Seguro de vida

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“El misterio de la vida y la muerte solo se acaba desvelando con la fe en Jesucristo muerto y resucitado…”

 

Estos tiempos de otoño son especialmente propicios para hacer una experiencia interior. Un éxodo a lo más íntimo de cada uno y preguntarse acerca del origen y destino de la vida y de la muerte, de las motivaciones para el hacer de cada día, de la misma existencia en este mundo y de aquello que está más allá de los umbrales de la muerte.

Hay razonamientos, más que convincentes, acerca de ese viaje sin retorno que es la muerte. En antiguas mitologías se hablaba de la barca de Caronte, encargada de llevar a los difuntos de un lado para otro. La filosofía también se ha ocupado del tema de la sobrevivencia y de las posibilidades de continuar viviendo sin limitación de tiempo. La muerte, en este caso, sería como una especie de vacuna contra cualquier tipo de extinción. El convencimiento profundo, arraigado y universal de la existencia más allá de la muerte tiene sus avales y garantías de veracidad.

Querían, sus discípulos, que Agustín les ofreciera las razones del ser y del morir, del tránsito por este mundo y de lo que acontecería después. El sabio profesor y santo maestro les respondía que él no podía dar otra doctrina, otro pan sino aquel del que él mismo se alimenta: la fe en Jesucristo resucitado de entre los muertos. Y el santo Job, que decía a cuantos llegaban para consolarlo: no me vengáis, les replicaba, con explicaciones meramente humanas, porque yo sé que mi Dios vive. Más allá de nuestro razonamiento, aunque en nada lo contradiga, está la sabiduría de la aceptación de lo que Dios ha manifestado acerca de la vida y de la muerte.

Ahora la pregunta se la hacía Agustín a Mónica, su madre, con la que reflexionaba acerca de la muerte. ¿Dónde quieres que depositemos tu cuerpo cuando mueras? Quiero que pongáis mi espíritu y memoria en vuestro corazón, y que allí donde estéis, me tengáis a vuestro lado y ofrezcáis sacrificios por el eterno descanso de mi alma en la casa de Dios. Hay un proverbio religioso que tiene resonancias de este diálogo entre Agustín y Mónica: “Cuando muera, no quiero que busques mi tumba en ninguna parte del mundo, pues quiero permanecer siempre vivo en la memoria de las personas que me han conocido”.

Ningún padre, ninguna madre quiere que muera su hijo. Se les rompe el alma cuando tienen la amarga experiencia de ver la desaparición de aquello que tanto quieren. Dios es el mejor padre y la mejor de todas las madres. No consentirá, de ninguna de las maneras, que se mueran sus hijos. Los ha creado para que vivan para siempre.

Quien se fía de Dios tiene seguro de vida. Este es el profundo convencimiento cristiano. Se puede pensar en razonamientos lógicos que lleven a certezas humanas. Pero el misterio de la vida y la muerte solo se acaba desvelando con la fe en Jesucristo muerto y resucitado. Él es el aval de más garantía para el seguro de vida eterna.

En el nº 2.920 de Vida Nueva

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