¡Cuánta riqueza!

Ayer y hoy en España

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MIGUEL ÁNGEL MALAVIA. FOTOS: JESÚS G. FERIA | Es un regalo ahondar en la inmensa riqueza de la Vida Consagrada, tan llena de matices y carismas, con una simple visita en una misma mañana, y sin salir de Madrid y sus alrededores, a cuatro congregaciones ciertamente diferentes entre sí. Un total de ocho religiosos y religiosas, la mitad rondando o superando los ochenta años y con el resto entre la veintena y la cuarentena, han abierto sus puertas a Vida Nueva. Nos han hablado de sus sueños (cumplidos o anhelados), de su visión de Iglesia, de sus vivencias diarias. En las siguientes páginas, trataremos de plasmar el alma de esta rica conversación en cuatro etapas.

¡Cuánta riqueza! [extracto]

A primera hora de la mañana, nos abren las puertas del Colegio Purísima Concepción, cercano a la Gran Vía, dos hijas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús: Concha Álvarez, de 78 años, y Virginia Mozo, de 40. En su día, Virginia fue profesora y tuvo la sede de su comunidad en este inmenso colegio, donde comparten aulas niños de decenas de nacionalidades (siendo los mayoritarios los filipinos y los chinos). Desde hace cinco años, ambas viven junto a otras dos hermanas en un piso del barrio de San Cristóbal de los Ángeles, muy golpeado por la crisis. Allí viven realmente la misión compartida con los laicos (colaboran en un Centro Educacional de Menores de Cáritas, dando extraescolares a chicos del barrio con dificultades de todo tipo) y la apuesta por la intercongregacionalidad, trabajando mano a mano en todo tipo de acciones barriales con las teresianas del Padre Poveda, las Hermanitas de la Asunción y los religiosos de San Viator.

malavia2Echando la vista atrás, Concha valora enormemente los pasos dados: “En la Vida Consagrada seremos menos, pero eso es algo bueno, pues esta aparente debilidad nos hace ser más humildes y vivirlo todo con más riqueza que antes”. Virginia siente algo parecido: “Creo que estamos viviendo un momento de cambio, de búsqueda, de reajustes. Ahora, las congregaciones estamos intentando concretar nuestros carismas según lo que querían nuestros padres fundadores. Y esto lo hacemos desde un potencial muy grande, basado en la fuerza con la que queremos transmitir nuestro amor por Dios, mientras nos desplazamos a otras realidades donde podemos ser útiles. Esto se aprecia hoy con nuestra vivencia en el barrio: ayudamos en la catequesis de la parroquia, acompañamos a inmigrantes, apoyamos la educación más allá de la escuela… Estamos con la gente”.

Concha, que antes ha pasado largos años viviendo su vocación en colegios teresianos de Barcelona, Roma, Oviedo y Mieres, dando clases de Música, se declara “feliz” al comprobar que se ha cumplido aquello con lo que soñó: “Yo iba a un colegio de teresianas y, cada día, teníamos un cuarto de hora de oración. Jesús me atrajo en esos momentos de silencio. Una vez que decidí que quería ser religiosa, elegí el camino teresiano por las monjas del colegio. Las veía llenas, alegres, viviendo plenamente el espíritu de Teresa, uniendo a la relación mística con Jesús el contacto con los demás semejantes, en una idea de humanidad plena. Hoy veo el camino recorrido y me siento feliz. Con mis limitaciones y sin ningún protagonismo, sigo estando con la gente”.

El signo de una llamada

La llamada de Virginia fue algo diferente: “También estudié en un colegio teresiano, en Valladolid. Mi encuentro con Dios llegó en la adolescencia. Pensaba que pasaba de lo que me decían las monjas, pero me fue dejando poso, sobre todo cuando llegó el tiempo de preguntarme por el sentido de la vida. En un principio, pensé en ser contemplativa, e incluso en misionera. Me resistía a ser teresiana porque las veía demasiado ‘perfectas’ y temía sentirme inferior a ellas. Pero, al final, cuando ya cursaba segundo de Magisterio, me lo volví a plantear y supe que este era mi camino. Hoy, no lo cambiaría por nada del mundo. A mis 40 años, llevo ya la mitad de mi vida con esta otra familia”.

