, según la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia (FABC), tiene tres importantes y característicos rasgos: la diversidad cultural, la diversidad religiosa y la pobreza generalizada. Esto hace que sea extremadamente difícil –si no imposible– hablar del continente de un modo completo y preciso. Esta dificultad se encuentra igualmente cuando se analiza la Iglesia y, concretamente, la Vida Religiosa. Aquí me centraré en los religiosos en el sudeste asiático y en China.

Hay tres factores principales que, inevitable y profundamente, afectan a las situaciones de los religiosos en Asia; son de carácter político, religioso y económico. Las estructuras y actividades de los religiosos en China, Vietnam y Myanmar son estrechamente controladas y vigiladas por el Gobierno. En Timor Oriental y Filipinas sí disfrutan de los beneficios de la democracia, pero se enfrentan a los problemas causados por el clientelismo político, la economía de mercado sin freno y la corrupción a todos los niveles. También salvo en Timor Oriental y Filipinas, los religiosos en Asia tienen que vivir con el hecho de que están en países no cristianos en los que experimentan, en mayor o menor frecuencia e intensidad, discriminaciones, amenazas e incluso ataques violentos de los seguidores de las religiones mayoritarias.

En China, Vietnam y Myanmar, la gran mayoría de las congregaciones religiosas se fundaron localmente. Muchas apenas han empezado a definir su propio carisma, identidad y misión. Otras más, en Timor Oriental y Filipinas, son de derecho pontificio. Tienen una comprensión clara, profunda y articulada de su particular forma de vida en la Iglesia, así como una identidad carismática y de misión. No obstante, encarnar el propio carisma en las culturas locales sigue siendo un gran reto y una tarea pendiente. Es por ello que, hasta ahora, en muchos países asiáticos, la Vida Religiosa (y, por supuesto, el propio cristianismo) es todavía vista como extranjera, es decir, occidental.

Los religiosos en Asia viven junto a renunciantes hindúes, monjes budistas, místicos musulmanes… Estos últimos son admirados, respetados y queridos por su profunda vida espiritual, sencillez, compasión y servicio como guías espirituales (gurús). Los religiosos son respetados por sus escuelas, hospitales, orfanatos, obras de caridad y advocaciones socio-políticas, pero no por ser hombres y mujeres de Dios. Es más, son vistos como extraños por parte de sus propias gentes. No obstante, los religiosos responden cada vez más al desafío del diálogo interreligioso, enriqueciendo su vida de oración, por ejemplo, al aprender los métodos tradicionales asiáticos de oración y la meditación (zen, yoga, dhikru’llah), adaptándolos a la práctica espiritual cristiana.

La FABC entiende la misión en Asia como un “diálogo a tres bandas” con las culturas, las religiones y los pobres. Las comunidades religiosas tienen un liderazgo activo en la evangelización integral y están profundamente involucradas en la proclamación del Evangelio; en el asentamiento de las parroquias y de los programas pastorales diocesanos; en la atención educativa a los pobres; en la lucha de los pueblos indígenas para tener una vida mejor y una más plena integración social, preservando sus culturas; en llevar la reconciliación entre comunidades, sectores y personas; y en el cuidado de la Creación. Y, sobre todo, las personas de otras tradiciones religiosas esperan de los religiosos que lideren el diálogo interreligioso.

Un reto esencial es la formación. En las tres últimas décadas, Filipinas ha visto una afluencia continua y creciente de religiosos desde China, Vietnam, Myanmar, Indonesia, Tailandia, Bangladesh o Pakistán para su educación. El Instituto de Pastoral de Asia Oriental (jesuitas), el Instituto para la Vida Consagrada en Asia (claretianos) y el Instituto de Formación y Estudios Religiosos (Asociación de Superiores Mayores Religiosos) se han dado cuenta de que sus estudiantes no solo necesitan una formación académica en los distintos campos de la teología, sino una manera más urgente y profunda de formación humana y espiritual. Y es que las situaciones políticas, sociales y eclesiales en China, Vietnam y Myanmar no permiten, de diversas maneras, la creación de centros que puedan abordar todas esas áreas de formación para sacerdotes y religiosos. En estos países, las propiedades eclesiales han sido confiscadas por el Gobierno, estando además suprimido el derecho de reunión. El problema viene cuando las diócesis y las congregaciones no tienen capacidad financiera para enviar a sus sacerdotes y hermanos a estudiar al extranjero, habiendo una gran escasez de profesores, formadores y directores espirituales con una preparación adecuada y experiencia suficiente para dar educación integral y formación a los seminaristas y novicios.

En conclusión, cuando se dice que la Vida Religiosa en el mundo está experimentando un cambio geográfico –del oeste al este y del norte al sur–, puedo asegurar que, pese a todos los problemas, la Vida Religiosa en el sudeste de Asia está muy viva y crece cuantitativamente. De hecho, es una alegría ver que se están construyendo noviciados y seminarios, así como que hay capillas y aulas llenas de jóvenes. Hay conversiones en gran número. Otra pregunta es: ¿estamos asistiendo a un crecimiento cualitativo? Este es un desafío auténtico y enorme. Necesitamos religiosos que sean maduros humana y espiritualmente, entrenados intelectual y pastoralmente, motivados carismáticamente y orientados a la misión, compasivos con los pobres y desfavorecidos, y apasionados por Cristo y el Evangelio. La Iglesia siempre ha contado con el testimonio evangélico y la obra de los religiosos, y continuará haciéndolo.

En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva

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