Editorial

La llave musulmana para la paz en Oriente Medio

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Que Turquía es un avispero puede resultar hasta tal punto una frase hecha que se quede vacía de contenido. Pero no por ello deja de ser cierta, en tanto que el país concentra muchas de las tensiones crecientes en un país que, reconociéndose laico en su Constitución, afronta una creciente islamización.

Más aún, con la creciente ofensiva terrorista del Estado Islámico que llama a la puerta desde los países vecinos. Las consecuencias de la guerra que viven Siria e Irak los conocen los turcos en primera persona. Su país ha acogido a más de 1,6 millones de refugiados –muchos de ellos de cristianos– y el Gobierno ha gastado en ellos no menos de 4.500 millones de dólares. Los católicos son una especie en extinción en el país del misionero Pablo de Tarso. No llegan a 53.000 y representan el 0,07% de los 76 millones de habitantes del país. Aun así, son faro que alerta de las amenazas que puede traer consigo la radicalización de un Gobierno que está dejando de representar a todos los ciudadanos turcos para representar solo los intereses de una comunidad religiosa.

La relevancia del viaje de Francisco a Turquía –es el cuarto papa que lo visita– va, por tanto, más allá de lo pastoral, para reforzar los derechos y libertades básicas, amén de una cultura de la paz que la Santa Sede abandera desde el ámbito diplomático y en lo cotidiano para lograr la estabilidad en Oriente Medio desde el diálogo interreligioso y el ecumenismo. El peregrino Bergoglio no tiene problema alguno en descalzarse en la Mezquita Azul y orar junto al gran muftí. Menos aún, de inclinarse ante el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, para recibir su bendición y plantear que la unión de las Iglesias –cuestiones sobre el primado aparte– no conlleva sumisión.

Recep Tayyip Erdogan no allanó de la misma manera la ruta en lo político. Aunque el presidente turco no tuvo reparos en condenar al régimen sirio de El Asad ante el Papa, no hubo una condena directa del hostigamiento a los cristianos en los países musulmanes. Quizás porque la tentación de Erdogan viene precisamente de convertirse en una potencia oriental y no tanto en un miembro de la Unión Europea, como perseguía cuando buscó el apoyo tácito de Benedicto XVI nada más pisar territorio turco en 2006.

Cuando está en juego la estabilidad de una región y, con ella, la vida de los ciudadanos que la habitan, no cabe medias tintas. Pero sí el respeto de las reglas básicas del juego geopolítico. El Papa lo reiteró al negar que la respuesta militar sea la solución al problema, pero recordando que “es lícito frenar al agresor injusto, siempre dentro del respeto al derecho internacional”.

De ahí la llamada de Francisco a todos los líderes políticos, académicos y religiosos musulmanes a condenar sin fisuras el terrorismo yihadista que asola a Asia y amenaza a Occidente. Solo con esta conciencia clara, se desterrará el fanatismo religioso y se conseguirá desligar la fe de cualquier manifestación violenta. Sólo desde esta premisa, presentando el Corán como un libro profético de paz, desaparecerá el miedo latente en ciertos espacios hacia el Islam, y Turquía se convertirá en puente y no en avispero.

En el nº 2.920 de Vida Nueva

 

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