Francisco y Bartolomé I testimonian la unidad del corazón

El viaje papal a Turquía estrecha lazos con ortodoxos y musulmanes

Pope Francis, Ecumenical Patriarch Bartholomew of Constantinople embrace during prayer service in Istanbul

ANTONIO PELAYO (ESTAMBUL) | Complejo y arriesgado el viaje del papa Francisco a Turquía (28-30 de noviembre), que abarcaba dos metas geográficas –la capital, Ankara, y Estambul, “cuna de las civilizaciones”– que en sí suponen dos partes programáticas muy diferenciadas: el diálogo con las autoridades políticas turcas y la visita pastoral al patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, así como un paso más en el acercamiento al islam y un epílogo durante el vuelo de regreso a Roma. Sesenta horas largas, en el curso de las cuales Jorge Mario Bergoglio ha vuelto a manifestarse dueño de todas las situaciones y hombre muy firme en sus convicciones.

Francisco y Bartolomé I testimonian la unidad del corazón [extracto]

Francisco es el cuarto obispo de Roma que visita Turquía; antes que él lo hicieron Pablo VI en 1967, Juan Pablo II en 1979 y Benedicto XVI en 2006. Como sus dos últimos antecesores, la ocasión escogida fue la festividad que celebra a san Andrés, hermano de san Pedro y santo patrón de las Iglesias ortodoxas.

Como los romanos pontífices que le precedieron, para realizar su propósito de encontrarse con el patriarca ecuménico de Constantinopla, el Papa tuvo que esperar a que el Gobierno turco le invitase (la invitación oficial llegó el 12 de septiembre) y pasar antes por Ankara. A su llegada a la capital política del país, se sometió al ceremonial que impera en todas las visitas oficiales a Turquía. Así, la primera etapa consistió en la visita al mausoleo donde reposan los restos de Mustafá Kemal Atatürk, fundador y primer presidente de la República turca; ante su tumba, Francisco depositó una corona de flores y estampó su firma en el libro de oro de los visitantes ilustres. “Formulo mis deseos más sinceros para que Turquía –escribió–, puente natural entre dos continentes, sea no solo una encrucijada de caminos, sino también un lugar de encuentro, de diálogo y de serena convivencia entre hombres y mujeres de cualquier cultura, etnia y religión”.

Pope Francis shakes hands with Turkish resident at presidential palace in Ankara

Con Recep Tayyip Erdogan

Inmediatamente después, el cortejo papal llego a Ak Saray (Palacio Blanco), la faraónica construcción inaugurada hace dos meses por Recep Tayyip Erdogan, reelegido en agosto como presidente. En el patio de la imponente estructura (ciento cincuenta mil metros cuadrados construidos, mil habitaciones y una mezquita con capacidad para cinco mil personas) recibió el Pontífice los honores militares y mantuvo un largo encuentro con Erdogan, al final del cual hubo un intercambio de discursos.

El del presidente turco, forjador con el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero de la hoy casi difunta “Alianza de las Civilizaciones”, consistió fundamentalmente en una invitación a “trabajar juntos contra las amenazas que pesan sobre nuestro planeta: intolerancia, racismo, discriminaciones”, y a no dejarse “arrastrar por los prejuicios que se desarrollan entre cristianos y musulmanes”; no dejó de lanzar sus flechas contra el régimen del presidente sirio, Bashar al-Assad, y contra Israel, y manifestó preocupación por la islamofobia, en su opinión, creciente en Occidente. Después recordó que el régimen turco ha mejorado los derechos de las minorías religiosas y se declaró dispuesto a hacer cuanto esté en su mano para encontrar soluciones a la xenofobia.

El Papa, que estaba acompañado por el secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, y por los purpurados Leonardo Sandri y Kurt Koch, respondió con un texto muy articulado en el que concordaba en parte con los propósitos presidenciales, pero también discrepaba de lo sugerido por Erdogan. “Es fundamental –afirmó Bergoglio– que los ciudadanos musulmanes, judíos y cristianos gocen, tanto en las disposiciones de la ley como en su aplicación efectiva, de los mismos derechos y respeten las mismas obligaciones. (…) La libertad religiosa y la libertad de expresión, efectivamente garantizadas para todos, impulsarán el florecimiento de la amistad, convirtiéndose en un signo elocuente de paz”.