En cuanto a su visión sobre el momento de la Compañía, Concha cree que “hemos ganado en justicia social. Siempre se cuidó en la congregación, pero hoy estamos más volcados en los márgenes, con los más desfavorecidos. En nuestro centro educacional, por ejemplo, hay una gran diversidad cultural. A veces hay roces entre los niños, pero al final siempre florece la convivencia. Esto es muy bonito”. Virginia también glosa los cambios, realmente grandes: “Antes llevábamos hábito y vivíamos en grandes comunidades, con muchas hermanas. Ahora vivimos en pequeños grupos, en pisos, y compartimos nuestra vida con miembros de otras familias religiosas y con los laicos. Estos tienen cada vez más protagonismo. De hecho, nuestros colegios, que desde ahora se encuadran en la Fundación Escuela Teresiana, están llevados mayoritariamente por laicos”.

malavia21La siguiente parada es en Pozuelo de Alarcón, en el ESIC Business&Marketing School, un centro asociado a las universidades Rey Juan Carlos y Miguel Hernández y dedicado al impartimiento de másters y postgrados sobre marketing y gestión de empresas. Este campus cuenta con otros pertenecientes a la misma iniciativa y que se encuentran en Barcelona, Pamplona, Zaragoza, Sevilla, Valencia, Bilbao, Granada… O Brasil. En total, miles de alumnos y de profesores sostenidos por el empuje de los padres reparadores-dehonianos. Nos atienden los religiosos Simón Reyes Martínez, de 75 años y director general del ESIC, y Antonio García Rogado, de 27.

La primera pregunta parece obvia: ¿cómo surgió esta impresionante iniciativa tan alejada, aparentemente, de una iniciativa eclesial? Simón, todo pasión y energía, lo explica de un modo sencillo: “El marketing ha entrado en España gracias a la Iglesia. Además de nosotros, están las escuelas de La Salle; el IESE, del Opus Dei; el ICADE, de los jesuitas de Comillas… De las 11 instituciones que hay hoy en la Escuela de Negocios, siete son de la Iglesia. ¿Cuándo surgió todo? Hay que remontarse a los años 60, cuando se impulsaron los famosos Planes de Desarrollo. Trajimos todas estas disciplinas a España para ayudar a los empresarios y orientarlos. Fue nuestro modo de ayudar a aplicar la Doctrina Social de la Iglesia, a través del impulso de la deontología comercial. Es decir, trayendo la ética a los negocios, haciendo ver a sus directivos que es posible tener un comportamiento moral en sus empresas. Esto es muy importante, y siempre ha sido apoyado por la Iglesia. Yo se lo explico así a los alumnos cuando llegan: tras el fracaso de las economías planificadas (el marxismo), ya solo nos queda el libre comercio, ahora en un período de revisión, y del que su alma son las empresas. Es esencial, por tanto, que en estas haya buenos directivos, gente preparada y buena, también desde el punto de vista moral… La crisis, en parte, se produjo por el mal comportamiento de muchos directivos”.

En cuanto a su vivencia como sacerdote reparador (además de ser director general del ESIC, celebra todos los días la Eucaristía en el centro y prepara a un grupo de alumnos para su Confirmación), Simón cree que “ya estamos saliendo de la crisis postconciliar. Pese a la falta de vocaciones, hay aires nuevos, una dinámica de renovación. Lo más importante que veo es que hemos sabido resistir a la tentación de abandonar las obras que nos han dado sentido históricamente. La Vida Religiosa siempre ha sido potente a la hora de asumir proyectos en educación, sanidad… Tras el Concilio, que todos vivimos con muchísima ilusión (a mí me cogió estudiando en Roma, y comíamos todos los días en el colegio con obispos españoles participantes), vino una etapa de despiste, de despreciar nuestra herencia pasada. Muchos abandonaron su vocación, empezando por las obras que dirigían… A mí me salvaron dos cosas: por un lado, el espíritu dehoniano, que apuesta por la libertad individual y el fomento de las capacidades propias, dándote todas las oportunidades para hacer lo que crees que debes hacer. Y, por otra parte, mi propia realidad de entonces. Estaba dirigiendo en Madrid el colegio Fray Luis de León. Fue un desastre, querían cerrarlo y casi todos se fueron… Ahí me di cuenta de que, si me iba, se quedaban sin colegio 2.200 alumnos y muchísimos profesores se iban en la calle. Me salvó mi compromiso con la realidad, con una obra concreta. En esos años (yo era muy avanzado, estaba en la línea de Cristianos por el Socialismo), muchos religiosos nos centrábamos en imaginar otro mundo… Mientras, dimos la espalda al real”.

Antonio, en el inicio de su andadura, tiene otra experiencia: “Soy de Salamanca, aunque estoy terminando Teología en Valencia, habiendo estudiado también allí, en nuestro ESIC, Publicidad y Relaciones Públicas. Con los dehonianos he aprendido muchas cosas, empezando por su gran interés por la persona. Yo mismo lo he vivido así. Cuando iba a entrar en el Noviciado, me ofrecieron que estudiara un año de la carrera que quisiera, mientras echaba una mano en la parroquia. Así, pude hacer primero de Filosofía al mismo tiempo que vivía en comunidad con mis hermanos. Esto lo he mantenido todos estos años: por un lado, vivo el ambiente universitario, con gente de mi edad. Y, por el otro, sé lo que es estar en una comunidad con otras diez personas, siendo yo el más joven”.

Una familia unida

Esta última experiencia la vive Antonio como algo esencial en su forja como religioso: “En el último capítulo general de la congregación, se decidió que no habría una institución para cuidar a nuestros hermanos más mayores y enfermos, sino que cada comunidad cuidaría de los suyos. Esto no siempre es fácil, pero nos ayuda a vivir como una familia. Nos turnamos para atender a los dos hermanos que están más enfermos: les damos de cenar, les cambiamos el pañal… Como el que acompaña al abuelo”. Toda su vivencia hace que este dehoniano de 27 años sea muy optimista: “Los religiosos representamos mucho en la sociedad; contamos con un gran patrimonio social, cultural y educativo. En cuanto a la ausencia de vocaciones, lo esencial es que seamos más auténticos y estemos abiertos a la novedad, en posiciones de frontera y vanguardia. La Vida Religiosa es lo que uno hace y es, antes que estar en un sitio o en otro”.

malavia13De Pozuelo volvemos al centro de Madrid, a la parroquia del Perpetuo Socorro. Allí nos reciben dos caras representativas del presente y el futuro de los redentoristas: el prestigioso moralista Marciano Vidal (quien, a sus 77 años, ha publicado numerosos volúmenes sobre su materia predilecta) y Damián María Montes, de 27 años de edad y con las ideas muy claras sobre cómo percibe el estado de la Vida Religiosa. “La veo muy bien –asegura con énfasis–. Sigue siendo referente, mantiene un auténtico contacto con la realidad y es cada vez más joven, más relevante, más audaz y más eficaz. Va un paso por delante de otros ámbitos eclesiales”.

Con su visión analítica y experimentada, Marciano apunta al mismo tiempo indicadores de buena salud para la Vida Consagrada y problemáticas que la interpelan. Entre los primeros, están “la entrega a la causa de los menos favorecidos; la adaptación a los retos del momento presente; la búsqueda de la autenticidad en la vivencia específicamente religiosa, desde la peculiaridad del propio carisma fundacional; y la articulación de algunas formas de intercongregacionalidad y la extensión del propio carisma a los laicos, formando formas nuevas de vinculación con ellos”. Entre los retos más acuciantes, indica los siguientes: “La adaptación de las obras, de las estructuras externas y de las instituciones internas a la drástica disminución en número de sujetos y a su cada vez más elevada edad; realizar formas de unión entre instituciones de similar carisma; y hacer visible en la Iglesia la peculiaridad de la Vida Religiosa dentro del conjunto eclesial, sobre todo en referencia directa a los movimientos eclesiales y a otras formas de asociación laical y clerical”.

El redentorista más veterano, que reconoce que fue desde el Concilio cuando ahondó más decisivamente en la “toma de conciencia de la peculiaridad eclesial que implica la identidad del consagrado”, hace balance de su experiencia vital y se define como “suficientemente realizado”. “La Vida Religiosa –profundiza– me ha posibilitado articular mi devenir biográfico con la experiencia religiosa cristiana: en momentos cumbre de mi vida, en etapas importantes y en la cotidianidad de la existencia”.