“El Oriente Medio –dijo más adelante– es teatro de guerras fratricidas desde hace demasiados años, que parecen nacer una de otra como si la única respuesta posible a la guerra y a la violencia debiera ser siempre otra guerra y otras violencias. (…) No podemos resignarnos a los continuos conflictos, como si no fuera posible cambiar y mejorar la situación. Con la ayuda de Dios, podemos y debemos renovar siempre la audacia de la paz”.

“Señor presidente –subrayó–, para llegar a una meta tan alta y urgente, una aportación importante puede provenir del diálogo interreligioso e intercultural, con el fin de apartar toda forma de fundamentalismo y de terrorismo, que humillan gravemente la dignidad de todos los hombres e instrumentalizan a la religión. Es preciso contraponer al fanatismo y al fundamentalismo, a las fobias irracionales que alientan la incomprensión y la discriminación, la solidaridad de todos los creyentes, que tenga como pilares el respeto a la vida humana, a la libertad religiosa, al esfuerzo por asegurar todo lo necesario para una vida digna y el cuidado del medio ambiente natural”.

Hablando en Turquía, cuyas fronteras limitan, entre otros países, con Siria e Iraq, no podía el Pontífice ignorar los horrores que están sucediendo allí: “La violencia terrorista no da indicios de aplacarse. Se constata la violación de las leyes humanitarias más básicas contra presos y grupos étnicos enteros; ha habido y hay graves persecuciones contra grupos minoritarios, especialmente –aunque no solo– los cristianos y los yazidíes; cientos de miles de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares y su patria para salvar la vida y permanecer fieles a sus creencias”.

Con los refugiados

Pope Francis prays with Istanbul's grand mufti during visit to Sultan Ahmed Mosque in TurkeyEn este sentido, agradeció a Turquía su acogida a los refugiados –se calcula que son ya más de un millón– y recordó la obligación de la comunidad internacional de ayudarla en esta tarea: “Además de la ayuda humanitaria necesaria, no se puede permanecer en la indiferencia ante estas tragedias. Reiterando que es lícito detener al agresor injusto, aunque respetando siempre el derecho internacional, quiero recordar que no podemos confiar la resolución del problema a la mera respuesta militar”. El propio Bergoglio mantendría el domingo 30, poco antes de concluir la visita, un emotivo encuentro con un grupo de niños de familias refugiadas en el oratorio Don Bosco, que los salesianos regentan en Estambul.

La República turca, que es un estado laico, tiene sin embargo un organismo, la Diyanet, que se ocupa de los asuntos religiosos y que depende de la Presidencia de la República. La dirige actualmente Mehmet Gormez (más moderado que su predecesor, Ali Bardakoglu, uno de los críticos más acerbos del discurso de Ratzinger en Ratisbona), que le recibió cordialmente junto a otros altos representantes de la comunidad musulmana turca, compuesta en un 70% por sunitas y en un 30% por chiítas. Ante ellos pronunció el Papa un discurso no muy diferente del que habían escuchado ya los miembros del Gobierno: “La violencia que busca una justificación religiosa merece la más enérgica condena, porque el Todopoderoso es Dios de la vida y de la paz. El mundo espera de todos aquellos que dicen adorarlo que sean hombres y mujeres de paz, capaces de vivir como hermanos y hermanas”.

Pope Francis visits Sultan Ahmed Mosque in IstanbulAl día siguiente, el Papa llegó a Estambul, yendo en primer lugar a la Mezquita Azul, el templo más importante durante el Imperio otomano. Allí fue recibido por el gran muftí de Estambul, Rami Rayan, y por el imán responsable de la mezquita y otros representantes de la comunidad islámica. En su compañía, escuchó las explicaciones que se le daban sobre la historia de tan significativo monumento (su traductor fue el español Andrés Vicens Nadal) y, al llegar al Mihrab, el lugar que indica la exacta dirección de la Meca, Francisco indicó a sus acompañantes su deseo de recogerse para orar. Así se hizo en medio de un silencio absoluto.