Una vida de estudio

 En cuando a su ser redentorista, Marciano ha tenido una identificación eclesial específica “que, sin privarme de la mesura del sentido común, me ha propiciado determinadas satisfacciones en la autoestima personal y social. Las necesidades de la institución hicieron que mis posibilidades intelectuales se sometieran a un cultivo más intenso y a una preparación más especial. He cultivado el estudio, la docencia y la escritura en el campo de la Teología Moral como una forma de realizar el carisma propio de la institución. Naturalmente, es a Dios y a mi esfuerzo a quien debo lo que he conseguido hacer; la institución no trabaja por ti ni para ti”.

Por su parte, Damián cree que, con el fin de seguir siendo socialmente relevantes, es necesario que la Vida Religiosa, “renueve el lenguaje espiritual, haciendo llegar la esencia cristiana a los jóvenes de un modo comprensible”. Precisamente, comenta, el que esta idea esté muy presente en el carisma redentorista es algo que le ayudó mucho a la hora de definir su vocación religiosa en esta familia: “En Granada, de donde soy, la pastoral juvenil redentorista siempre ha sido muy potente, un referente en la ciudad. Me atrajo su alegría y su empleo del lenguaje del pueblo, común a todos. Veía cómo buscaban responder a los problemas concretos del hombre de hoy, dando respuestas para el mundo de hoy. En mi etapa de formación y discernimiento, mientras tenía claro que quería ser misionero y salir al encuentro del hombre, me enganchó definitivamente su creatividad y su audacia. Aquí puedes ser lo que quieras”.

Este ambiente de calidez lo sigue sintiendo Damián en Madrid, en la comunidad del Perpetuo Socorro, donde convive con otros 15 compañeros, entre ellos Marciano. Es precisamente el moralista el que explica que la parroquia, donde colaboran en su pastoral diaria, es también la sede de su provincia en España y además alberga el punto de reunión del Equipo Misionero Redentorista. Sin embargo, reconoce, cada vez queda menos de las famosas misiones populares que han caracterizado históricamente a su congregación, percibiéndose una claro cambio en la configuración de la misma a nivel mundial: “Estamos en un servicio-para-todo. Geográficamente, tendemos a desplazarnos de Europa, América del Norte y América Latina, donde antes éramos fuertes, hacia Asia y, en menor medida, hacia África. La congregación, por así decirlo, está cambiando de
facciones. E, intelectualmente, si bien mantenemos algún centro académico, como la Academia Alfonsiana, en Roma, o alguna revista cualificada, como Moralia, en España, el futuro previsible es de tendencia hacia menos”. Algo que se aprecia numéricamente: “De los 8.800  redentoristas que éramos en el año de mi noviciado, hemos descendido hoy a unos 5.500”.

Frente a esto último, Damián llama a “no lamentarse por el descenso. La Vida Religiosa siempre ha sido profeta de esperanza y no de calamidades, de ahí que la sociedad, dentro del anticlericalismo a veces imperante, nos ha visto muchas veces con una cierta ternura y aceptación, mayor que al resto del ámbito eclesial”. Además, remarca que san Alfonso María de Ligorio, su fundador, “siempre se hacía acompañar en sus proyectos por laicos. Tenemos que centrarnos en nuestro carisma congregacional y seguir apostando por la misión compartida con ellos”. En este caminar conjunto, concluye Marciano, también deben estar los obispos y los representantes de los grandes órganos eclesiales que se relacionan con los religiosos. Una relación, lamenta, no siempre fácil: “He conocido, como muchos religiosos y religiosas, la incomprensión de bastantes representantes de la jerarquía eclesiástica. Confío en que las cosas cambien. Veo algunos signos positivos al respecto, pero creo que la invernada no ha dado paso todavía a la primavera”. Un estado de reacción y esperanza que, en cambio, sí vislumbra ya, con el papa Francisco, para la Iglesia en general.

malavia10La última estación nos lleva al Real Colegio Nuestra Señora de Loreto, justo al lado de la Casa de la Moneda. Allí, en medio del bullicio por las decenas de niños que regresan a clase tras el recreo (hay 700 matriculados), nos esperan dos hermanas de las Esclavas del Divino Corazón, Beatriz Martín, de 36 años, y María Rojano, de 82. Ambas viven juntas en la misma comunidad, junto a otras cuatro compañeras, siendo Beatriz, la más joven, la superiora. Esta, con sencillez, defiende por qué siempre existirá la Vida Religiosa: “No tendremos una presencia de masas, pero sí somos significativos. Además de Magisterio, estudié Ingeniería Agrícola. De ahí, tal vez, me viene esta imagen: somos como el momento en el que la semilla está en la tierra, cuando se hacen fuertes las raíces. Creo que vivimos un tiempo de purificación. Somos más comprometidos y tenemos una vivencia más radical. La clave es no perder el sello propio y seguir manteniendo nuestra identidad en medio de una sociedad menos creyente y donde nos tienta la dinámica capitalista del consumo”. María, que mantiene el acento malagueño de su niñez (pese a haber residido en Londres, Roma, Barcelona y ahora Madrid), refuerza esta idea: “No seremos muchos en el futuro, pero Jesús también empezó con muy pocos. Algún día volverá y verá quiénes le responden generosamente”.

En cuanto a su congregación, la más veterana mantiene que gozan de buena salud y que su carisma, relacionado con la educación, les hace ser fuertes y jóvenes: “En toda España contamos con 15 centros, incluidos colegios y residencias universitarias. En cada uno de estos sitios nos preocupa algo muy importante: tratar de dar respuesta a todas y cada una de las personas con las que nos relacionamos”, desde los alumnos a los docentes y personal contratado o voluntario.

Beatriz, la responsable de la comunidad en la que ambas viven en la capital (hay otras tres casas de las esclavas en Madrid), se felicita de que ahora las dos provincias en las que se dividía la congregación en nuestro país se hayan unificado, desde abril, con otra fórmula: la Fundación Spínola, que aglutina a toda su obra apostólica; es decir, a sus 15 centros educativos. Una ingente tarea que está, en su gran mayoría, capitaneada por laicos.

Protagonismo laical

“Esto –abunda Beatriz– lo vivimos con naturalidad, pues nos sentimos parte de la misma familia y fomentamos mucho la formación de todos nuestros docentes y directivos, conociendo todos perfectamente nuestro carisma. De eso soy yo misma ejemplo. Estudié de niña aquí, en el colegio de Loreto. Entonces, ni me planteaba ser monja, pero al final cedí a la llamada que sentía de Dios. Desde ese momento, tuve claro que quería ser esclava del Divino Corazón, pues siempre me apasionó nuestro carisma, consistente en transmitir a los demás nuestra relación personal con Cristo, desde la alegría”.

Un gozo relacional que experimentan entre sí las propias religiosas: “En nuestra comunidad, como todas estamos con mucha carga de trabajo, cuidamos los ratos para compartir y las oraciones conjuntas. Luego, cenar y la sobremesa son nuestros grandes momentos del día. Lo hacemos sin prisa, con calidez. En nuestro hogar hay mucho sentido del humor”.

Algo que ambas ven con mucha claridad es cómo ha cambiado la congregación. María, que supo que quería ingresar en su convento “desde muy niña, cuando rezaba con mi abuela el ángelus y decía que quería ser esclava del Señor”, analiza la diferencia: “El Concilio nos dio un aire nuevo e hizo tambalear muchas cosas, algo muy necesario. Muchas abandonaron sus votos, aunque, para las que quedamos, fue un proceso positivo. Entonces hacíamos vida apostólica, pero teníamos muchas actitudes propias de la clausura. Lo recuerdo como un tiempo muy estricto, de mucho silencio… Desde ese momento hemos seguido haciendo lo mismo, pero ya con otro ritmo, más alegre y dinámico”.

Beatriz, de la generación heredera, alaba lo hecho: “Se creó un estilo que nos abrió luego las puertas. No solo se trató de abandonar el hábito, sino que el Concilio permitió dejar muchas cosas atrás y profundizar en las raíces del carisma, teniendo ya un estilo más cercano. Si nos preocupa tanto educar es porque así buscamos formar el corazón de los otros”.

Al concluir nuestro recorrido, en un encuentro con cuatro formas muy distintas de ser Vida Consagrada, solo cabe una exclamación: ¡cuánta riqueza en un mismo corazón!

En el nº 2.923 Especial Vida Consagrada de Vida Nueva

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