Luego, el Papa se dirigió en coche a la vecina Santa Sofía. Construida por Constantino en honor de la divina sabiduría en el siglo IV, fue destruida por dos incendios sucesivos y, en el 532, Justiniano inició la reconstrucción del que, dijo, iba a ser “el más suntuoso templo desde la creación del mundo” (“¡Salomón, te he superado!”, aseguran que gritó). Después de haber sido durante siglos catedral y mezquita, Atatürk la transformó en museo (es Patrimonio Mundial de la Humanidad). Junto al director del museo, Hayrullah Cengiz, Bergoglio admiró el histórico monumento.

Tres grandes hitos del viaje
1. El patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, bendice a Francisco en la iglesia de San Jorge (día 30).
2. Oración en la Mezquita Azul, junto al gran muftí, Rami Rayan (día 29).
3. Recepción oficial en la residencia del presidente de la República de Turquía, Recep Tayyip Erdogan (día 28).

Tras las huellas de Juan XXIII

Con una niña en la iglesia del Espíritu Santo

Con una niña en la iglesia del Espíritu Santo

Finalizada la mañana, el Papa se dirigió a la conocida como la “casa Roncalli”, ya que en ella residió, entre 1935 y 1944, el entonces delegado apostólico Angelo Giuseppe Roncalli, futuro Juan XXIII, tan venerado por los turcos. A primeras horas de la tarde, tuvo lugar la misa en la catedral latina del Espíritu Santo, un modesto edificio donde apenas cabían mil personas, muchas de las cuales siguieron el rito desde los jardines. Estaban el patriarca ortodoxo, Bartolomé I; el patriarca siro-católico, Ignacio III Younan; el vicario patriarca armenio y el metropolita siro-ortodoxo de Estambul, Filuksinos Yusuf Cetin, así como algunos exponentes de las confesiones evangélicas.

Pero el acto más importante del día se celebró en la iglesia patriarcal de San Jorge en el Fanar, sede del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. La plegaria ecuménica era la preparación para la festividad de san Andrés. “El atardecer –dijo Bergoglio– trae siempre un doble sentimiento, el de gratitud por el día vivido y el de la ansiada confianza al caer de la noche. Esta tarde mi corazón está colmado de gratitud a Dios, que me ha concedido estar aquí para rezar junto a Vuestra Santidad y con esta Iglesia hermana”. Esta hermandad se manifestó durante el prolongado encuentro privado que mantuvieron Francisco y Bartolomé en la residencia de este último.

Pope Francis, Ecumenical Patriarch Bartholomew of Constantinople sign joint declaration in IstanbulLa tan esperada festividad de san Andrés fue el culmen de la visita. La Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo comenzó a primeras horas de la mañana, pero el Papa no llegó hasta las nueve y media, siendo acogido por el patriarca, en compañía del cual hizo su entrada con toda la solemnidad del rito ortodoxo. Después de escuchar las lecturas y de pronunciar juntos en latín el Padrenuestro, llegó el momento de los discursos. El del obispo de Roma fue muy claro: “Un verdadero diálogo es siempre un encuentro entre personas con un nombre, un rostro, una historia, y no solo un intercambio de ideas”. Evocando el decreto conciliar Unitatis redintegratio, aseguró que el “restablecimiento de la plena comunión no significa ni sumisión del uno al otro ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno. (…) Quiero asegurar a cada uno de vosotros que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias: lo único que la Iglesia católica desea y que yo busco como obispo de Roma, ‘la Iglesia que preside en la caridad’, es la comunión con las Iglesias ortodoxas”.

Bartolomé I respondió en la misma onda: “Los problemas que la coyuntura histórica plantea a las Iglesias nos imponen superar la introversión y afrontarlas en cuanto sea posible con la más estrecha colaboración. No podemos permitirnos el lujo de actuar solos. Los actuales perseguidores de los cristianos no preguntan a qué Iglesia pertenecen sus víctimas. La unidad por la que estamos trabajando tanto se hace ya presente en muchas regiones a través del martirio”.

Firmaron después una declaración conjunta similar a la que ya suscribieron durante el viaje de Francisco a Jerusalén y bendijeron a la multitud presente a pesar de la lluvia en el patio de la residencia patriarcal.

En el nº 2.920 de Vida Nueva

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